(Columna de Débora Lopreite, PhD en Políticas Públicas de Carleton University, Ottawa)
La resurrección del Partido Liberal de Canadá comenzó a gestarse en el 2013 con la elección como líder de Justin Trudeau, hijo mayor de una de las figuras políticas más emblemáticas de Canadá, Pierre Trudeau, primer ministro entre 1968 y 1984. Muchos miembros del partido entendían, sin embargo, que el liderazgo le había llegado demasiado pronto. Era visto como un político joven simpático y un orador convincente, pero al que le faltaba sustancia. Dentro del propio partido se lo criticaba por no profundizar en sus ideas ni debatir sobre políticas concretas.
Entre enero y junio de este año, las encuestas reflejaban un repunte significativo del Partido Liberal en Ontario y en las provincias de la costa atlántica, pero también mostraban un sólido primer lugar para el NDP en Quebec bajo el liderazgo de Thomas Mulcair. Varios analistas dudaban que Trudeau pudiese revertir la situación. Sin una base sólida de distritos francófonos en Quebec, los liberales no podrían ganar las elecciones y, tal vez, ni siquiera formar la oposición oficial. Con la derecha unificada y la izquierda fragmentada podía reproducirse la situación de cuatro años atrás, que posibilitó la mayoría a Stephen Harper. En 2011 los antiguos votantes del Bloc Quebecois se habían volcado al NDP de Jack Layton, quien capitalizó el descontento popular con los liberales y el Bloc, obteniendo 59 de las 75 jurisdicciones. En ese momento el NDP sintetizaba una preferencia histórica de la población de Quebec: la vindicación de un generoso Estado de Bienestar con el reconocimiento de la soberanía quebecois y su derecho a la autonomía.
Quebec fue la provincia más disputada en estas elecciones, no sólo por su tamaño, sino también por la particularidad del debate público que la diferencia del resto del país. El Partido Liberal no obtenía allí una mayoría de votos desde 1984, durante el período de Pierre Trudeau, quien combatió y ganó a los separatistas de Quebec. Durante la década del '90, el Partido Liberal nunca ganó en esa provincia, siempre liderada por el Bloc Quebecois. En el 2000, Chrétien obtuvo un Gobierno de mayoría con sólo 36 escaños en Quebec frente a los 38 del Bloc porque sus liberales ganaron la asombrosa cifra de 100 escaños en Ontario, posible gracias a la división de los conservadores.
A mediados de este año el verdadero desafío para los conservadores parecía provenir del NDP. Además de las encuestas que reflejaban que seguían estando por encima de los liberales, en mayo Rachel Notley del NDP ganó la gobernación de Alberta, terminando con una larga historia de predominio conservador.
Frente a este escenario, Justin Trudeau necesitaba algo más que su apellido para convertirse en la verdadera alternativa al Partido Conservador. Necesitaba candidatos y propuestas fuertes. Debía captar votos en Quebec sin alienar a los indecisos en otras jurisdicciones. Con una maquinaria partidaria muy aceitada como no se había visto en años, Trudeau realizó una campaña agresiva a favor del cambio, llamó a los canadienses a ponerle fin a la era conservadora, y se presentó con vehemencia como el único líder capaz de ponerle un freno al Gobierno autocrático, centralista y conservador de Harper.
Las políticas impopulares de Harper y las ambivalencias de Mulcair durante la campaña, que quedaron expuestas en el debate francófono, favorecieron a Trudeau, quien apareció como un líder confiable para los canadienses, tal como varias encuestas relevaron en septiembre. Por cierto, durante los dos meses y medio que duró la campaña, realizó más de 16 promesas electorales, algunas de ellas muy arriesgadas, como modificar el sistema electoral, restablecer servicios públicos eliminados por Harper, aumentar el gasto en infraestructura para generar empleos y reducir impuestos a la clase media, aún a costa de gobernar con las cuentas en déficit. Criticó el endurecimiento de las normas migratorias y defendió el multiculturalismo. Por el contrario, Mulcair colisionó con la preferencia de los votantes en temas claves. Fue el blanco del ataque de sus dos oponentes en el debate francófono. Pareció un conservador fiscal frente a Trudeau y, en contra de los deseos de los nacionalistas de Quebec, condenó la Ley Harper que prohíbe el uso del hijab durante las ceremonias de ciudadanía.
El día de las elecciones, Trudeau terminó con más de 10 años de voto castigo en Quebec, que fue sede de los casos de corrupción que llevaron a la derrota a Paul Martin y a los Tribunales a Jean Chrétien. Los candidatos liberales ganaron 40 de los 74 distritos. Además, los liberales triunfaron en las provincias de la costa atlántica, liderando o ganando los 32 distritos en esas provincias, donde Harper nunca fue muy querido. En Ontario, los liberales ganaron en Toronto y sus áreas suburbanas que los liberales habían perdido a manos de los conservadores en el 2011. Aquí fue crucial el voto de la población inmigrante en quien Trudeau se concentró. Después de una década el Partido Liberal volvió a ganar Ottawa y sus alrededores. Si bien las provincias de Alberta, Saskatchewan y Manitoba se mantienen conservadoras, los liberales ganaron distritos claves en las áreas urbanas. Trudeau concentró sus esfuerzos en los votantes urbanos, en Edmonton, Saskatoon, Winnipeg y Calgary, donde desde 1968, época conocida como la Trudeaumania, ningún liberal fue elegido. En British Columbia, los liberales recuperaron muchos escaños a expensas de los conservadores, mientras que el NDP mantuvo sus bancas y el Partido Verde renovó su única banca en el Parlamento.
Los liberales pasaron de tener sólo 34 bancas en 2011 a 184, 14 más de las necesarias para formar Gobierno, el mayor número de escaños obtenidos por un partido desde 1984, hacia el fin de la era de Pierre Trudeau. 30 años después pocos imaginaban que el Partido Liberal saldría del ostracismo político al que los votantes condenaron de la mano de un nuevo Trudeau.