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Los mitos sobre el sometimiento de Argentina

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07 junio de 2019

por Oscar Muiño

Contra lo que suele creerse, las élites locales han resistido intentos de dominación en una etapa clave del desarrollo del país

Inicié este libro hace un cuarto de siglo. Fue ante la dilapidación de la propiedad pública por Carlos Menem y su venta a empresas extranjeras, muchas de ellas estatales, algo particularmente curioso para un proceso auto llamado “privatizador”.

Esa política de los años noventa, ¿expresaba una corriente dominante en Argentina a lo largo de su historia? Después de revisar documentos, informes y testimonios durante un cuarto de siglo resultó inevitable aceptar que la respuesta era No. A pesar de su relación privilegiada con Europa, las élites argentinas han resistido los intentos de sometimiento. Ni siquiera en la época que el país había recibido inversiones externas a destajo, con expertos, tecnología, deuda, ferrocarriles. Siempre ha sido muy pequeño el Partido del Extranjero. Bautizo así a quienes por convicción o cálculo han intentado atar el país a alineamientos automáticos con alguna potencia dominante. Son pobres los resultados que el accionar de los países más fuertes ?Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos- han tenido sobre la decisión de los gobiernos argentinos.

El Río de la Plata ya estaba en la mira europea a mediados del siglo XIX. Pocos saben que Alejandro Dumas, tal vez el escritor más famoso del mundo en esos días, apenas termina los Tres Mosqueteros escribe La Nueva Troya, donde exalta la lucha de orientales y exilados argentinos contra el asedio de Juan Manuel de Rosas. Dumas era un luchador contra la opresión monárquica y vio en el combate anti rosista una expresión de la lucha mundial por las libertades, contra los autoritarismos.

Durante la ruptura entre la Confederación y el estado de Buenos Aires, el Foreign Office presionó a favor de la Confederación y no de los porteños. Esto a pesar de la presión de los intereses financieros para cambiar esa orientación. Algunos episodios son particularmente llamativos.

La versión dominante sobre la Guerra del Paraguay suele omitir datos centrales. En el Paraguay de preguerra todo parece vinculado a los ingleses, desde bienes de capital hasta expertos. Una firma inglesa opera como agente financiero del Paraguay, consultora para la compra de material ferroviario. Tres cuartas partes de las importaciones paraguayas provienen de Gran Bretaña en vísperas de la guerra. Al estallar las operaciones militares, el Reino Unido desarrolló gestiones para evitar su continuación.

Argentina tenía vínculos con el Reino Unido, pero también con numerosas naciones. La colectividad francesa desarrolló, por ejemplo, los primeros intentos de talleres y proto-fábricas. Mientras los ingleses se concentraron en préstamos y ferrocarriles, muchos franceses crearon el germen de una burguesía industrial. Además, fueron francesas numerosas compañías de trenes y banqueros franceses desalojaron a Baring de una de las mayores operaciones financieras del período.

A pesar del peso externo en la economía local, la capacidad de presión extranjera sobre las luchas civiles argentinas, incluso las militares, tiende a cero. Los cónsules extranjeros intentan evitar que sus súbditos tomen las armas en las guerras civiles. Fracasan. En la defensa mitrista contra Buenos Aires hay batallones italianos, españoles, alemanes y británicos.

Mitre cree que le robaron la elección y se alza contra el presidente Sarmiento en 1874. No hay actividad extranjera ni a favor de los alzados ni del gobierno. Su sucesor Avellaneda termina con el último enfrentamiento entre el Estado nacional y la provincia de Buenos Aires en 1880. Otra vez los extranjeros engrosan las milicias porteñas. Los cónsules europeos ya ni protestan.

En 1890, la revolución del Parque. Se combate durante días. Luego hay revoluciones radicales en 1893 y 1905. En ninguno de estos casos existen rastros de intervención foránea. Buenos Aires es actor decisivo en el continente. Es emotivo el enfrentamiento argentino con Estados Unidos en la Primera Reunión Panamericana (Washington, 1889). Pese a que gobierna el mayor dilapidador del patrimonio público, Juárez Celman, los delegados argentinos enfrentan la presión norteamericana. Los dos enviados serán presidentes, Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña. Boicotean la zona de libre comercio que quiere Estados Unidos, ganan la votación para prohibiera todo estado intervenir en defensa de sus nacionales en otro estado. La famosa frase de Sáenz Peña, “dejad que América sea para la humanidad” para enfrentar América para los americanos.

Ese mismo año de 1889, Argentina produce sensación en la Exposición de Paris. Recibe 689 premios y algunos la consideran el mejor pabellón. Cuando lo inaugura, el vicepresidente Carlos Pellegrini marca: “tenemos derecho a creernos también hijos de la gran revolución”. Al revés que los reaccionarios monárquicos, la elite argentina reivindica la Revolución Francesa.

El país inventa la doctrina Drago cuando Alemania y Gran Bretaña bloquean Venezuela. Fija un principio:“ la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada”

En suma, el Río de la Plata juega con los distintos poderes foráneos, negocia a veces mejor y otras peor, tiene sus réprobos y favoritos. Pero la línea central es la de la autonomía.

A veces, la denuncia contra el imperialismo es noble y valiente. Otras veces, encubre objetivos inconfesables: socavar la convivencia, negar al otro su existencia. Convertirlo en agente del extranjero es el paso previo a excluirlo de la sociedad política. Lo vemos con claridad en ciertos países hermanos. Donde, dio sea de paso, también están los imperios peleando por sus recursos. ¿Qué buscan los que exageran la dependencia argentina? En muchos casos, disminuir el valor de la democracia y cambiar el modo de acceso al poder y la convivencia. Si tuvieran razón los que hablan de una Argentina subyugada, ¿para qué defender la República? ¿Qué importa la forma de gobierno cuando la nación está esclavizada?

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