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Los límites de la ambigüedad

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20 marzo de 2020

Por Luis Tonelli

El filósofo Jürgen Habermas parece haber subestimado lo ambigüo, laberintico y obscuro que tiene todo lenguaje cuando imaginó esa “situación ideal de habla” en la cual, en un ambiente sin restricciones de ningún tipo, conversando, podríamos llegar a un acuerdo sobre cuestiones importantes.

A la inversa, el presidente Alberto Fernández parece haber encontrado precisamente en esa polifonía polisémica del lenguaje, sino la capacidad de construir consensos, al menos la posibilidad de neutralizar disensos.

La estrategia de la comunicación política del Gobierno contrasta totalmente con la que caracterizó a la radicalización del populismo de Cristina Fernández, en donde la Presidenta, desde el bully pulpit difundía el “relato” oficial por Cadena Nacional.

Cosa notable es que el mismo kirchnerismo haya bautizado el discurso oficialista de “relato”, como buscando que existiera también “otro relato” con el cual confrontar. Es qué en la lógica agonista del populismo, el “pueblo” se define en su conflicto con el “anti-pueblo”. Y, sin enemigo enfrente, no había posibilidad de épica (especialmente al tener que meter el cepo cambiario, cuando ya las exportaciones, pese a alcanzar el record de más de US$ 80.000 millones en 2011, no alcanzaban para compensar las importaciones, los viajes y la fuga de capitales).

Tampoco la de Alberto Fernández es la estrategia comunicacional del Ingeniero Mauricio Macri, que del “Don't worry, be happy” de los globos amarillos pasó a la del “¡sorry, mala mía!” cuando tuvo que volver sobre sus pasos ante una medida que no tenía el efecto positivo buscado (y, en general, generaba el efecto opuesto al buscado). Era la manera de diferenciarse del estilo “Cris-pado” en donde jamás la Presidenta reconoció error alguno, y lo justificaba todo echándole la culpa a una conspiración interestelar de enemigos del pueblo.

Fernandez, en cambio, va por otro lado. En su discurso de inauguración de las actividades legislativas del Congreso comenzó sosteniendo que “decir la verdad” era esencial en una democracia (casi siguiendo el precepto kantiano de que todo acto de gobierno tiene que ser público, porque si no lo es, seguramente está beneficiando a pocos). Sin embargo, llegando al final de su alocución, sostuvo que la “verdad era sinfónica” y se componía de muchas voces. La sorpresa ha sido que Fernandez es un multi-instrumentista, un hombre orquesta, que despliega su talento ensayando diferentes melodías para cada uno de los oídos que quieran escucharlo.

Su ambigüedad ha sido la forma de lidiar con la grieta más peligrosa que debe zanjear: la que tiene con las facciones mas duras del kirchnerismo que se referencian todas en esa efigie en silencio, pero que oficia de Ayatollah de la fé: la vicepresidenta. Pero también, la falta de precisión en sus dichos, las menciones a Raul Alfonsín, los gestos a un lado y al otro le han permitido desactivar a una oposición fragmentada.

Un ejemplo de esto es como el Presidente realizó el ajuste a as jubilaciones: primero, al congelar su aumento dijo que lo que estaba haciendo era “parar la pelota” para evitar que se deterioraran más (con lo cual, paralizó su aumento ajustado por inflación). Y luego, justificó su hachazo a los jubilados que ganan más que la mínima haciendo un llamado a su solidaridad, cuando todas las jubilaciones (salvo casos extraordinarios) son pobres.

La misma polisemia se presenta cuando, por un lado, recibe haciendo gala de su hospitalidad a la misión del FMI y acepta que, según el artículo 4° de su Estatuto, realice la observación de la economía que Néstor Kirchner evitó pagándole al contado su deuda con el organismo. Pero, simultáneamente, califica de “pertinentes” los dichos desde Cuba de Cristina Fernández diciendo que si el FMI había vulnerado ya sus reglamentos internos prestando plata a Argentina para que la fuguen y, entonces, bien podía hacerlo para aceptar una quita de la deuda.

