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Los republicanos y el candidato improbable

01 febrero de 2012

(Columna de politólogo Martín Alessandro)

Para sorpresa de muchos, Mitt Romney podría ganar la nominación de un partido que está cada vez más a la derecha.

El Partido Republicano está hoy más a la derecha que en cualquier otro momento de su historia. Durante buena parte del Siglo XX estuvo dominado por una élite proveniente de los estados del Noreste, moderadamente liberal en lo económico y poco afecta a regular la vida privada de las personas. En cierto temas, como en materia de derechos civiles, podían incluso estar a la izquierda de los líderes demócratas. En las últimas décadas, en cambio, el Grand Old Party ha virado hacia posiciones extremas de laissez-faire económico y de conservadurismo cultural. Abolir la Reserva Federal, suprimir algunos ministerios, aprobar una enmienda constitucional impidiendo el matrimonio gay, eliminar los impuestos progresivos, despreciar el secularismo, negar con fervor el cambio climático y deportar a millones de inmigrantes son propuestas relativamente estándar entre los precandidatos republicanos.

En este escenario, resulta difícil explicar cómo Mitt Romney parece tener casi garantizada la nominación presidencial. En un contexto de desprecio republicano hacia el elitismo de la costa Este, Romney es un graduado de Harvard que fue gobernador de Massachussets. En un contexto de enormes críticas a la reforma sanitaria de Obama, Romney promulgó una ley casi idéntica cuando fue gobernador. En un contexto de purismo ideológico conservador, hasta hace unos años Romney apoyaba el aborto y los derechos gays. En un contexto en el que el 70% de los votantes republicanos se definen como “conservadores” o “muy conservadores”, Romney llegó a definirse como “progresista” cuando competía en Massachusetts, una total herejía en el partido del elefante.

En casi todos los issues cruciales que hoy definen la identidad republicana, Romney tuvo posiciones discordantes o directamente opuestas. ¿Cómo hizo para convencer a los votantes republicanos de que su arrepentimiento es genuino, de que su conversión al ultraconservadurismo es sincera? En parte, sobreactuando: en ciertos temas (como la inmigración) es por lejos el más conservador de los precandidatos, forzando a los otros a defenderse tanto como él de las acusaciones de impureza ideológica. Suele criticar a Obama por elaborar sus políticas “en la sala de profesores de Harvard”, evitando él mismo quedar a la defensiva por elitista.

En parte, también, Romney logra llevar la discusión hacia temas económicos, donde su

éxito como empresario y su apariencia de tecnócrata eficiente lo destacan del resto. Cuando el eje de la competencia es económico, sus sacrilegios pasados en cuestiones culturales quedan ocultos. Si bien buscó algo parecido en las primarias de 2008, entonces la crisis económica todavía no había explotado; ahora, en cambio, el contexto general del país contribuye indudablemente a su intento de estructurar la agenda electoral en torno a cuestiones económicas.

UNA EXPLICACION

Pero el factor decisivo para el éxito de Romney en este ciclo es otro. A diferencia de 2008, cuando enfrentó a pesos pesado como John Mc Cain y Rudy Giuliani, el actual conjunto de precandidatos republicanos es inusualmente débil, falto de apoyo popular y de peso político. Sus principales rivales son Rick Santorum, que dejó su último cargo (senador por Pennsylvania) tras perder una elección por 18 puntos; Newt Gingrich, el primer speaker de la Cámara de Representantes en ser censurado por sus pares, que debió renunciar a su banca repudiado por su propio partido; Ron Paul, un congresista

libertario que está entre los legisladores más extremistas del país; y Rick Perry, el único con un trayectoria a priori más fuerte (gobernador de Texas) pero que ha demostrado en los debates una total incapacidad de dominar los temas nacionales. No hay otros gobernadores ni senadores de peso.

Todos estos precandidatos (y aun otros más bizarros, como la congresista Michelle Bachmann y el ex CEO de una cadena de pizzerías, Herman Cain) han tenido su momento de ascenso fulgurante en las encuestas, pero su caída ha sido aún más rápida. Romney simplemente ha tenido que esperar su derrumbe, o, al menos,

auxiliarlo: para eso sus aliados gastaron millones de dólares en anuncios de TV dedicados a socavar la credibilidad de Gingrich antes de los primeros comicios en Iowa. El establishment partidario, a su vez, nunca habría permitido que esos candidatos marginales, incapaces de ser competitivos en las elecciones generales, fueran los nominados del partido. Los respaldos de figuras de peso y los flujos de apoyo financiero suelen ser efectivos para bloquear a quienes no sean aceptables para las élites partidarias.

La pregunta, entonces, es por qué los republicanos no encontraron candidatos más

potentes. Resumidamente, porque no los tenían. Más allá de algunos gobernadores que se excusaron alegando típicas razones familiares o compromisos con quienes los votaron en sus estados, lo cierto es que no había alternativas superiores a quienes sí se lanzaron. Algunas de las figuras más promisorias del partido sufrieron duras derrotas en la ola demócrata de 2006 y 2008, y otras quedaron dañadas por su cercanía, incluso familiar, al gobierno de George Bush. Ese conjunto desprestigiado de dirigentes ha sido reemplazado por los triunfadores del ciclo republicano de 2010, incluyendo varios nuevos gobernadores y senadores, pero éstos aún no poseen la talla nacional para una candidatura presidencial.

Su mira es recién para 2016. En este escenario, los recursos de Romney, su fuerte

organización en los estados que inician el ciclo de primarias, su nivel de conocimiento

entre los votantes y su disciplinado profesionalismo de campaña le alcanzaron para ser

el claro favorito. Resta ver si, de ser el nominado, Romney logra entusiasmar a la base republicana. En un sistema electoral donde el voto no es obligatorio, movilizar a los votantes propios es tan importante como disputar a los indecisos. En este aspecto Romney arranca de atrás frente a Obama.

(De la edición impresa)

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