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Pronósticos mancados

22 octubre de 2013

El Titanic era insumergible; el peronismo riojano, invencible y Cristina, eterna. Los vaticinios para 2015 también anticipan papelones.

"Con minoría en el Congreso, una sociedad polarizada y la economía en la cuerda floja, la Presidenta enfrenta sus últimos dos años sin vocación para la negociación política y sin perspectivas creíbles de reelección”. Eso afirmaban dos reputados politólogos argentinos? en 2010, y tuvieron el coraje de publicarlo en la chilena Revista de Ciencia Política. Como gruñía Niels Bohr, predecir es muy difícil, sobre todo el futuro.

Luis Tonelli gusta recordar que, un año antes de las elecciones presidenciales, el favorito es siempre otro. En 1982 triunfaba cualquier candidato peronista, en 1988 el presidente era Cafiero, en 1998 el vencedor surgiría entre Chacho y Graciela, en 2002 Reutemann ganaba caminandoy en 2006 todos apostaban a la reelección y no a la alternancia por vía de afinidad conyugal. La derrota bonaerense de Kirchner en 2009 dejó claro que la reelección de Cristina era imposible y que De Narváez tenía un brillante futuro político. Clarísimo. ¿Cómo culpar a quienes hoy ven a Massa presidente en 2015?

Predecir es muy difícil, y casi siempre errado. Además de la inconveniencia de pronosticar, corresponde extraer de lo precedente otra conclusión: la provincia de Buenos Aires es tan estratégica? como las demás. Aunque albergue al 38% de la población y del electorado nacional, no hay quien la unifique. Los argentinos votan en malón, y los bonaerenses no exhiben una conducta diferente del resto. Es un mito que el conurbano ponga al presidente: como máximo puede contribuir a derribarlo. Si hay un distrito con capacidades electorales diferentes, ese es la Capital Federal; pero sus veleidades electorales son escasamente contagiosas y tienen poco impacto nacional.

La provincia de Buenos Aires es un gigante descerebrado. Algunos intendentes pretenden estructurar a esa mole blanda, pero la Constitución y la economía no los favorecen. La Constitución Nacional establece sólo dos niveles de gobierno: el federal y el provincial. La autonomía municipal es reglamentada por las provincias, que fijan “su alcance y contenido en el orden institucional, político, administrativo, económico y financiero” . En otras palabras, salvo que la deleguen motu proprio, la caja la manejan las capitales provinciales y no las cabeceras municipales.

En Brasil, en cambio, la Constitución establece tres niveles de organización federal: el nacional, el estadual (o provincial) y el municipal. Los intendentes controlan el 20% de los recursos fiscales del país independientemente de su relación política con el gobernador o la presidenta. La segunda maldición para los intendentes argentinos es más coyuntural: durante turbulencias económicas, la buena gestión no garantiza buenos resultados. A diferencia de sus colegas brasileños, están condenados a sufrir la mala administración ajena, sea provincial o nacional, porque cuando falta plata arriba se cierra la canilla abajo.En síntesis, las condiciones legales y económicas no favorecen a una liga de intendentes que quiera reemplazar a la tradicional liga de gobernadores.

Este diagnóstico es correcto mientras no se transforme en pronóstico, en cuyo caso puede fallar. Predecir las consecuencias de la enfermedad presidencial tampoco es lineal. Más allá de alimentar el voto piadoso o despegar a la presidenta de la derrota, se abre una oportunidad para tomar decisiones impopulares y echarle la culpa a Boudou. A cambio, los pretendientes a la sucesión pueden ofrecerle impunidad judicial. Así, quien asuma en 2015 tendrá la bomba desactivada y el vicepresidente seguirá siendo un hombre libre.

Pero hay dos obstáculos para esta estrategia: la Cámpora y la calle (el que pensó en la Justicia es un optimista). Los jóvenes K están convencidos de su revolución y no aceptan multas ni, ahora, correctivos. La calle, por su parte, podría incendiarse si las decisiones impopulares eliminan los subsidios y blanquean el tipo de cambio, con el consecuente aumento de precios, pobreza y desempleo. El futuro es impredecible, pero el pasado enseña que los ajustes no son simpáticos ni los argentinos mansos.

Vaticinar que el próximo presidente enfrentará una tormenta económica parece obvio, aunque podría no serlo: quizás la tormenta llegue antes. En cualquier caso, como todo aficionado a la meteorología sabe, cuando el pronóstico oficial anuncia buen tiempo hay que salir con paraguas.

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