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PRO, un paraíso sin disidencias

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09 febrero de 2016

(Columna de Pablo Ibáñez)

La ausencia de disidencias en el planeta amarillo es un rasgo de origen. A Macri no le brotó, ni parece que vaya a ocurrir, un Domingo Mercante como a Juan Perón o un Eduardo Duhalde como a Carlos Menem.

En un diciembre de 2015 paralelo, ucrónico, tres presos ¨célebres¨ se fugan de una cárcel bonaerense y detonan la primera crisis entre el gobernador Aníbal Fernández y el presidente Daniel Scioli, que viajó unos días a Italia: para hacerse curaciones en las heridas de su brazo amputado y, de paso, descansar unas tardes en la mansión de Fabio Buzzi en el Lago Di Como.

En Buenos Aires (en ese diciembre de triunfo peronista que no fue) está activo Sergio Berni, ministro de Seguridad sciolista que, por indicación presidencial, “da apoyo” formal pero deja que el procedimiento lo maneje, por su cuenta y orden, María E. Vidal con la Policía bonaerense y ?hagamos futurología retroactiva? Pablo Paladino, como ministro y jefe político de fuerza.

La lectura inevitable apuntó a que el peronismo empezó a discutir la sucesión del 2019. O, con detalles nominales y de ismos, que debe traducirse como el fin de tregua para la convivencia entre el sciolismo y el cristinismo.

Pero la fuga, triple y papelonera, ocurrió con Mauricio Macri como Presidente, reposando en Villa La Angostura, Vidal de novel gobernadora y dos políticos, Patricia Bullrich y Christian Ritondo, como ministros de un tema sinuoso como la seguridad.

Más allá de las interpretaciones sobre la fuga, el dato más novedoso es que Vidal estuvo, durante la primera semana, sola ante la inmensidad de una provincia que conoce poco y frente a un mundo, o submundo, que habitaban ?como para buena parte del macrismo soft? leyendas urbanas o informes de Power Point de Eugenio Burzaco.

Macri recién anotó el episodio como un expediente delicado a partir de la balacera de Ranchos porque la escalada amenazó con dañarlo. Por eso, allí intervinieron las fuerzas federales y Bullrich y Burzaco se sentaron a la mesa de operaciones con Vidal y Ritondo. Lo bonaerense, cuando amagó a extender su mancha venenosa, pasó a ser federal. Rigió el mandamiento único de Marcos Peña: “¿Lo afecta a Mauricio?”. Es el principio de todo para el jefe de Gabinete, el comes domesticorum del PRO.

Algo falló: Macri se mantuvo al margen durante toda la crisis y cuando intervino lo hizo mal, para celebrar, erróneamente, la triple captura de uno solo de los prófugos. Fue allí cuando intervino la magia duranbarbista y orientó el costo de los tropiezos y desacomodos hacia Bullrich.

En todo el proceso, el macrismo internalizó la hipótesis de un complot de comisarios, tránsfugas y políticos para marcarle la cancha al nuevo Gobierno. Frente a esa versión de agresión externa no hubo reproches ni tensiones, ni siquiera entre Bullrich y Burzaco, que se llevan poco y lo poco que se llevan se llevan mal.

El episodio de la fuga puso a prueba un rasgo genético del macrismo: en el planeta Macri no hay, o no se permiten, disidencias. Hay, a veces, enfoques diferentes pero que esos trasciendan son entendidos por el Presidente como una herejía. Una prueba: en los últimos años, Carlos Grosso participó casi secretamente de la mesa chica del macrismo y recién en la furia de la campaña, el dato apareció públicamente y, dicen en el PRO, no por una fuga interna.

La sucesión de papelones y errores, los excesos de protagonismo y la visibilidad no recomendada en asuntos de seguridad ?a Vidal le avisaron, tarde, que no vaya a operativos antidroga que alguna vez Ricardo Casal detectó “montados”? no produjeron, en público, desencuentros en el mundo PRO. Tampoco los hubo ante los DNU cuando se impuso el criterio político ?construir poder de manera brutal, avisarle a Ricardo Lorenzetti y al peronismo? a la tesis republicanista de la corrección. Solo Germán Garavano, porque la operación no emergió de su oficina, consideró que no le parecía el formato ideal, aunque era legal, nombrar cortesanos por decreto.

RASGO DE ORIGEN

La ausencia de disidencias en el planeta Macri es un rasgo de origen. En septiembre de 2015, en una nota que escribí en el estadista(cfr. “Variaciones sobre un macrismo sin Macri”), repasé una particularidad del candidato del PRO que tempranamente rehuyó del abrazo del PJ (que lo sedujo para peronizarlo y hacerlo candidato en principios del 2000) para armar su propio partido y su propio ismo.

Fue una comparación odiosa para el peronismo lo de plantear que Macri es macrista como Perón era peronista, es decir creador y jefe de su propio espacio político con el que, como Perón, Macri llegó a Presidente. Fue, finalmente, lo que ocurrió aunque eso, cinco meses atrás, parecía casi cienciaficción.

