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Novelas políticas del verano

30 enero de 2012

El personalismo extremo pone en riesgo la salud de la vida democrática.

En “El corazón de la Nación. Ensayos sobre política y sentimentalismo” (Fondo de Cultura Económica), la profesora estadounidense Lauren Berlant, lingüista de la Universidad de Chicago dedicada a estudios culturales, describe críticamente la tendencia al folletín popular que se ha consagrado como una suerte de “sentimentalismo nacional” en el centro del debate político. Se trata de un fenómeno que trasciende las fronteras y aparece como una vuelta de tuerca más a la llamada “farandulización de la política” de la que se hablaba hace dos décadas: una retórica de promesa y proyección que se construye atravesando diversos campos de diferencias sociales, mediante canales de identificación afectiva y de empatía con los principales personajes públicos y líderes. Esta sentimentalidad tiende a producir la fantasía de la desaparición o suspensión momentánea de las desigualdades y distancias entre quienes manejan los hilos del poder y los consumidores de estas historias en las que se cuenta lo que ocurre en el escenario y la trastienda del poder. La socióloga mexicana Rossana Reguillo, por su parte, relaciona los diversos manejos de esas “emociones primarias” ?el miedo, la esperanza, la ira, la felicidad? y su rearticulación social en clave política y, junto con Berlant, invita a cuestionar la poderosa creencia en los efectos positivos de estas identificaciones colectivas con episodios nacionales de corta duración pero alta intensidad.

Vienen muy a cuento estas lecturas para analizar las derivaciones pasionales de la micropolítica nacional en este verano caliente. No se trata de establecer relaciones forzadas entre el estado de salud de la Presidenta ?tema de genuina preocupación colectiva que derivó en una insólita novedad, la medicalización del debate? y las otras dos noticias luctuosas que empañaron el inicio de su segundo mandato. Las muertes de un flamante y jóven secretario de Estado, Iván Heyn, y del también flamante gobernador de Río Negro y veterano dirigente peronista Carlos Soria, tienen una sola cosa en común y es que se trató de hechos trágicos de índole privada que impactaron con obvias resonancias sobre el escenario público. Estos, como la controversia sobre el diagnóstico del cáncer que finalmente no tuvo Cristina, obligaron al Gobierno a elaborar una rápida estrategia comunicacional de respuesta. Completa la secuencia, en un nivel menor, el anillo de 250 mil dólares en el dedo del juez Oyarbide, motivo de un nuevo escandalete con atractivo mediático ¿Es que estamos teniendo un claro discernimiento de dónde empieza y dónde termina la línea imaginaria y cada vez más desdibujada que separa “lo público” de “lo privado”? ¿La tienen quienes ?en pleno ejercicio de altas responsabilidades públicas? han venido haciendo en los últimos años cotidiana exposición de sus más íntimos pensamientos, reacciones chabacanas e impulsos emocionales a través del Twitter, desde que se despiertan hasta que se acuestan? ¿Algo tendrá que ver con en este clima de época y con el tratamiento que se le brinda a estos acontecimientos la colusión entre la política de comunicación del

gobierno y la lógica del entretenimiento que se ha introducido como un engranaje lubricado de las grandes cadenas de la información, que se deben nutrir de noticias de alto impacto y espectacularidad; algo que intenta disimular el declarado antagonismo del gobierno con los medios no afines?

La retórica del kirchnerismo se plantea como crítica y víctima de esa lógica de “los medios”, pero en la práctica muestra que la ha hecho propia, tanto para ejercer su defensa y contraataque sobre la ciudadela informativa, como para generar su propia narrativa y agenda informativa, con sus propios reality shows, personajes estrella y réplicas espectaculares. Señala Berlant que “al identificar la sociedad de masas con esa cosa denominada 'cultura nacional' estos vínculos sentimentales e intimidades transpersonales sirven, con excesiva frecuencia, como escudos y recursos de legitimación, incontestables para sustentar el campo hegemónico”.

No se ha descubierto con esto algo nuevo, por cierto. Son técnicas y estrategias de comunicación política ya adoptadas por los neoconservadores de los años '90: el abarrotamiento de información secundaria es lo que mantiene a las audiencias ocupadas mientras las elites se ocupan de las complejas tareas del gobierno y la economía; por ejemplo, la “racionalización” de las tarifas públicas y la reconversión de la política de subsidios. Menem entendió hace veinte años lo mismo que el segundo gobierno de Cristina está reflejando en nuestro tiempo. La desmesurada personalización de la política, el predominio de las situaciones inmediatas y de las

retóricas apasionadas y pasionales por sobre el cultivo de la templanza, sumados a la utilización de las redes sociales como esfera central de la comunicación entre los políticos, los medios y los ciudadanos, pueden también causar extravíos y estragos. La constante interpelación emotiva a la hora de impulsar o frenar proyectos, el desplazamiento de la esperanza siempre hacia un futuro promisorio o un pasado glorioso y, en contraposición, su emplazamiento en actores políticos específicos, depositarios de todos nuestros sueños y desvelos, deberían también llamar a reflexiones más serenas.

Hacemos propio, para terminar, el interrogante del español Ignacio Sánchez-Cuenca, autor del libro Más democracia, menos liberalismo (Katz editores), en reciente nota publicada en El País: “¿Es una aspiración desmedida acabar con la retórica de la contundencia, eliminar el matonismo verbal y reclamar argumentos y datos como materiales básicos del debate político?”.

(De la edición impresa)

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