(Columna de la politóloga María Esperanza Casullo)
El desempeño electoral del Pro, una excepción dentro del campo opositor, se basó también en prácticas políticas tradicionales.
En un año caracterizado por el fracaso de las fuerzas de oposición, el Pro se recorta como una excepción. A diferencia de la UCR, el denarvaísmo, el peronismo federal y hasta el socialismo, el macrismo tuvo este año dos buenas noticias. Inclusive, podría decirse que tuvo dos y media buenas noticias. La primera fue la excelente elección con la que Mauricio Macri logró ser reelecto en la ciudad de Buenos Aires. La segunda buena noticia fue la gran elección realizada por Miguel Del Sel en la provincia de Santa Fe. Y la “media buena noticia” es la digna participación en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias que tuvieron los candidatos a diputados del Pro en la ciudad de Buenos, los que obtuvieron 15% de los votos aún con la desventaja de no presentar candidato a Presidente en su boleta.
A un mes de la realización de las elecciones nacionales (las que culminarán con una muy mala elección tanto de la Udeso como del peronismo federal) puede decirse sin lugar a dudas que el Pro, en general y Mauricio Macri, en particular, parten con ventaja para posicionarse como competidores al oficialismo en 2015. El futuro, sin embargo, dista de estar determinado. Para consolidarse como la fuerza más competitiva del campo opositor, el Pro deberá resolver con cuidado y astucia varios desafíos.
El primero tiene relación con la necesidad de asegurar y profundizar el control de su
territorio, la ciudad de Buenos Aires. La primera condición para que Macri pueda instalarse definitivamente como líder nacional es “alambrar el territorio”, o sea, asegurar que su gobierno municipal transcurra de aquí a 2015 sin grandes sobresaltos. Este objetivo parece, por el momento, el más fácil de asegurar. Nadie puede negar que en la ciudad de Buenos Aires el Pro ha llegado para quedarse. A diferencia de la experiencia ibarrista (que, pese a la buena imagen de Aníbal Ibarra en un momento, nunca pudo construir una fuerza política que lo sostuviera territorial ni institucionalmente) puede decirse que, más allá de Macri, el Pro se ha consolidado aquí como una fuerza partidaria con control territorial sólido de 2007 hasta ahora.
Para esto, el Pro ha logrado tres cosas fundamentales que, irónicamente, no tienen que ver con la nueva política sino que nacen directamente de las necesidades más crudas de la vieja política, o sea, de las cosas que son necesarias para asegurar un (razonable) grado de dominio político sobre un territorio. A pesar de la retórica duranbarbista sobre la nueva política y de sus globos de colores, el analista serio admitirá que el Pro se ha consolidado como partido en la CABA por tres cosas no muy glamorosas pero fundamentales: porque tiene un bloque de diputados en la Legislatura porteña que funciona con cerrada disciplina partidaria, porque dirigió y dirige una masa de recursos adecuada hacia los vecinos de los barrios más pobres de la ciudad y porque pudo construir (o conseguir) una red de referentes barriales (o punteros, que es lo mismo) en esos mismos barrios, sobre todo en el sur.
Mucho se ha dicho sobre las bondades de la comunicación política del Pro y sobre la efectividad de la campaña. Sin embargo, hay que recordar una cosa: las campañas, por buenas que sean, sólo sirven para ganar elecciones; para dominar efectivamente un territorio son otros los elementos necesarios. El dominio territorial requiere poder garantizar control no sólo sobre los tiempos buenos sino también, o más aún, en los tiempos malos. La férrea disciplina del bloque del Pro en la Legislatura, que en todo momento sirvió de escudo al jefe de Gobierno frente a las controversias por las escuchas ilegales y la red de punteros territoriales, que muestra presencia barrial desde hace tres años, ha demostrado su solidez. Esto no garantiza, sin embargo, el éxito nacional de la fuerza. De hecho, el dominio territorial cómodo puede tener un elemento pírrico, como demuestra el caso de los Rodríguez Saá, que no pueden “salir” de ese San Luis en el que se cansan de ganar elecciones.
LOS PROXIMOS TRES
Para consolidarse como una figura con capacidad de ganar elecciones nacionales, hay tres desafíos por delante. El primero tiene que ver con el éxito electoral cierto del Pro fuera de la ciudad de Buenos Aires. No hay que olvidarse que al éxito (relativo) de Miguel del Sel hay que descontarle las bajas performances del Pro en Mendoza y Salta, además del hecho de que la buena elección de Del Sel fue mucho más un mérito propio que partidario, como quedó revelado en la pobre cosecha de diputados provinciales del Pro santafesino. Sería sumamente importante, desde este punto de vista, la victoria de Jorge Macri en Vicente López, ya que así el Pro podría establecer una cabeza de puente en el crucial conurbano bonaerense.
El segundo tiene que ver con la capacidad del partido de desarrollar una agenda política nacional. Es evidente que hasta este momento, el Pro, como todas las demás fuerzas nacionales de centroderecha, no tuvo la necesidad de constituir un marco programático concreto ya que el antikirchnerismo explícito constituía un aglutinante (teóricamente) satisfactorio. El contundente resultado de las primarias, y la casi segura victoria de Cristina Fernández en octubre, ha trastrocado este orden de cosas. Hoy, para ganar una elección ejecutiva nacional no alcanza con ser y parecer antikirchnerista, y no alcanzará, seguramente, en 2015. Sobre todo porque la relativa buena performance electoral del Frente Amplio Progresista de Hermes Binner asegura que, de aquí a 2015, Macri deberá competir en un doble torneo: contra el/la sucesora de Cristina Fernández y con Hermes Binner.
Finalmente, el tercer desafío tiene que ver con la consolidación del liderazgo de Macri. Por supuesto, no hacia el interior del Pro; tal cosa no está en duda. Sin embargo, de cara a la sociedad en su conjunto la decisión de Macri de mantenerse prescindente del escenario nacional plantea ciertas incógnitas hacia el futuro. En especial, deberá decidir cuál es el sector del electorado al cual él representará, y lanzarse a hacerlo de manera tal de no dejar ninguna duda de su decisión, aun cuando lo exponga al riesgo de perder. Binner, en este sentido, corre con cierta ventaja: sabe a quién representa (a la porción del electorado nacional que es liberalprogresista y antipopulista) y ha demostrado que sabe perder, es decir, pudo armar un escenario de tal manera que un 20% de los votos nacionales sea leído como un buen resultado y no una derrota contundente.
El colapso del peronismo federal y del pacto entre Alfonsín y De Narváez le deja a Macri un campo muy grande en donde crecer; sin embargo, hegemonizar la porción del centro a la derecha del espectro político requerirá un liderazgo y una capacidad de disciplinamiento y persuasión personal hacia los otros actores del espacio muy fuerte. La relativa ausencia de Macri en esta campaña es una ventaja si se la compara con las francamente malas performances de Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín. Sin embargo, este bajo perfil podría resultar desventajoso en el ciclo político que, a no dudarlo, se abrirá el 24 de octubre.
(De la edición impresa)