La novedad, ya con el jefe del PRO como Presidente y con otros PRO en PBA y CABA, es que no hay novedad: en su entorno todo es macrismo. A Macri no le brotó, ni parece que vaya a ocurrir, un Domingo Mercante como a Perón o un Eduardo Duhalde como a Carlos Menem.

La disidencia individual más ruidosa que soportó el jefe del PRO fue la determinación de Gabriela Michetti de ser candidata a jefa de Gobierno a pesar de que Macri eligió explícitamente a Horacio Rodríguez Larreta. Fue un duelo de obstinaciones y, en cierto modo, los dos ganaron: Michetti es vicepresidente y Macri salió fortalecido de una apuesta difícil como era coronar como sucesor a una figura con tanta habilidad y voluntad como falto de carisma como Larreta.

Mirado a la distancia, más allá de que Michetti varias veces le dijo que no a Macri ?lo hizo también en 2013 cuando la impulsaron como candidata a diputada nacional por Buenos Aires, negativa que empujó al jefe del PRO a un pacto incómodo con Sergio Massa?, se redondeó como un gesto de autoridad y osadía de Macri.

La disidencia sectorial, y si se quiere conceptual, fue del staff político del macrismo que tiene de fronting a Emilio Monzó pero donde habitan, entre otros tantos, Federico Pinedo y Rogelio Frigerio. El ex presidente del Banco Ciudad corona una paradoja y una virtud: es un economista al frente de la cartera política y, a pesar de eso, se recorta como la figura más política de un gabinete plagado de economistas y CEO.

Frigerio opera en tándem con Monzó, ex intendente de Carlos Tejedor y ex ministro sciolista, actual jefe de la Cámara de Diputados, que fue el lazarillo que llevó a Macri al prolífico acuerdo con la UCR pero, también, el promotor más intenso del fallido pacto con Sergio Massa. Aquel desencuentro entre el Presidente y el candidato a presidente, entre desprecios y furias privadas, es el sedimento inmóvil de la foto que ahora los muestra juntos pero distantes. El estado natural de la relación entre Macri y Massa es la riña y la desconfianza, buscadores de oro detrás de la misma veta dorada.

El ala política suma, hasta ahora, casi todas derrotas en el micromundo PRO. Cada tanto, Nicolás Caputo, el empresario y amigo histórico de Macri, desliza en mesas con empresarios y funcionarios que no se habría llegado a la Casa Rosada sin el scrum político que expresa Monzó. Pero no debe leerse como un elogio al bonaerense sino una advertencia a los paladines del “todo es comunicación” y, en particular, Peña.

Pero el ala política ?es una rareza hablar de que son un sector dentro de un espacio político? son abiertamente minoritarios y han perdido en estos años casi todas las pulseadas. Sobre Macri se suele decir que sabe de poder pero no sabe de política. Aunque aparecen entrelazados se trata de dos oficios diferentes. Es un dictamen contaminado por los que se presumen profesionales de la política y esconde otra definición: Macri desprecia la política y desprecia a los políticos.

Esa característica es un insumo, con otros elementos, de la matriz del bajo índice de disidencias en el PRO: el jefe es un CEO y el CEO es quien dispone la hoja de ruta. El poder se administra, la política se conduce. Macri fue, hasta acá, un delegador de tareas y decisiones, fijó un marco general y dejó que los suyos avancen. Lo notable es que ?y en esto incide Peña, como un ministro de ministros?, sin estar encima de cada expediente, el estilo Macri se expresa en todos los segmentos del Gobierno. Sólo Elisa Carrió, socia de Cambiemos, desentona en ese mundo monocolor. “Lilita”, a quien Macri le debe haber detonado UNEN para empujar al radicalismo a un pacto con el PRO, opera según sus propias reglas y criterios, y constituye la dosis necesaria de ruido interno, como un simulacro de disidencia.

¿Vendrá un tiempo de tensiones y disidencias cuando se agote el período de gracia, cuanto termine la luna de miel? En el macrismo fijan ese período en marzo y gira en torno a las paritarias, cuando empiecen a notarse aumentos de servicios y productos y se vaya descascarando, de a poco, el argumento de la herencia recibida. Habrá que ver: Néstor Kirchner siguió, durante años, culpando de los males del país a Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Duhalde. Para no atentar contra sus propios argumentos, decía que había sacado al país del infierno pero todavía estaba en el purgatorio. Estar en el paraíso hubiese implicado responsabilizarse enteramente de cualquier episodio que altere esa paz.

El macrismo vivió estos años en un paraíso sin disidencias. Latió, durante mucho tiempo, al ritmo de un plan conservador: que solo contemplaba la existencia de macrismo en CABA, con Rodríguez Larreta (antes Macri intentó que su heredero porteño sea Peña). A lo sumo, con viento a favor y hechos afortunados, un Presidente pero jamás con una gobernadora bonaerense.

En el concepto clásicamente peronista, la entronización de Vidal en la provincia es el germen de toda disputa por la sucesión. De allí debería brotar la disidencia futura. Larreta versus Vidal, Vidal versus Larreta.

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