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Trump y la política exterior

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09 diciembre de 2016

(Columna de Juan Battaleme)

Su norte serán aquellas amenazas que la administración considere centrales, pero no hará mucho intervencionismo humanitario, como proponía Hillary Clinton.

Toda administración norteamericana cuando comienza su períplo en la historia, formula una serie de documentos tanto de carácter público como reservado que guiarán las acciones internacionales del país. La llamada Estrategia de Seguridad Nacional (NSS en inglés) sienta la posición del Gobierno en aquellos asuntos que considera centrales, orientando e implementado la gestión del secretario de Defensa, de Relaciones Exteriores, y al asesor de Seguridad Nacional, único funcionario con competencias exteriores de rango ministerial que se aloja en la Casa Blanca, quien no depende de la aprobación del Congreso. Cabe destacar que este documento sirve como referencia para el resto de los gobiernos del mundo en su relación con Estados Unidos.

Hasta ahora su equipo de política exterior se compone por dos generales: Michael Flynn, su asesor de Seguridad Nacional y James Mattis su secretario de Defensa. El General (ret.) Flynn fue jefe de la Agencia de Inteligencia para la Defensa y anteriormente para el comando de Fuerzas Especiales (JSOC) quienes pelean globalmente la guerra contra el terror. Su socio será el General (ret.) James Mattis, del Cuerpo de Infantería de Marina, de reputación impecable pero quien necesita una aprobación especial del Congreso, como consecuencia de no cumplir con los ocho años de su retiro como comandante.

Estos hombres comparten ser duros críticos de Obama, conocen bien el esfuerzo al que fue sometido el Ejército de EE.UU. y la Infantería de Marina en Irak y Afganistán y que tipo de situación no quieren volver a pasar. No desean más “misiones cumplidas” al estilo George Bush (jr.). No son apaciguadores, pero tampoco intervencionistas; actúan cuando la causa lo amerita. La frase del Gral Mattis “se agradable, se profesional, pero desarrolla un plan para matar a todos” tiene un significado operativo: la diplomacia importa, pero cuando falla, la fuerza siempre resuelve conflictos.

Su norte serán aquellas amenazas que la administración considere centrales, pero no hará mucho intervencionismo humanitario, como proponía Hillary Clinton. Su versión para “hacer Estados Unidos grande nuevamente” se traduce en una carta enviada al Cuerpo de la Infantería de Marina en 2012: “demuéstrenle al mundo que no hay mejor amigo o peor enemigo que un infante de marina”. Disuasión es su credo por excelencia.

Trump va a involucrarse menos en el mundo, aunque durante 2017 maniobrará con un presupuesto aprobado por el Congreso en 2016 y una Gran Estrategia de 2015. Eso irá siendo reemplazado por aquello que considere prioritario, preparando las partidas presupuestarias y realizando los recortes a los programas internacionales que no considere en el mejor interés de Estados Unidos. En líneas generales, el título de NSS-17 bien podría ser: “Compartir el peso de la carga del orden internacional; no me amenaces, lidien con las consecuencias de sus acciones en todos los planos incluido el ciberespacio y solo lo que es bueno para Estados Unidos”. La estabilidad internacional entendida en términos liberales puede no ser una prioridad.

En este sentido, tres libros nos permiten saber que orientación tendría la NSS-17. “Superpower” de Ian Bremmer (2015), “Restraint” de Barry Posen (2014) y finalmente “How Everything Became War and the Military Became Everything” de Rosa Brooks (2016). Este último reseñado por el ahora secretario de Defensa. Los tres coinciden en señalar que: un poder militar fuerte no puede estar sobreexpandido haciendo todo tipo de misiones que demandan diferentes tipos de entrenamientos y equipamientos. Inclusive para una superpotencia esta situación es insostenible.

Fortalecer el instrumento militar obliga a un reposicionamiento militar y al establecimiento de diseño de fuerzas que va a afectar a sus aliados con acciones contributivas específicas. Una de ellas será que los miembros de la OTAN cumplan con las metas de financiamiento en materia militar que es del 2% del PBI. Solo EE.UU., Inglaterra, Francia, Grecia y Estonia cumple con ello según el Wall Street Journal. Todos los miembros de esta organización que no lo hicieron deberán acercarse significativamente a ella sino su futuro en la misma estará en entredicho en especial en lo que concierne a la defensa colectiva.

Es esperable que con Rusia la situación mejore, en función de que enfrentan un enemigo común que es el terrorismo en el Medio Oriente trasladando a los rusos parte del combate al Isis y otros grupos. Mattis señaló recientemente que “un país que armó a Stalin para derrotar a Hitler, puede trabajar con los enemigos de Al Qaeda para derrotarlo”. Asimismo, la voluntad de no expandir la OTAN y de reconocer cierto status quo con Crimea alejaría tensiones que nunca pudieron resolverse entre Putin y Obama.

