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Modelos de transición política

12 noviembre de 2013

(Columna de Alejandro Bonvecchi)

Un repaso histórico muestra las distintas maneras en las que podrían transcurrir los próximos dos años

La transición hacia un nuevo gobierno que ha comenzado con las últimas elecciones podría desarrollarse de al me - nos tres modos. Uno, ordenado desde arriba, en el cual el gobierno saliente organiza la competencia interna de su partido para maximizar sus chances de victoria en 2015 y entregar en condiciones la administración al triunfador de su primaria. Otro, ordenado desde abajo, en el cual las facciones del partido gobernante imponen al vértice las formas de la competencia y las condiciones de salida del poder. Y un tercero, ordenado desde afuera, en el cual las ofertas opositoras plantean condiciones de competencia y salida del poder que el partido gobernante se encuentra forzado a aceptar.

El examen de los recursos y las preferencias de los actores sugiere que, a diferencia de transiciones pasadas, ninguno de los jugadores tiene aún poder suficiente para imponer sus condiciones.

Una transición desde arriba sólo puede ser orquestada por un gobierno poderoso: con un presidente popular, una economía en crecimiento y un partido alineado bajo su liderazgo. Estos tres factores se refuerzan mutuamente para fortalecer la capacidad de coordinación del vértice e incentivarlo a evitar toda lucha interna destructiva y a gestionar la economía con prudencia para solidificar tanto su legado como su dominio sobre el sucesor.

La historia argentina ofrece ocho casos exitosos de este modelo de transición: Roca en 1886 y 1904, Figueroa Alcorta en 1910, Yrigoyen en 1922, Justo en 1931 y 1937, Kirchner en 2007 y Fernández en 2011. Y tres casos fracasados: Ortiz en 1940, Castillo en 1943 y Alfonsín en 1989. En los casos exitosos se cumplieron las tres condiciones del gobierno poderoso; en los fracasados, fallaron: Ortiz era popular pero no era líder de la Concordancia y la economía estaba en problemas; Castillo presidió una economía en mejores condiciones pero era impopular y la Concordancia se deshacía; Alfonsín era el líder de la UCR pero era impopular y la economía estaba en caída libre.

Una transición desde abajo requiere facciones más poderosas que el gobierno: con líderes populares, organizaciones sólidas y margen para distanciarse creíblemente de una gestión que, por definición, está en problemas. La popularidad de los liderazgos y la solidez organizativa dan a las facciones bases para encarar la competencia electoral; el distanciamiento creíble de la gestión les permite aspiprar a representar a los descontentos; y la competencia faccional fuerza al gobierno a gestionar con prudencia para maximizar sus chances de victoria. La historia argentina sólo ofrece un caso exitoso de este modelo de transición: el justicialismo en 2003. Y cinco casos fracasados: el autonomismo en 1892 y 1916, la UCR en 1928, la UCRP en 1963 y el PJ en 1999. En 2003 se cumplieron las condiciones: Menem y Rodríguez Saá pudieron rivalizar con Duhalde y Kirchner en popularidad y organización, tuvieron margen para distanciarse creíblemente de la gestión, y forzaron al gobierno a gestionar la economía y la campaña con prudencia. En cambio, en 1892 y 1916 las facciones no tuvieron liderazgos sólidos ni margen para distanciarse de una gestión en caída; en 1922 los antipersonalistas y en 1963 Illia pudieron distanciarse pero no tuvieron organización ni liderazgo; y en 1999 Duhalde tuvo el liderazgo pero no la organización ni el margen de maniobra.

Una transición desde afuera necesita una oposición competitiva: con liderazgos y organizaciones sólidas, y programas creíbles y diferenciados en los aspectos problemáticos de la gestión gubernamental. Las tres condiciones se retroalimentan para tomar control de la agenda, dividir al partido de gobierno entre los defensores del statu quo y quienes proponen adaptarse para competir, y captar el voto de los descontentos. La historia argentina ofrece cuatro casos exitosos de este modelo de transición: Frondizi en 1958, Alfonsín en 1983, Menem en 1989 y la Alianza en 1999. Y cinco casos fracasados: la Unión Democrática en 1946, la UCR en 1951, el Frejuli en 1973 y las oposiciones en 2007 y 2011. En los casos exitosos se verificaron las condiciones; en los fracasados, fallaron: la Unión Democrática no tuvo liderazgos ni programa creíble; la UCR tuvo liderazgo y programa pero no organización; el Frejuli tuvo liderazgo pero no organización cohesionada ni programa creíble; y las oposiciones de 2007 y 2011 no cumplieron ninguna condición.

La transición que se inicia amenaza escapar de los modelos. El Gobierno es institucionalmente poderoso por la popularidad presidencial, los poderes de veto y decreto y el tamaño de la coalición legislativa, pero su gestión y su liderazgo partidario están en problemas. Las facciones del partido gobernante tienen líderes populares pero ninguna tiene aún una organización sólida de alcance nacional y sus líderes tienen problemas para distanciarse creíblemente de la gestión oficial. Las oposiciones tienen liderazgos con potencial de solidez pero sus organizaciones son débiles y carecen todavía de programas creíbles. En estas condiciones, es mucho el riesgo de que la transición no sea organizada por nadie y, por consiguiente, de que su trámite resulte caótico.

Hay, no obstante, chances de evitar una transición caótica ?pero exigen de los actores cambios que podrían no querer o poder realizar?. El Gobierno podría modificar su política económica para tratar de mejorar su posición en el partido; pero como los costos de ese cambio podrían ser altos y el timing de los frutos incierto, quizá sólo haga modificaciones marginales. Massa y Scioli seguro intentarán extender sus organizaciones y distanciarse más creíblemente del Gobierno; pero el primero tendrá pocos recursos para competir con los que el Gobierno distribuirá entre la dirigencia peronista para evitar su fuga, y el segundo tendrá dificultad para balancear diferenciación y obtención de recursos. Las oposiciones ya trabajan para reducir sus carencias, pero Macri difícilmente pueda extender su organización cuando el peronismo ofrece candidatos competitivos de perfil similar, Carrió y Binner chocarán contra el límite de una UCR con mayor arraigo y candidatos propios, Cobos tendrá problemas para remontar su imagen negativa y la desconfianza de sus potenciales socios, Sanz deberá batallar con su escaso conocimiento público y la imagen de ingobernabilidad del radicalismo y, todos ellos, deberán navegar un clima de incertidumbre económica y conflictividad política que complicará la articulación de un programa opositor claro y creíble.

De los tres modelos, el de la transición desde arriba asoma, entonces, como el menos probable. Para que la transición sea desde abajo, Massa y Scioli necesitarían acordar una competencia dentro del peronismo para así limitar en conjunto el daño que el gobierno podría realizar a sus chances. Para que la transición sea desde afuera, el panradicalismo debería converger rápidamente en una coalición con reglas y programas claros ?para reducir fugas de votos y dirigentes hacia Macri y Massa, y así mejorar su competitividad?. Pero de ocurrir esto, quizá Scioli y Massa se vean incentivados a una primaria y habrá que pensar otro modelo de transición. La suerte, aún, no está echada.

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