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Río Negro sin Carlos Soria

25 enero de 2012

(Columna de la politóloga María Esperanza Casullo)

El peronismo rionegrino se quedó sin su figura aglutinante. El desafío del nuevo gobernador y el papel que tendrá Pichetto.

El 1ro. de enero, en un día en el que generalmente pasa muy poca cosa, en el que siquiera salen los diarios, fue para la provincia de Río Negro un día cataclísmico. En la madrugada de ese día, Carlos Soria, el primer gobernador peronista de una provincia que desde 1983 había sido gobernada por el radicalismo, fue asesinado en su chacra de Paso Córdoba, en las afueras de General Roca. Llevaba en el gobierno sólo 22 días. Como siempre sucede, la cobertura de las implicancias políticas del “Caso Soria” en los medios nacionales estuvo dominada por preocupaciones que no se corresponden con las cuestiones centrales del escenario que se observa desde el punto de vista de la política local.

Por caso, es importante comprender que, para la mayoría de la población de Río Negro, la trayectoria de Soria en el escenario político nacional (su paso por la SIDE durante el gobierno de Duhalde, su relación con los Kirchner y, sí, inclusive su responsabilidad en los asesinatos de Kosteki y Santillán) resultó un factor secundario a la hora de determinar el voto. A pesar de que los medios y analistas basados en Buenos Aires entienden la política en términos sólo nacionales, la política provincial se rige por sentidos propios, y con opiniones formadas en otras esferas públicas, estrictamente locales (en el caso de Río Negro, para comprender la política provincial no es de ayuda leer Clarín o La Nación, si no se lee antes el diario regional Río Negro,

publicado en Roca.) Como ejemplo de que la conexión entre la actuación nacional de una figura política y su posición en los liderazgos locales no es automática, no hay que ir más lejos que la figura del otro rionegrino, el senador Miguel Angel Pichetto.

El rol principal que tiene el senador Pichetto en el Senado y su centralidad para el ciclo político kirchneristas no se ha traducido en un liderazgo territorial comparable. En los últimos años, quedó claro que el líder del peronismo rionegrino, el único capaz de unificar un partido que llevaba décadas funcionando como un archipiélago de políticos de alcance municipal, era Carlos Soria, por dos razones; primero, su carácter enérgico (si bien es conocido su apodo de “Gringo”, no todos saben que en la provincia muchos lo conocían también como “el loco Soria”,) y segundo, la fama de buena gestión que revistió sus períodos al frente de la intendencia de General Roca, ciudad que es el corazón de la zona frutícola del Alto Valle del Río Negro.

Este dato no es menor. Soria llevó adelante su campaña a gobernador basada en la

idea de buena gestión y resaltando los logros (sobre todo de inversión en obra pública) de su intendencia. Esto resultó ser central en una provincia en la que existía desde algunos años una mirada muy crítica sobre la eficacia de gestión del partido radical. Por diversas razones que sería demasiado extenso analizar en este artículo, el Estado rionegrino ha sido históricamente menos desarrollista que el de las provincias vecinas de Neuquén, Chubut y Santa Cruz. La inversión estatal provincial en caminos, viviendas, hospitales y saneamiento, entre otros, se ha percibido siempre como menor a las otras provincias patagónicas (como ejemplo, puede señalarse la histórica incapacidad provincial de asfaltar la Ruta 23, obra que sólo se comenzó en los últimos

años, con fondos nacionales.) La salud pública y la educación en Río Negro gozan del aprecio que aún tienen los sistemas públicos de Neuquén o Santa Cruz, por ejemplo.

Y el gobierno del radical Miguel Saiz sumó a esta dinámica inercial un problema propio: la percepción de ser un gobierno, además, de poco eficaz, poco transparente en el uso de los fondos públicos. Dos datos sirven para comprender esta sensación: por una parte, desde el 2003 a la fecha, su administración multiplicó la masa salarial del Estado por diez, pasando de 384 millones de pesos en el 2003 a casi 3.800 millones en el 2011; por otra, el gobierno de Miguel Saiz se vio sacudido por la revelación de que gobernador y ministros cobraron rutinariamente desde 2004 sobresueldos que equivalían a 30 veces su salario (por ejemplo, el ministro de Gobierno cobraba un

sobresueldo mensual de 81.550 pesos cuando su sueldo de planilla era de poco más de 7.000 pesos).

Soria ofrecía, para el votante rionegrino, la imagen de alguien que podía hacer dos cosas: unificar al PJ provincial detrás de un liderazgo claro e imprimir otra dinámica de gestión al Estado provincial.

QUE SE PUEDE ESPERAR

El escenario político a futuro es una gran incógnita. Muchos dudan de que las batallas

abiertas (con razón o sin ella) por Soria, como la drástica puesta en disponibilidad de todos los contratados del Estado provincial, puedan ser libradas (mucho menos ganadas) por otra persona, sin sus espaldas políticas. Alberto Weretilneck, el vicegobernador que asumió la gobernación, no es un hombre del PJ, sino del Frente Grande. Había llegado a la fórmula de gobierno como prenda de acuerdo, y porque

él también tenía la fama de haber sido un buen intendente de su ciudad, Cipolletti. Sin embargo, de ninguna manera el nuevo gobernador puede presumir de tener la lealtad automática del peronismo rionegrino, que estuvo en un tris (según dicen) de pedirle que renunciara para llamar a elecciones anticipadas, hasta que un llamado de la Presidenta cortó la embrionaria rebelión.

El único hombre que podría apuntar a construir para sí la legitimidad que tenía Carlos Soria, Miguel Angel Pichetto, no tiene manera institucionalmente válida de asumir el gobierno. Sin embargo, en el nuevo gabinete incoporó a su hijo, Juan Manuel Pichetto, como ministro de Producción, y a un hombre de su confianza, Hugo Lastra, como ministro de Gobierno, aunque el senador Pichetto asegura en todas las notas que “el gobernador es Weretilneck”. Por supuesto, existe un factor aglutinante para el PJ rionegrino: un fracaso de este gobierno clausuraría sus chances de imponer una hegemonía peronista duradera. Si bien podría decirse que a este gobierno no lo une

(hoy) el amor sino el miedo, también es cierto que, en política, nada enfoca la voluntad

más que la visión del abismo.

(Publicada originalmente en la edición impresa)

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