Treinta años después del conflicto, persiste una tradición diplomática.
Hay una “cuestión Malvinas” ?la reivindicación territorial? que sigue formando parte nodal de la política exterior argentina y está presente en la agenda internacional y el debate público nacional. Hay una “causa Malvinas” ?la reivindicación nacional? que resulta inescindible de los debates sobre el nacionalismo en nuestra cultura política. Pero hay también un “significante Malvinas” a través del cual podemos develar muchos de los pasillos ocultos por los que ha transitado y sigue caminando la política nacional y nuestra cultura política, en clave de continuidades y cambios.
Uno de estos pasillos nos remite a las tradiciones de nuestra política exterior y el modo en que ellas se articularon con la política interna. Encontramos allí algunas curiosas constataciones. La primera es que los principales logros diplomáticos argentinos en relación con el reclamo de la soberanía arrebatada en Malvinas ?su reconocimiento en las primeras asambleas generales de la ONU en 1945/46, las Resoluciones 1.514 (1960) y 2.065 (1965) y la propuesta británica de condominio sobre las islas (1974)? se alcanzaron durante los únicos gobiernos civiles electos que hubo entre 1945 y 1976, todos ellos derrocados por las Fuerzas Armadas en colusión con los factores de poder económico y aliados civiles: Perón, Frondizi e Illia y el tercer gobierno peronista.
Quienes tuvieron a su cargo llevar a buen puerto esas negociaciones y representar al país en el exterior debieron actuar permanentemente condicionados e influidos por los sectores nacionalistas más recalcitrantes, tanto civiles como militares, que se arrogaron la custodia de nuestra soberanía nacional mientras la hipotecaban en arreglo a sus negocios e intereses. Allí encontramos a personajes del más neto cuño conservador que, sin embargo, se abrieron paso dentro de una diplomacia maniatada por el poder militar y las disputas internas facciosas: Miguel Cárcano, Mario Amadeo, Bonifacio del Carril, Carlos Ortiz de Rozas.
Del otro lado quedaron quienes tuvieron una principal responsabilidad histórica por el desastre del '82, junto con los jefes militares que consideraron agotadas las vías de la negociación y echaron por la borda todos los avances que se habían logrado: Nicanor Costa Méndez y Roberto Alemann, canciller y ministro de Economía de la dictadura encabezada por Galtieri. La segunda constatación remite a una historia que se puede demarcar, a partir de la bisagra que representa 1982, en dos etapas de similar extensión: los primeros treinta años, desde comienzos de la década del '50 hasta el 2 de abril del '82; y los últimos treinta años, desde aquel fatídico 14 de junio del '82 hasta nuestros días.
Podríamos también dibujar una línea que acompaña a los primeros treinta años; la de un país que había perdido el hilo y el tren de la historia, disociando por completo su política exterior de su política nacional, bajo sucesivas doctrinas de guerra interna e hipótesis de conflicto externo; y otra línea a partir de 1983, cuando se abre la posibilidad de una confluencia entre los principios e intereses nacionales y la soberanía popular; entre la política nacional y la política exterior. Si observamos las décadas que precedieron al 2 de abril de 1982, pese a la inestabilidad, los antagonismos y las grandes fluctuaciones políticas, es posible encontrar a una misma clase dirigente en el centro o en las adyacencias inmediatas del manejo de nuestras relaciones con el mundo. En tales círculos, la reivindicación territorial de las Malvinas formó parte de preocupaciones permanentes y criterios disímiles para encararla.
Caracterizadas personalidades del establishment diplomático cumplieron destacadas misiones en el exterior al tiempo que debieron responder, puertas adentro, a los distintos juegos de poder, conjuras e intrigas palaciegas y golpes de Estado. En los últimos treinta años se escribió y se hizo mucho más sobre ?y por? las Malvinas que en los primeros treinta. Más actores, perspectivas, argumentos y pronunciamientos; más acciones diplomáticas y más producción historiográfica. Los 74 días del conflicto armado siguen siendo una cantera inagotable de enseñanzas además de habernos dejado 650 héroes caídos en la guerra y el camino más despejado para la recuperación democrática y la revisión crítica y jurídica por las responsabilidades del terrorismo de Estado. Sin embargo, se logró menos en relación con Malvinas en los últimos treinta años que en los primeros treinta, y esa es también una consecuencia de los daños infligidos y autoinfligidos. Por eso, los principales mástiles a los que nuestra acción diplomática debe aferrarse siguen siendo los mismos que entonces: la línea Perón-Frondizi- Illia nos remite al curso de la historia que abandonamos el 2 de abril del '82 y no hubo desde entonces, una línea Alfonsín-Menem-Kirchner que pudiera traspasar el mojón que dejó asentada la Resolución 502 del 3 de abril; aquella que señaló a la Argentina como país agresor.
El neocolonialismo existe pero no excusa las propias ineptitudes y omisiones. Ser consecuentes con lo mejor ?y no lo peor? de nuestra tradición diplomática, desoír los cantos de sirena, las trampas del nacionalismo vetusto y la igualmente rancia genuflexión o resignación frente a los poderosos, de ayer o de hoy, y sostener con firmeza una diplomacia creativa y proactiva, en el marco de un multilateralismo multidimensional y una geopolítica integracionista a nivel regional. No tanto ni tan poco es lo que merece la recordación de Malvinas durante estos dos meses que nos permitirán revivir una Argentina que a partir de aquella derrota pudo reencontrarse de otro modo consigo misma.
(De la edición impresa)