(Columna del politólogo Tomás Múgica)
El magnate encarna un populismo conservador, de vieja raigambre en la política norteamericana, pero de un modo más moderno y brutal
Donald Trump es el hombre del momento en la carrera electoral norteamericana. A pesar de los vaticinios generalizados sobre una eventual caída en las encuestas desde su lanzamiento en junio, Trump lidera, al menos por ahora, la competencia en el Partido Republicano. En un escenario de mucha fragmentación, cuenta con 22% de intención de voto frente al 10,7% de Jeb Bush, su inmediato perseguidor, de acuerdo al sitio RealClearPolitics.
No es su primera incursión en política, pero sí la ocasión en la que ha llegado más lejos. Tuvo una breve participación en la campaña para las elecciones presidenciales del 2000 por el Partido de la Reforma fundado por Ross Perot y jugó con la idea de ser el candidato republicanoen 2012, sin llegar a lanzarse. Más allá de esos intentos, y de su pertenencia a la élite económica del país, Trump es un outsider en la política norteamericana. De manera significativa, en el debate entre los candidatos republicanos organizado por la cadena Fox a principios de agosto, sugirió que de no ser electo en las primarias republicanas podría correr por fuera del partido. También aprovechó para llamar “estúpidos” a los políticos norteamericanos en general.
Millonario, excéntrico, mediático y, por sobre todo, políticamente incorrecto, Trump expresa de una manera particularmente exacerbada algunos temas comunes al conjunto de la política estadounidense y fundamentalmente a la agenda de los sectores más conservadores. Encarna un populismo conservador, de vieja raigambre en la política norteamericana, pero en una versión más moderna y brutal, casi caricaturesca.
En su postulación, Trump parte con dos ventajas: su alto nivel de conocimiento y su dinero. En una época en la cual los medios de comunicación constituyen el escenario privilegiado de la política, Trump es una celebridad, no tanto por su dinero, sino por su alto perfilmediático: su participación en el programa televisivo “El aprendiz” aumentó significativamente su popularidad, a la cual contribuyeron también sus diversos escándalos sentimentales. Trump además es rico, muy rico, lo cual le otorga una significativa independencia en cuanto al financiamiento de su campaña. La riqueza es también fuente de popularidad: el éxito económico es ampliamente valorado por vastos sectores de la sociedad norteamericana. Trump lo sabe: según su página de Internet, este empresario de los bienes raíces es “la definición misma de la historia de éxito americana”, una caracterización que intenta presentarlo ?de manera discutible? como un self-made man. La ostentación de su riqueza, una conducta habitual en el magnate devenido político, es justamente una manera de expresar ese éxito.
Pero además de sus atributos personales, Trump resulta un candidato interesante de analizar por la agenda que propone y por la manera en que lo hace. Su agenda y su estilo expresan de manera muy concreta las preocupaciones ?y la visión de Estados Unidos y del mundo? de amplios sectores blancos de clase media y trabajadora. Esa identificación parece crecer en la medida en que se desciende en la escala socioeconómica. De acuerdo a un estudio de Washington Pos ABC News, Trump, con el 33% de intención de voto, es más popular entre los votantes republicanos sin educación universitaria.
¿Cuál es la agenda de Trump? El primer lugar lo ocupa la inmigración ilegal, fundamentalmente la hispana, entendida como una seria amenaza para la sociedad norteamericana. Trump ataca de manera despiadada a los inmigrantes ilegales. Los presenta como aprovechadores que vienen a usufructuar la ayuda social y a trabajar por salarios miserables, desplazando a trabajadores norteamericanos, sin contar que en muchos casos representan una amenaza a la seguridad de los ciudadanos honestos. Según Trump, los líderes mexicanos han estado exportando crimen y pobreza a través de las fronteras. En respuesta a la amenaza inmigratoria, su propuesta más rimbombante es la de construir un muro en la frontera con México, financiado por los propios mexicanos. Humillante e irrealizable, pero efectiva desde el punto de vista publicitario. Promete, además, deportar a once millones de inmigrantes ilegales.
En segundo lugar, aparece la pérdida de empleos. Aunque en términos generales Estados Unidos resulta uno de los ganadores de la globalización, ese no es el caso de amplios sectores de su población, que se encuentran del lado de los perdedores. La pérdida de empleos industriales, bien pagos y estables, ha castigado a muchos norteamericanos blancos de clase trabajadora. Según Trump las políticas comerciales externas y las políticas de inmigración son responsables de la pérdida de empleos que amenaza a los trabajadores norteamericanos. China y México ?y los inmigrantes mexicanos? compiten deslealmente con Estados Unidos y le roban su empleo a los americanos. Ello en el contexto de una recuperación aun endeble luego de la gran crisis de 2008.
Tercero, Trump toca otro tema común a la tradición populista conservadora norteamericana: la desconfianza hacia el gobierno federal. Según el relato habitual, dominante especialmente entre los republicanos, los burócratas de la capital intentan concentrar poder, desconocen las realidades locales y malgastan los recursos. Los recurrentes llamados a “arreglar Washington” encuentran una renovada expresión en Trump.
¿Cuál es el futuro de Trump en la carrera electoral? De acuerdo a la experiencia pasada, los líderes como Trump suelen quedar en el camino, ya que representan extremos de opinión en una sociedad que ?aun cuando ha sufrido un proceso de polarización en las últimas décadas? a medida que se acerca la elección presidencial muestra mayor complejidad y moderación (o al menos se muestra más moderada que los candidatos como Trump).
Típicamente, los candidatos le hablan a las bases antes de las primarias y se vuelven más amplios y pragmáticos cuando llega el momento de las elecciones generales, para intentar ganar el voto de los independientes. La inmigración ilegal, el tema favorito de Trump, es ejemplo de esta tendencia: de acuerdo a Gallup, el 65% de los norteamericanos está a favor del otorgamiento de ciudadanía a de los inmigrantes indocumentados, siempre que cumplan con determinados requisitos.
Pero más allá de cuál sea el resultado final de la aventura política de Donald Trump, lo que sí está claro es que su candidatura es la expresión de una larga tradición de populismo conservador pero también de un malestar más reciente, el de amplios sectores blancos de clase media y trabajadora, que se sienten cada vez más desplazados en una sociedad que solían considerar como propia. Estados Unidos necesita trabajar en un nuevo pacto de convivencia, que tome en cuenta los cambios demográficos, culturales y económicos de las últimas décadas. Trump no aparece como el hombre más indicado para esa tarea.