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Miguel Pichetto, el hooker del peronismo

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02 octubre de 2018

por Joaquín Múgica Díaz

Una figura clave para cualquier armado que quiera consolidarse en el espacio que no ocupan Cambiemos ni el kirchnerismo

El rugby es uno de los deportes de equipo donde el compañerismo queda expuesto de forma muy concreta. Un juego donde la fricción es permanente y la fuerza es una de las herramientas principales para cambiar la historia de los partidos. Si a esas características se les suma una buena estrategia y la capacidad de manejar las emociones en los ochenta minutos que dura un encuentro, es probable que el resultado sea positivo o, al menos, esté cerca de serlo.

En un equipo de rugby una de las figuras que resalta es el hooker. Tiene un aspecto diferente a la mayoría de sus compañeros porque suele ser tener espalda ancha, poca estatura y un cuerpo más desarrollado. Además, hay una instancia del juego en la que es fundamental. En el momento del scrum el hooker está en el centro de la formación, es uno de los jugadores que hace más fuerza para empujar a sus rivales y el que tiene la misión de tirar la pelota hacia atrás para que sus compañeros la puedan jugar.

Miguel Pichetto tiene algunas similitudes con un hooker. Sobre todo, por la función que cumple dentro de su equipo, ese peronismo dialoguista por el que trabajan cada vez más dirigentes para poder fortalecerlo de cara a las elecciones y del que senador nacional es uno de los voceros. El dirigente rionegrino es uno de los que más empuja el armado federal tanto en el campo político como en el legislativo. Mantiene la autonomía en la Cámara alta y eso le permite ser un eslabón determinante en cada negociación con el gobierno nacional. Es reconocido por sus pares y por los adversarios políticos por su capacidad de liderazgo. Esas características lo transforman en un peso pesado dentro del peronismo.

La importancia de Pichetto dentro de un esquema político no es nueva. Fue uno de los hombres clave dentro del kirchnerismo y desde que comenzó la gestión de Cambiemos es el dirigente que sabe identificar bien la moneda de cambio y los momentos exactos en los que la negociación debe acelerarse o detenerse. Es, en ese sentido, un tiempista de buenos modales que siempre busca ganar poder real. Un equilibrista entre luces y sombras.

Desde que comenzó el año insiste en que el peronismo debe trabajar en la construcción de una alternativa electoral que pueda competir como una tercera posición. Fue el primero que por lo bajo trabajó en el convencimiento de los principales dirigentes para que levantaran el perfil y mostraran en público sus ambiciones. Pichetto se convenció que para ser competitivo en 2019 el peronismo tenía que construir un candidato con tiempo y decisión. Moldearlo, hacerlo conocer, curtirlo frente los dardos oficiales y kirchneristas, y prepararlo para la batalla electoral. Ese proceso está a medio transcurrir.

El lanzamiento de su candidatura en el teatro Metro de La Plata fue una doble señal. Una provocación. Se convirtió en un mensaje claro para el gobierno nacional, al que no le dejó dudas sobre la imposibilidad de cerrar un acuerdo con el kirchnerismo, y un llamado de atención para dirigentes de la talla de Sergio Massa, uno de los pocos con intenciones de competir el próximo año, que se mantenía en el más estricto silencio. El senador puso la cara en los medios y repitió en más de una oportunidad que para el espacio que se estaba generando era necesario que sus dirigentes se muestren. Un mes después el líder del Frente Renovador asomó la cabeza y volvió a hacer escuchar su acento característico.

Así como en el peronismo respetan la figura de poder que ha sabido construir Pichetto, en el kirchnerismo le bajan el precio a su rol en el Senado. La pelea de fondo con Cristina Kirchner explica gran parte de la postura de ese sector con respecto al legislador. Para entender ese enojo basta con un ejemplo sencillo. En territorio K están convencidos de que al rionegrino le gusta quedar en el lugar de garante de la libertad de la ex presidenta, pero que en realidad su poder de fuego para convencer a los senadores de respaldar la quita de fueros frente a los pedidos de la Justicia es menor del que dice tener.

Pichetto dice que es la voz de un bloque de senadores y de un grupo importante de gobernadores del PJ. En gran medida tiene razón. Pero no todos los mandatarios forman parte del esquema que el senador, aunque sus legisladores participen del mismo interbloque que el rionegrino conduce.“ Lo importante es la relación de Cristina con los gobernadores. Esa es la verdadera garantía”, reflexionan muy erca de la ex jefa de Estado. Cuentan con la garantía que les da el vínculo muy cercano con los gobernadores Lucía Corpacci (Catamarca), Gildo Insfrán (Formosa) y Carlos Verna (La Pampa). De esa forma, estiman, el jefe de la bancada peronista es solo un intermediario que cree tener más poder de decisión que el que realmente tiene.

La relación entre Cristina y Pichetto es gélida y formal. Solo se cruzan por los pasi

llos del Congreso y evitan mirarse. La tensión entre ambos queda expuesta cada vez que sus cuerpos están cerca o sus discursos parlamentarios perforan el ego del otro. Esa histórica relación comenzó a desgastarse después de la elección para gobernador que el senador perdió en Río Negro en el 2015. El oficialismo de entonces lo dejó solo ante la derrota y Pichetto nunca se los perdonó. La llegada al poder de Mauricio Macri lo encontró al rionegrino cambiando la piel dentro de su hábitat de supervivencia. El día que terminó de cerrar con el gobierno de Cambiemos el respaldo a la negociación con los holdouts, se convirtió en enemigo público del kirchnerismo.

Una frase de su extenso discurso el día que se llevó a cabo aquella votación muestra con claridad el cambio de rumbo que decidió el senador. “Yo he recuperado la capacidad de pensar y reflexionar y de decir lo que realmente pienso. Ya no estoy atado por las obligaciones que me determinaba ser gobierno y oficialismo”, dijo en el recinto. Con pocas palabras convirtió su adhesión al kirchnerismo en pasado. Cada uno de sus movimientos fue una señal para la gestión de Macri. En el Gobierno siempre supieron que era él con el que deberían negociar para que los proyectos más importantes avancen con el respaldo del peronismo. No se equivocaron.

En esta etapa preelectoral se convirtió en uno de los motores del peronismo y endureció su postura con respecto al espacio que integró durante tantos años y al que en este tiempo considera una“ fuerza de centro izquierda”. Empujó el nuevo proyecto buscando respaldos internos, marcando diferencias públicas y acercando posiciones entre gobernadores. Trabajó para el equipo y para sus intereses personales. No será el candidato a presidente del peronismo. Posiblemente tampoco integre una fórmula. Pero seguirá trabajando para mantener su rol activo de estratega y nexo de calidad. Como el hooker, es consciente de sus limitaciones y jugará en equipo para ganar. Porque solo no puede. Porque su importancia en el escenario también depende de los actores que lo rodeen y de la versatilidad que tenga para reacomodarse a la realidad. Esa materia ya la aprobó muchas veces.

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