No obstante, Rusia puede ser un socio complicado para EE.UU. ya que es un gran proveedor de armas en el Medio Oriente, en especial a Irán, y ademas es difícil construir una sociedad con un país que esta reconstruyendo sus capacidades militares y su prestigio, mientras EE.UU. despliega su Escudo Antimisiles y moderniza sus fuerzas nucleares. Más allá de que ambos autócratas puedan llevarse bien, la estructura los puede condicionar.

En el Asia Pacífico la situación es más compleja y con potenciales efectos sobre nuestra política exterior y defensa. EE.UU. tiene una relación de interdependencia compleja con China ya que económicamente son vulnerables ambos a las disposiciones del otro. Sin embargo militarmente se ven como contendientes y ambos refinan sus estrategias y posicionamientos militares de cara a un futuro incierto.

Si EE.UU. consolida una mejor relación con Rusia, podría permitir una cuña en la relación sino-rusa, ya que sus intereses no son convergentes en todos los planos como consecuencia de que ambos son poderes continentales aspirando a ocupar la misma posición de relevancia en dicho espacio. Obama reforzó la Organización de Cooperación de Shangai; Trump puede debilitarla lo cual convendría al interés norteamericano. Recordemos además que en el llamado Mar de la China hay una dinámica geopolítica muy intensa de posicionamiento insular, lo cual puede disparar un conflicto.

Asimismo es posible que desde Washington se promueva un aceleramiento en el cambio de posición de Japón y Corea del Sur; para el caso el compartir el peso de la carga significa que podría dejar que estos países abandonen su condición de “estados umbrales nucleares”. China es el objetivo de dicho movimiento.

La relación sino-norteamericana es un punto sensible para Argentina. Entre la herencia recibida se encuentra la instalación espacial China en Neuquén, la cual debería inaugurarse en 2017. Cuando Cambiemos tomo las riendas del país se preocupó por el tema y las condiciones en las cuales dicho acuerdo se había llevado a cabo. Fue uno de los primeros puntos en la agenda bilateral volviendo con un compromiso por parte de China por el cual las instalaciones solo tendrían uso pacífico.

El acuerdo permanece difuso en materia de controles, y como se sabe pero a veces parece “olvidarse”, las tecnologías especiales ademas de ser de uso dual se espera que en los próximos años aumente la creciente militarización del espacio. Nosotros ya hemos quedado en el medio de un juego que nos excede y que nos puede condicionar en un futuro no muy lejano. Nos interesa la estabilidad estratégica pero no necesariamente se va a mantener y si eso sucede pueden presionarnos de ambos lados ya que la estación no deja de ser una capacidad china en el hemisferio occidental. Vale la pena recordar que alguna vez algún primer ministro se vino de Berlín con un papel firmado asegurando que la paz reinaría para explotar en la Segunda Guerra Mundial al poco tiempo.

Con respecto a Medio Oriente, ciertamente Israel ha salido favorecido de las elecciones que se han realizado hasta el momento. Todos las posiciones de peso en el sistema de seguridad norteamericano tienen en común su oposición al acuerdo con Irán. Es posible que proximamente se renegocien los términos de acuerdo con ese país, suponiendo que el nuevo acuerdo tendrá condiciones más restrictivas que difícilmente sean aceptadas por el regimen Iraní. Si bien Estados Unidos jugará un rol más restringido, no significa que no castigue a aquellos que consideren necesario castigar. El poder aeronaval norteamericano siempre esta posicionado para actuar allá donde se lo necesite.

África y América latina aparecieron marginalmente en las discusiones electorales y siempre ocupan un lugar secundario en la gran estrategia. Es posible que más allá de las palabras de buena voluntad que suelen aparecer como desarrollo, derechos humanos, sociedad y amistad, la vinculación sea consecuencia de los temas del narcotráfico, terrorismo e ingobernabilidad.

Es posible que ciertos paquetes de asistencia norteamericana en especial a America Central se pierdan en especial aquellos ligados a temas de desarrollo, aunque podrán mantenerse los que hagan la seguridad nacional norteamericana. La notable canción de R.E.M “Is the End of The World as We know It (and I Feel Fine)” daba inicio a sus discursos de campaña transmitiendo con fuerza la idea de diferente. Ciertamente van a existir diferencias con etapas previas ya que este es un período de adiós a la expansión y al internacionalismo liberal, y posiblemente retornemos a una época de territorialización política penetrada por la globalización económica con una fuerte impronta nacional por más contradictorio que ello suene. Todos odian a un hegemón, pero cuando este se repliega todos temen aún más las consecuencias.

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