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Trump refleja el clima de época

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20 junio de 2016

Por el menor crecimiento económico hay menos apoyo a la globalización lo cual favorece el surgimiento de candidatos populistas en muchos países desarrollados.

Donald Trump es visto en casi todo el mundo como una figura exótica y sorprende que sea el candidato a presidente de uno de los dos grandes partidos de Estados Unidos. En ningún país ?salvo Corea del Norte? lo quisieran ver en la Casa Blanca. Pero más allá de su excentricidad, su irrupción política se vincula con fenómenos mundiales asociados al hartazgo con las elites políticas y económicas tradicionales que se registra en varios países.

En los tiempos de oro de la globalización, siquiera se la podía discutir. Era un hecho dado, inmodificable y por lo tanto a los gobiernos les quedaba una sola alternativa que era adaptarse a ella de la mejor manera posible para los intereses nacionales.

No cabe duda que en su primera etapa muchos países se beneficiaron con los cambios que trajo aparejada la globalización y millones de personas salieron de la situación de pobreza en el mundo emergente. Pero luego de la crisis económica que comenzó en 2008 en el mundo desarrollado, el crecimiento global fue mucho más lento y las bondades de la globalización comenzaron a ser puestas en duda. También quedó en claro que la mayor integración económica y la expansión del comercio no eliminaron los conflictos de otra índole que tenían su origen en cuestiones étnicas o políticas. El apoyo de los distintos sectores sociales que comenzaban a mejorar sus ingresos y la expansión de la clase media le daba un respaldo político creciente a la globalización en casi todos los países. Pero cuando la cesión de soberanía nacional en función del proceso de integración mundial dejó de producir los resultados esperados, el apoyo se fue diluyendo.

EL NUEVO MARCO

Porque se suponía que en tiempos de la globalización, los problemas económicas serían una cuestión del pasado. La integración a las corrientes económicas mundiales que eran vistas como fuente de prosperidad comenzaron a percibirse como elementos que desplazaban la producción nacional y que destruían empleos locales ya sea por la presencia de inmigrantes o porque las empresas se instalaban en países con salarios más bajos. Comenzaron a responsabilizarse de los problemas nacionales a “los de afuera”.

El deterioro de la economía en muchos países desarrollados que se expresó en términos de recesión y desempleo en Europa y de estancamiento de los ingresos en Estados Unidos, generó una creciente disconformidad con las elites políticas y económicas. No es casual que las viejas identidades políticas estén en crisis. En España, el bipartidismo de las primeras décadas de democracia dejó paso a un nuevo esquema con cuatro fuerzas relevantes. En Alemania, durante décadas, las fuerzas democristianas y socialdemócratas reunían más del 80% de los votos y ahora siquiera llegan al 50%. Y hay ejemplos similares en toda Europa. Todo este escenario creó las condiciones para el surgimiento de candidatos populistas que esgrimen un nacionalismo xenófobo. Los hay en abundancia en Europa pero también Estados Unidos. Ese contexto, se enmarca la candidatura de Trump por el partido republicano que, curiosamente, siempre se presentó como la contra cara del populismo. Durante mucho tiempo, los demócratas defendían distintos intereses sectoriales y su plataforma era una sumatoria de diferentes demandas mientras que los republicanos eran los abanderados de una visión integral del país. Por eso, la candidatura de Trump es un hecho disruptivo para los republicanos y sólo se explica por un clima de época que excede a las fronteras de Estados Unidos. En los últimos años exacerbaron su discurso anti Washington y contrario a la intervención del gobierno federal en distintas áreas y buscaron un candidato auténticamente conservador que exprese esos valores. Pero con esa retórica, al final del camino se encontraron con el discurso populista de Trump.

Su inevitable derrota en noviembre obligará a los republicanos, si pretenden volver a ganar elecciones presidenciales, a buscar un nuevo equilibrio que los aleje tanto del Tea Party como de Trump.

En el campo demócrata, también surgió con fuerza Bernie Sanders que también es una figura ajena al establishment partidario. Pero en su caso, arremetió contra Wall Street, que en la visión populista, compite con Washington por ver cual de los dos lugares está más alejado de los intereses del ciudadano común.

El problema es que las soluciones que propone el populismo en sus distintas variantes sólo servirán para agravar los problemas. Porque economías más cerradas y fronteras clausuradas para los inmigrantes no son un camino a la prosperidad. La buena noticia es que el apoyo a los candidatos populistas está circunscripto a sectores sociales que no son mayoritarios. Hay un clima de época en el cual abrevan y que les permite obtener respaldo político pero no el suficiente para ganar elecciones, al menos en sociedades abiertas y multiculturales.

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