(Columna de Matías Carugati, economista jefe de Management & Fit)
El Gobierno se enfrenta con unas legislativas que se definirá algo más que el balance de poder dentro del Congreso. Más allá de cómo terminen repartiéndose las bancas, el resultado electoral marcará el pulso político durante los próximos 2 años y también la viabilidad de la estrategia económica. Al margen de la estabilización en curso, el Presidente busca una economía más abierta e integrada (comercial y financieramente) al mundo, donde los motores de desarrollo sean las exportaciones y la inversión. Para ello hace falta que la agenda de reformas avance y se profundice. Será vital contar con capital político suficiente como para implementar los cambios ya que toda reforma genera ganadores y perdedores, los que, lógicamente, intentarán minimizar sus pérdidas. Por otra parte, la conflictividad política durante la segunda mitad del mandato Macri y sus posibilidades de reelección en 2019 dependen de salir airoso el próximo octubre.
La performance económica tiene algo que ver con todo esto. Los votantes tienden a tomar los resultados económicos como señal de (in)competencia de los gobiernos de turno, aún cuando los mismos puedan deberse a factores exógenos. Resulta difícil disociar la mala praxis de la mala suerte y, al final del día, poco le importa al votante cuál es la verdadera causa de su desgracia. Alguien tiene que pagar por los platos rotos. La idea del voto económico no es novedosa y Argentina encuadra perfectamente. Analizando las elecciones entre 2003 y 2015 (tanto a nivel nacional como provincial) encontramos una correlación significativa entre variables económicas y el porcentaje de votos obtenidos por el oficialismo.
El argentino promedio se preocupa por tener trabajo y llegar a fin de mes. Crecimiento del empleo, del salario real o del nivel de actividad son relevantes a la hora de explicar el resultado de las urnas, incluso si se consideran otros factores más ligados a la percepción subjetiva respecto al Gobierno. No casualmente, estas mismas variables también surgen en los resultados de nuestras encuestas. El desempleo y la inflación figuran al tope del ranking de preocupaciones sociales, a los cuales se sumaron de forma más reciente (2016) la pobreza y la suba de tarifas.
Ahora que sabemos adónde mirar, ¿cómo viene la mano? Resumiendo: estamos mal pero vamos bien (en rigor, “vamos menos mal”). El salario real cayó más de 6% el año pasado (lo cual explica la recesión), aunque la desaceleración de la inflación durante el segundo semestre amortiguó la caída. Por otra parte, los datos del Ministerio de Trabajo reflejan que el empleo registrado prácticamente no varió, aunque ello combina una caída del sector privado con una suba leve en el empleo público y algo más fuerte entre los trabajadores independientes. El segmento de los informales, no alcanzado por las estadísticas oficiales, habría sufrido relativamente más el bajón económico, pero esto no es más que una intuición guiada por la lógica y algunos datos parciales.
Como decíamos, no son todas malas noticias. El nivel de actividad habría cambiado de tendencia en el último tramo del 2016. La estimación en tiempo real del PIB (Nowcast) arrojó una suba trimestral (sin estacionalidad) de 0,8% en el cuarto trimestre (con un intervalo de confianza que va de 0,4% a 1,2%). Esto coincide con los cálculos de nivel de actividad elaborados por otras consultoras. Además, los primeros indicios del 2017 son promisorios, como la producción industrial estimada por FIEL. A medida que la economía tome impulso el mercado laboral también ganará dinamismo, aunque ello ocurrirá con cierto rezago.
Entonces, ¿la economía va a venir al rescate del Gobierno? Momento. La situación está mostrando señales de mejora pero persisten dos interrogantes centrales. Primero, si la reactivación será suficientemente robusta como para empujar, fuera de toda duda, la intención de voto. Segundo, si la recuperación, más allá de su magnitud, llegará con tiempo suficiente como para que la sociedad la sienta en el bolsillo antes de las elecciones. De todos modos, tampoco percibimos que Cambiemos esté mal parado de cara a las elecciones. El apoyo social aún es considerable (sobre todo a la luz del impacto social del ajuste macro) y la división del peronismo (que difícilmente se resuelva en los próximos meses) lo ayuda bastante. En otras palabras, en la carrera electoral el Gobierno arranca con un poco de ventaja. Precisa evitar tropiezos (casos Arribas, Correo y jubilaciones) para mantener cierta distancia. Si la economía se reactiva rápida y robustamente, lo que hoy es una competencia más reñida casi se transformaría en un paseo.