Brasil nunca pudo tener la influencia que pretendió y el poder blando que siempre tuvo, ahora se está diluyendo.
No. Durante veinte años, Brasil fingió ser una potencia emergente. Potencia significa poder, emergencia significa subir. Nos comimos el amague. Mientras Estados Unidos bajaba del 30% al 20% de la economía mundial y China ascendía del décimo al segundo puesto, Brasil se estancaba en tasas de crecimiento mediocres y su brecha con el primer mundo se mantenía intacta. Incluso empeoraba: como se puede ver en el gráfico, mientras China e India aproximaban su PIB per capita al de Estados Unidos ?aunque todavía estén lejos? Brasil y Rusia fueron para atrás. Durante el mejor período de la historia para los productores de commodities, los países que exportan manufacturas e ingenieros crecieron mientras los que exportan petróleo y soja se estancaron. Y como esa bonanza es irrepetible, el que no comió bife mientras las vacas eran gordas está condenado a ser vegetariano.
Con una economía en caída libre y un poderío militar intrascendente, la fuerza de Brasil residía en su poder blando: la capacidad de atraer y seducir por medio de su cultura y sus políticas. La cultura sigue siendo un activo brasileño, aunque su capacidad para ganar el Oscar, llegar a la final del mundial o poner un Papa está cuestionada. Y las políticas atraen menos con Temer que con Lula. El encanto se disolvió, el poder sigue ausente y el gigante de pies de barro aparece de rodillas.
Esta es la nuestra, pensó algún astuto compatriota. Es la oportunidad para que, con su nuevo gobierno, Argentina asuma el liderazgo regional que Brasil dejó vacante.
Hay dos problemas. Primero, Brasil nunca logró ser líder regional.
Segundo, Argentina.
Brasil quiso pero no pudo. Lula llegó a mencionar la ambición en un discurso, pero su canciller lo retó tanto que no volvió a hacerlo. Desde entonces habló de “facilitador” o “articulador” regional. El alarde del liderazgo derrotaba el objetivo. Pero ni aun así se acercó. Cuando inventó Unasur para sacarse a México de encima se le empezaron a retobar los vecinos. Al menos así lo vivió su gobierno, porque lo que era retobe para Brasil era indiferencia para los demás.
El caso más visible fue Venezuela, que en tiempos de Chávez y petróleo caro apoyó la nacionalización que Evo le propinó a Petrobras. Pero el más doloroso fue Colombia, el segundo país de Sudamérica, cuya guerra era apoyada por Estados Unidos y cuya paz es negociada en Cuba. ¿Brasil? Lejos, con miedo al contagio. Líder que huye sirve para otra huida.
También hubo traspiés menores. Ecuador echó a Odebrecht y no le quiso devolver un préstamo. Paraguay le destituyó a Lugo y mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán, por lo que Brasil no puede negociar acuerdos comerciales con China. Argentina y Uruguay despreciaron al Mercosur y fueron a llorar a La Haya. Y México se juntó con Chile, Colombia y Perú en la desafiante Alianza del Pacífico.
Brasil es grande en un barrio de taitas.
Y algunos en Argentina, que ya tiene un Papa y va por la ONU, quieren orinar más lejos.
La nación de Cristina y Mauricio tiene un mercado de 40 millones de habitantes en un continente de 500 millones. Una capacidad militar de jugando. Universidades peor rankeadas que las de Chile, Brasil y México. Y un gobierno con formidable minoría legislativa. Para proyectar poder y reclutar seguidores regionales sólo le falta una cosa: ser otro país.
Lo anterior no es crítica sino diagnóstico. No se culpa al actual gobierno ni al anterior. Sólo se sugiere que lo que Brasil no consiguió, Argentina no conquistará.
Mientras tanto, para cada uno, el otro sigue siendo el socio más importante. Por el potencial de cooperación y por el de daño. Fue claro el canciller José Serra cuando, en su discurso inaugural, repitió el orden de prioridades de Celso Amorim, ex ministro de Lula: primero Argentina, después el Mercosur, luego el resto.
Argentina y Brasil no sólo pueden crecer juntos: también pueden hundirse juntos. Y no necesitarían mucho esfuerzo.
En América Latina no existe el liderazgo regional: ningún Estado puede obligar a otro a hacer algo que no habría hecho de motu proprio. Salvo, claro, Estados Unidos o China.
Los hermanos sean unidos, porque si a sí mismos se engatusan los lideran los de afuera.