por Daniel Montoya
El partido del expresidente es el actor central de la política brasileña que ganó cuatro elecciones consecutivas y se sobrepone a la destitución de Dilma
Todos los países tienen elecciones polarizadas entre un partido de centroizquierda y otro de centroderecha” dice el politólogo Alberto Almeida en el best seller “O voto do brasileiro”. Mientras que el Partido de los Trabajadores brasileño (PT) pertenece a la familia del Partido Socialista Obrero Español o el Partido Demócrata norteamericano, el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) adscribe al grupo del Partido Popular Español, la Democracia Cristiana alemana o el Partido Republicano de Estados Unidos. A partir del primer triunfo de Lula en 2002, no hay discusión acerca del partido político que representa a quienes demandan mayor igualdad en la distribución de la riqueza. El PT, sin dudas. No obstante, aquellos que reivindican la eficiencia y una menor intervención del Estado en la economía, hoy están divididos entre el tradicional PSDB liderado por Geraldo Alckmin y la agrupación de la nueva derecha encarnada por un ex militar que, tras ser apuñalado en plena campaña, logró el envión emotivo extra para relegar al actual gobernador paulista y meterse en segunda vuelta.
Fernando Haddad versus Jair Bolsonaro será el balotaje que consagrará al ignoto exalcalde de San Pablo como presidente de Brasil y que confirmará la persistencia del PT como un actor central de la política brasileña de principios del Siglo XXI. En particular, resulta llamativo que el partido fundado por Lula no sólo acredite cuatro triunfos electorales consecutivos sino que resista a la destitución de Dilma en 2015, al encarcelamiento de su propio líder en 2018 y ahora a la promoción de un candidato con poco conocimiento y perfil para el núcleo duro de votantes petistas del nordeste del país. En términos de variables duras, dicha resiliencia la explica un indicador socioeconómico central vinculado al reciente proceso político: la expansión de las capas medias que hoy alcanza a alrededor de un cuatro de la población. De 66 millones de brasileros en 2003 a 115 millones en 2014, según estimaciones de diferentes expertos.
En tal sentido, poco importó la elección de Haddad como delfín por parte de Lula. Quizás era mejor candidato un dirigente arraigado en un distrito emblemático del PT como el ex gobernador de Bahía, Jacques Wagner. Sin embargo, la fortaleza de esta fuerza, reside en su estrecha identificación con determinados sectores sociales y en la vigencia de un líder que puede ejercer un papel decisivo desde su celda en Curitiba. En el límite, el PT podría haber presentado como candidato a un NN cualquiera. Más aún, ya lo hizo en el pasado, cuando ganó dos elecciones presidenciales sucesivas con una postulante tan poco carismática y ríspida como Dilma. Por el contrario, ese escenario de fidelización del voto popular construido por el PT, está en las antípodas de lo que ocurre en la centro-derecha, hoy dominado por un líder sin estructura partidaria como Bolsonaro que, de acuerdo a última encuesta de Datafolha, lidera las encuestas con 28% de intención de voto pero con un nivel de rechazo que, aun puñalada y victimización mediante, no baja del 40% y lo condena en un escenario de balotaje.
Ello es particularmente visible en ciertos segmentos específicos. Tanto en el voto femenino como en las capas sociales bajas o medias bajas, el nivel de rechazo del ex militar no disminuye del 50%, mientras que el repudio al delfín de Lula está muy por debajo en el andarivel masculino o en los sectores de ingresos medios altos y altos. Más aún, en el escenario de segunda vuelta descripto, Haddad hasta logra conquistar a los adherentes tradicionalmente antipetistas del PSDB que se inclinaran por Alckmin en el primer turno. En ese aspecto, Bolsonaro está lejos de ser un buen candidato presidencial, es decir, aquel con capacidad de captar al electorado no tradicional del partido. Como dicen vulgarmente, de cazar fuera del zoológico como lo hizo Trump en Estados Unidos en 2016. Aun perteneciendo al partido de los ricos americanos, el Partido Republicano, el magnate igual sedujo a los votantes tradicionales del Partido Demócrata localizados en los decisivos estados del medio oeste norteamericano.
En ese aspecto, Bolsonaro se asemeja más a Mitt Romney, el candidato del mismo partido de Trump que en las elecciones de 2012 perdió con Obama, no logrando atraer más votos que aquellos de la América profunda republicana localizados en estados como Texas, Kansas o Nebraska.