por Alejandro Radonjic
Alberto Fernández no viene a tomar el Cuartel Moncada ni va “por todo” sino que llega a resolver, con seriedad y compromiso político, una crisis económica mayúscula: el arranque es bueno
Tras una extensa transición (fueron 4 largos meses, ríos de tinta, horas y horas de dial, panelistas de todos los colores) hacia algo extraño y nuevo, algo que aún no se deja amasar mansamente, tenemos medidas. Un norte. Una idea. Una respuesta a ese“ qué van a hacer”. Si se quiere, hay elementos esperados (retenciones a los farmers, impuestos a los consumos en dólares, una pausa en el Pacto Fiscal, congelamiento tarifario por un semestre, algunos bonos de única vez), pero también debe decirse que hay elementos novedosos. No “descontados”. Cuanto menos, en el bosquejo inicial que se salió a la luz estos días? es decir, hasta que la realidad aseste el primer cross de derecha.
Un aumento en Bienes Personales (durísimo para quienes la tienen afuera), la pausa en la Ley de Movilidad (reclamo ortodoxo), el no pedido del dinero remanente a Washington (nada menos que US$ 12.000 millones), una renuencia a imprimir dinero sin escrúpulos técnicos, la búsqueda de un Tesoro equilibrado, una conciencia de la restricción presupuestaria, la invocación constante a la“ consistencia”.
Todo eso en los primeros días. Rápido y contundente. Un derroche de presidencialismo. Mientras se escriben estas líneas, el oficialismo arranca el trámite legislativo del proyecto de “Solidaridad Social y Reactivación Productiva” y todo indica que va a salir. La mira está puesta en renegociar con los acreedores privados en la primera mitad de 2020 y sacar esa espada de Damocles que colocó el endeudamiento irresponsable del Gobierno anterior. Y, después de todo eso, ir saliendo? lento. Porque la soja no está a US$ 600 y hacer negocios en Argentina no es fácil.
Con el dinamismo que tienen las cosas por estos lares, que parece haber contagiado a varios países, es casi bizantino cantar la justa sobre cómo sigue la cosa, como los opinators.
Se puede, eso sí, sostener que es un paquete integral y ambicioso. Las primeras estimaciones hablan una suba de 2% del PIB en la recaudación y la posibilidad de que, gasto moderado mediante, el Tesoro quede en equilibrio en 2020. Con superávit, también, en la Cuenta Corriente, la medida más amplia del intercambio con el mundo. Si todo sale bien (renegociación incluida), se emprolijarán los números “macro”. Con ayudín, pero cierran.
Digamos todo: con la economía real hundida en el subsuelo y 40% de la población complicadísima en su día a día. El gasto social debe ir allí, en volúmenes grandes y con inteligencia. Mientras, a la vez, se va domando la gran bestia nominal, que no cedió ni un ápice. El 2019 terminará con una inflación de 55% y está rodando a 4% mensual. Imposible de agarrarla. Ayudará la calma cambiaria y tarifaria, pero la emisión monetaria puede azuzar los precios. El “pacto social”, más invocado que detallado, vendría a ser el que corte la inercia, o la vaya reduciendo. Es más que necesario para que los esfuerzos que haga la política social no sean en vano. En el mercado laboral, la doble indemnización puede ayudar algo (en el segmento formal), pero lo necesario es que empiece a moverse la rueda. Que haya “reactivación productiva” y ofertas de empleos en todos los segmentos, no sólo en los high-tech. Lo anunciado hasta aquí no augura demasiado en ese flanco y, si hay algo, es una estabilización después de haber comenzado a desbarrancar hace 20 meses. Crecer, es decir, que haya más inversión privada, quedará recién para después de la renegociación de Guzmán & Cía, cuando baje el costo del capital y la economía, como dice Guzmán, se tranquilice.
Fernández pidió mucho y debe dar algo. Datos favorables, por ahora, no tendrá, más allá de algunos acciones simbólicas puntuales. Si exige tanto a los privados, deberá monitorear no dar pasos en falso que aumenten el malhumor social. El no-congelamiento de las jubilaciones de privilegio fue un llamado de atención (revisado, afortunadamente). La región es otro llamado de atención. Hasta aquí, sin embargo, hay tolerancia. ¿O es resignación? En el campo se ve algo de enojo, pero nadie copa las rutas. Porque el Gobierno escucha, dialoga, se reúne y no se enemista con todos, como otros, en aras de una “revolución imaginaria” (Jorge Asís dixit). Fernández no viene a tomar el Cuartel Moncada ni va “por todo” sino que llega a resolver, con seriedad, una crisis económica mayúscula. Sabe bien cómo funciona la cosa por adentro (“soy un hombre de la política”, suele decir), conoce el kirchnerismo duro (lo criticó, de hecho) y no parece tener intereses ocultos, o desviados, más allá de querer encarrillar la cosa. La delicadeza es tan pronunciada que sabe que no hay márgenes para cosas raras que agreguen “ruido”. El remanido “es con todos” y la invocación a la“ solidaridad social” son piezas clave de la cosmovisión de Fernández, que deberá enaltecer su histórica habilidad articuladora.
Todo puede fallar o empantanarse, pero el arranque abre una luz de esperanza de algo distinto y hasta mejor, incluso.