(Columna de Sebastián Iñurrieta)
Mientras se siguen sumando candidatos para suceder a Scioli, los pedidos internos de unidad van ganando terreno. ¿Será Domínguez?
La sexta de las veinte verdades del movimiento, revisada por el propio Juan Domingo Perón antes de morir, sostenía que “para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”. No siempre es así. Y menos en esta vertiginosa época electoral, acelerada por el vórtice de las PASO, cuando el eventual contrincante se trata de un compañero justicialista. La macroestructura de las primarias K, hoy pronosticada entre Daniel Scioli y Florencio Randazzo, tendrá claras repercusiones en los territorios, donde germina el poder del peronismo.
“¿Sabés por qué los intendentes no queremos internas? Porque despiertan a los muertos vivos”. La confesión del cacique bonaerense es parte del imaginario social de los históricos y ya acomodados jefes comunales. No es un mero miedo sin fundamento. Lo vivieron hace poco, en 2013, con los viejos peces pejotistas que trajo la marea renovadora a sus concejos deliberantes. Con la caída en sus acciones como presidenciable de Sergio Massa, pero aún igual de peligroso en el principal bastión electoral del país, un oficialismo dividido es la peor pesadilla al interior de sus filas.
La lógica detrás del temor es simple: el dueño de un distrito no quiere que (re)aparezca otro dirigente, tal vez incluso uno al que él ya jubiló, que pueda hacerle frente. De esta preocupación surge el eufemismo del llamado por la unidad del PJ. Repetida en voz baja desde la aparición de casi una decena de precandidatos K a suceder a Scioli, comenzó sugiriéndola en público el presidente del partido provincial, el matancero Fernando Espinoza. Un declarado aspirante a gobernador que parecía estar pensando en su propia candidatura. Lo hizo apelando a otra enseñanza del líder. “Las cuestiones personales las tenemos que dejar a un lado, porque como nos enseñó el general Perón: primero está la Patria, después el movimiento y, por último, los hombres”. Juntó a sus pares de la Tercera Sección Electoral, a fuerza de electores capaz de inclinar la balanza provincial, para acordar un cierto alineamiento. La prédica la continuó el sciolista reconvertido Gabriel Mariotto, que de vice también sueña con ser gobernador, al pedir “ir todos encolumnados detrás de una fórmula”.
A puertas cerradas, es lo que venía prometiendo Scioli a sus pares del resto del país. Idea susurrada hasta su jubilación por Carlos “Chueco” Mazzón, operador todoterreno en el PJ de la Casa Rosada de Eduardo Duhalde hasta nuestros días. Su reemplazo por el tándem Aníbal Fernández-Eduardo “Wado” De Pedro, jefe de Gabinete y Secretario General de la Pre si den - cia/apoderado del PJ, hicieron temer lo peor. No obstante, más allá de pujar por candidatos camporistas, para garantizar con leales cierta supervivencia K pos-10D, la orden presidencial implicaría mantener la armonía con el receloso peronismo.
Al menos hasta que quedó claro, al decodificar los jeroglíficos guiños presidenciales, que Cristina Fernández de Kirchner mantendrá a Randazzo como presidenciable. En las sobremesas pejotistas bonaerenses pedían, entre postres y encuestas, que el ministro de Transporte e Interior valide su partida de nacimiento en Chivilcoy para ser postulante provincial. Con el caos poscierre en Mendoza y Santa Fe, ahora los barones del Conurbano se conforman con una camporización de las boletas que no sea difícil de digerir.
El propio Scioli, que repartía de palabra cargos anticipados a los gobernadores sin reelección, también despintó de naranja las futuras listas en favor del objetivo primordial: calzarse la banda presidencial. “Acá no hay legisladores de Cristina ni de Daniel. Forman todos parte del mismo espacio político”, fue el mensaje poco cifrado que envió a la Rosada. Se aleja así la posibilidad como acompañante de fórmula de un mandatario peronista, como pretendía pensando en el salteño Juan Manuel Urtubey, aceptando un segundo ultra-K, como el camporista ministro de Economía, Axel Kicillof. El “dedo de Cristina” por ahora se impone como inevitable.
Sin esperanzas en la liga mayor, el peronismo espera conseguir al menos el premio consuelo. “A una interna a nivel nacional sobrevivimos en 1988 (cuando Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero) pero en la provincia siempre tuvimos candidato único”, repasan la historia los memoriosos caciques pejotistas, siempre temerosos de lo nuevo. La (así publicitada y no desmentida) bendición presidencial a Julián Domínguez, con su previsible devaluación presidencialista a la categoría de aspirante a gobernador, fue aplaudida por los buscadores de unidad. El propio titular de Diputados, ex duhaldista que como buen católico obtuvo el perdón K, se encarga de repartir el mensaje conciliatorio para esa tribuna. Como en su paso por la massista San Martín, donde conversó con el intendente Gabriel Katopodis. “Espero que volvamos a repetir este tipo de confluencias porque la provincia necesita un peronismo unido”, señaló, también parafraseando la primera estrofa de la marcha peronista.
No deja de ser otro aspirante que desea un encolumnamiento detrás suyo. Y que se suma al malón ya integrado, además de los mencionados Espinoza y Mariotto, por el titular de la Anses, Diego Bossio; el devidista intendente de Berazategui, Patricio Mussi; el viceministro de Alicia Kirchner, Carlos Castagnetto; el secretario de Seguridad, Sergio Berni; la ministra naranja, Cristina Alvarez Rodríguez y el regresado lomense Martín Insaurralde.
Demasiados aún para una esperable preselección de puño y letra de la jefa de Estado. Salvo que la recategorización de Domínguez oculte la preferencia presidencial por el empleador de el padre de su próximo nieto, Camilo Vaca Narvaja. Otro guiño más que en la revelación de las listas pasará al olvido o sobrevivirá como antecedente. Todos tienen su propio diario del lunes aunque, a fin decuentas, sólo lo escribirá Cristina Kirchner.