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Trascendencia e irrelevancia del 23 de octubre

23 septiembre de 2011

De cara a las elecciones presidenciales menos competitivas desde 1983.

Otra singular paradoja la de esta elección presidencial; la más participativa en términos de concurrencia electoral y, al mismo tiempo, la más irrelevante desde la

recuperación de la democracia. El contundente resultado de las primarias del 14 de

agosto puso ya las cosas en claro y es vox populi que Cristina Kirchner será reelegida en primera vuelta con un indiscutido respaldo mayoritario. Es evidente, también, que ningún candidato opositor muestra dotes y apoyos que le permitan siquiera aspirar a presentarse como hipotético sucesor. Se montó un gigantesco despliegue para una competencia que nunca se produjo: no hubo competencia interna para consagrar las candidaturas de cada partido; no la hubo ni habrá, tampoco, para dirimir quién será el próximo presidente.

De manera casi inadvertida nos deslizamos así a la desembocadura de este proceso eleccionario con siete fórmulas que se postulan formalmente a la Presidencia, en un torneo cuyo resultado principal ya se conoce de antemano y en el que, por lo tanto, son otras las fichas y partidos que se están jugando. Entonces, se preguntan algunos, ¿para qué gastar más tiempo y dinero en una campaña para una elección con resultado cantado?

Analistas y consultores explican que se trata de saber si lo que mostró esa gran encuesta nacional de intención de voto que fueron estas primarias se confirma ahora en la elección verdadera. Si obtendrá Cristina más o menos votos que el 50,2% cosechado en las preliminares. Si trepará más allá del 60%, beneficiada por un efecto cascada, o se detendrá el torrente por debajo de esas cifras. Y luego, cómo se las arregla el lote de lejanos competidores ?Alfonsín, Duhalde, Binner y Rodríguez Saá- , convertidos en contrincantes entre ellos, para despegarse del resto y llegar al lejano segundo puesto. Detrás de ellos, Altamira tiende las redes al voto de una izquierda huérfana y Carrió debe recordar que aún existe. Unos van por subir un poco su techo, a los otros les queda frenar el descenso de su piso ya perforado. Todos ellos estarán, en realidad, piloteando pequeños remolcadores cuyo objetivo es transportar algunos legisladores más al Congreso y las legislaturas.

Pero así como ninguna encuesta puede ocupar el lugar de la manifestación inapelable de la voluntad popular expresada en las urnas, tampoco puede darse por concluido el veredicto antes del 23 de octubre. Aun tomando como un hecho que lo que está en discusión ya no es quién gobernará en los próximos cuatro años sino cómo lo hará y con quiénes, cabe en este caso distinguir el modo en que se están planteando las distintas dimensiones de la política nacional en este tiempo electoral, prefigurando los

tiempos por venir. La estrategia oficial ha subsumido la dimensión partidaria a la dimensión estatal gubernamental y es así como el Frente para la Victoria cede su lugar a la Presidencia de la Nación como sello distintivo de la campaña por la reelección.

Es la Presidenta, con plenos poderes ejecutivos y en ejercicio decisionista de su liderazgo, anunciando el Plan Estratégico de Turismo, el Plan Agroalimentario, los aumentos en las asignaciones familiares y el salario mínimo; inaugurando el tren binacional argentinouruguayo junto con Pepe Mujica; suscitando el respaldo del empresariado en el Día de la Industria; entregando escrituras y netbooks en el conurbano bonaerense; instando al Congreso a tratar la ley de Tierras, etcétera.

Mientras tanto, el espectro de la oposición se debate en su marasmo, con tres o cuatro candidatos disputando el mismo 30% de los votos, mientras sus propios exponentes buscan reposicionarse con vistas al día después. Está claro que la estrategia de campaña del oficialismo es subrayar el lugar indiscutido e indisputable de Cristina Kirchner en el control del timón presidencial y la gestión de gobierno, disciplinar en

esa dirección a la política de partidos y alimentar, en el plano de la política deliberativa, “la disputa de los relatos” en los medios (“nosotros gobernamos, ustedes discuten, ellos tergiversan”). Quedan así flotando los significantes que estarán dando contenido a la Política con mayúscula, aquella que puede quedar subsumida a un gobierno, proyecto político o liderazgo unipersonal en contacto directo con el pueblo, o construirse colectivamente desde el reconocimiento de la diversidad pluralista de sus actores y poderes.

Lejos de los tiempos del fraude, las proscripciones y las hegemonías absolutas, corremos el riesgo de caminar hacia estas elecciones con la sensación de que se tratará de un mero trámite, porque todo -o casi todo- ya ha sido resuelto. La trascendencia de esta séptima elección presidencial confronta así con una peligrosa percepción de irrelevancia. En primer lugar, por el riesgo de que aumente el desinterés ciudadano e incluso el enojo ante la reiteración de pegatinas, jingles y espacios cedidos a los partidos políticos como el montaje de una obra extemporánea. Esto puede incluso afectar la participación electoral y el control de los comicios el 23 de octubre, cosa que perjudicaría a ganadores y perdedores.

El otro escenario, el de una masiva concurrencia con resultados tipo 6 a 1+1+1+1 tampoco resulta muy halagüeño para la calidad democrática. Como señaló Alain Rouquié en su reciente paso por Buenos Aires “la tentación mayoritaria es uno de los riesgos que corre hoy la democracia argentina”. A nadie le conviene que estas elecciones presidenciales ?las más previsibles y menos competitivas desde 1983? se transformen en un aburrido paseo, un mero expediente o una expresión popular plebiscitaria que deje al sistema democrático sin equilibrios, contrapesos y alternativas.

(De la edición impresa)

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