jue 28 Mar

BUE 27°C

Ruidos a la izquierda

08 marzo de 2012

(Columna de la politóloga María Esperanza Casullo)

La tragedia de Once desacomodó al Gobierno y generó tensiones con algunos de los integrantes del universo kirchnerista.

El choque de un tren de la línea Sarmiento en la estación de Once dejó al descubierto el colapso del sistema metropolitano de transporte (de todo el sistema, no sólo el ferroviario, ya que la red de colectivos y también la estructura vial están trabajando a una capacidad para la que no fueron diseñadas, hace por lo menos 40 años). Con 51 víctimas mortales, varias personas desaparecidas por días, y centenares de heridos, este choque se transformó rápidamente en el principal hecho político del mes.

Frente a él, el Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner reaccionó con una parquedad comunicacional infrecuente. En las horas que siguieron a la tragedia, sólo dieron breves conferencias de prensa (en las que, en rigor, no se admitieron preguntas) primero el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi (cuyas declaraciones sólo pueden calificarse de desafortunadas) y, luego, el ministro de Planificación, Julio De Vido. Sin embargo, ninguno de ellos anunció cambios en la política de transporte ni renuncias entre los funcionarios responsables. Los primeros anuncios concretos sólo se produjeron seis días después, cuando el ministro De Vido anunció la intervención administrativa del concesionario privado del servicio, TBA.

La Presidenta aludió al choque en su discurso del día anterior, pero no hizo anuncios puntuales. La reacción de las figuras de la coalición kirchnerista, entonces, estuvo marcada por el silencio. Prácticamente ningún político de primera línea habló públicamente sobre el accidente, con las excepciones de un breve comunicado de Nilda Garré sobre el accionar policial durante las acciones que culminaron con el descubrimiento del cadáver de Lucas Menghini, y una aparición del jefe de Gabinete de ministros, Juan Manuel Abal Medina, en el progrma de TV “678” el día domingo. Ninguno de ellos, por su parte, realizó anuncios. Una excepción a esto estuvo dada por las fuertes declaraciones de Martín Sabatella, Luis D'Elía y Hebe de Bonafini.

El diputado del EDE reclamó públicamente la rescisión de la concesión a TBA y la formación de un Ministerio de Transporte; lo mismo pidió D'Elía. Bonafini fue más allá y apostrofó personalmente al secretario de Transporte, en duros términos. LOS ANTECEDENTES No es la primera vez que algo así sucede. En otros momentos de crisis (como en la represión a los ocupantes del Parque Iberoamericano), y rompiendo lo que pareció ser una política diseñada, estas figuras u otras similares solicitaron al Gobierno acciones rápidas y contundentes, muchas veces criticando con nombre y apellido a los responsables de la inacción en ciertas áreas.

Estas figuras, estas pequeñas islas dentro del archipiélago de la coalición kirchnerista, funcionan como una especie de vanguardia o ala izquierda (o progresista, como uno guste) que por momentos “corre” a actores más mayoritarios dentro del Frente para la Victoria, empujando (o pinchando) al movimiento en una dirección determinada. Esta dinámica (que algunos llaman “apoyo crítico”), en la cual un socio menor de la coalición gobernante aprovecha su autonomía relativa para empujar en una dirección un tanto más radical, es bastante frecuente de ver en fuerzas minoritarias dentro de las coaliciones partidarias gobernantes de sistemas parlamentarios. No se dan frecuentemente dentro de los partidos más orgánicos de los presidencialismos.

Sin embargo, el tipo de estructura partidaria movimientista y fluida de las coaliciones populistas, como el FPV, hace posible la existencia de socios menores, que se ven a sí mismos como alas externas del movimiento. Como pasa, por ejemplo, en Bolivia, en donde Evo Morales tiene una relación de tire y afloje con algunos de los movimientos sociales más radicales que lo apoyan. La tesis de la “autonomía relativa” del kirchernismo progresista no goza, por supuesto, del afecto de los sectores más mainstream del kirchnerismo, como los líderes territoriales o los sectores que se encuentran más a la derecha en términos culturales y sociales.

Sin embargo, debe quedar claro que esta dinámica ha sido positiva para el kirchnerismo en general. Por un lado, la existencia de un ala izquierda y un ala derecha ha fortalecido la autoridad de la Presidenta, al permitirle laudar por uno o por otro sector según la ocasión. Por otra parte, muchas de las iniciativas que hoy conforman el catálogo de éxitos del kirchnerismo (ley de Medios, estatización de las AFJP, matrimonio igualitario y Asignación Universal por Hijo, entre otras) fueron impulsadas en su inicio por actores del sector progresista, y sólo mucho más tardíamente abrazadas por el movimiento todo. De hecho, no cabe duda de que las críticas de Sabbatella y Bonafini, aunque no deben haber sonado bien en todos los oídos, ayudaron a romper la inercia de un Gobierno que, por lo menos al principio, parecía haber apostado a dejar que la situación se disolviera sola.

Claramente, la sociedad no iba a admitir esto, y es positivo que el Gobierno haya comprendido que debía retomar la iniciativa. Sin embargo, deben quedar claros dos límites a la dinámica. Por un lado, actores como Sabbatella pueden aparecer como criticando (lateralmente) a su propio Gobierno porque tienen aún capital político acumulado, sobre todo por su apoyo durante la 125. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto podrán seguir tensando la cuerda si las crisis se multiplican o si el deseo de continuidad del Gobierno prima por sobre el de transformación. Por otra parte, el EDE y otras fuerzas similares deben saber que elegir este camino, el de ser el ala izquierda o vanguardia de un movimiento mayor, es elegir ser siempre una fuerza minoritaria.

El problema es que hemos visto en los últimos años las dificultades de los partidos minoritarios para sostenerse sólo como fuerzas parlamentarias, sin inserción en cargos ejecutivos. Aún aceptando ser miembros minoritarios, estas fuerzas deben sacar un número de votos suficiente para subsistir. Por supuesto, visto desde afuera, tener la capacidad de imponer ciertos temas en la agenda con un cinco o diez por ciento de los votos no es poca cosa.

(De la edición impresa. La nota fue escrita antes de la renuncia de Schiavi)

En esta nota

últimas noticias

Lee también