Y también frente a un tema tan delicado como lo es el revisionismo judicial impulsado por el kirchnerismo de las causas de funcionarios de sus gobiernos acusados de corrupción. Fernández pareció ser tajante en su discurso de asunción: ahí enfáticamente afirmó que “nunca más” habría operaciones del Gobierno para influenciar a la Justicia. Teniendo a su lado a Cristina Fernández, procesada en varias causas, lo que dijo pareció mostrar la soga en la casa del ahorcado.

Sin embargo, ante la seguidilla de liberaciones, incluida la icónica de Julio de Vido, esa abstención de operar parece ser en el sentido de no apoyar a los jueces en la continuidad de las causas. Mas que la Justicia sufrir una falta de autonomía, sus integrantes exhiben una independencia maravillosa: pueden tranquilamente desandar sus pasos y apoyar al Gobierno de turno. Los políticos pasan, pero ellos quedan.

Cuestión que se vuelve manifiesta en el caso de Jujuy, donde el senador Guillermo Snopek, presentó un proyecto para intervenir la Justicia de esa provincia mientras todo el kirchnerismo le pide al gobernador radical, Gerardo Morales, que libere a Milagro Sala. Las definiciones del Presidente frente al caso han sido “hay situaciones que a uno lo preocupan, pero hay que ser cuidadoso”.

Sin embargo, la elasticidad de las palabras encuentra un límite frente a eso que llamamos “realidad” (que es, ni más ni menos, información tan contundente y evidente para el sentido común que ni el krichnerismo mismo puede tergiversarla). El Gobierno está en inmerso en una negociación para reestructurar la deuda externa, clave para su gobernabilidad a futuro. Si la reestructura satisfactoriamente, podrá afrontar desde una base de poder los graves problemas que enfrenta el país. Si falla, y se entra en default, entonces quedará sujeto a un permanente tembladeral económico y político.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, mantiene una posición dura con los tenedores de los bonos y ha obtenido el aval del FMI en su postura de que la deuda, así como está estructurada, es impagable. Ciertamente, a los bonistas les conviene esperar y cobrar algo antes que no cobrar nada (aunque un problema lateral de esta estrategia es que los bonos argentinos forman una parte muy minoritaria de la cartera de estos grandes inversores, y para ellos mostrar debilidad con un país chico sería una señal mala para futuras negociaciones con bonos de mayor valor de países más importantes).

Pero ahí apareció, no un cisne negro sino una bandada de ellos: el coronavirus afecta las proyecciones de crecimiento de China, y con ellas las del mundo; la OPEP baja su producción para que no se desplome el precio, pero Arabia Saudita, se corta sola, aumenta su producción y cae el precio del barril 30%, lo que genera un efecto dominó que hace que caigan las Bolsas del mundo.

Frente a esa situación, el Gobierno pierde una de las fuentes de dólares con las que contaba para ofrecer como garantía de pago futuro a los bonistas: a este precio, Vaca Muerta está mas muerta que viva. Por estas horas, el riesgo país alcanza casi los 3.000 puntos y los bonos argentinos caen en picada. Y ahí, la ambigüedad le juega en contra al Presidente. La incertidumbre pide certezas. Frases como “el plan se está cumpliendo, aunque puede sufrir alguna alteración de fechas, pero estamos bien”, solo sirven para ahondar la incertidumbre.

Argentina enfrenta problemas muy serios en un mundo que presenta problemas muy serios. La gambeta corta del Gobierno ya alcanzaá para enfrentarlos. Fernández deberá optar entre quedar de un lado o del otro de la grieta. O para decirlo, quizás un tanto más brutalmente: deberá optar entre seguir siendo el jefe de Gabinete de un poder delegado, o ser el Presidente que construya un consenso político amplio, mas allá del kirchnerismo.

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