(Columna de Sebastián Iñurrieta)
La estrategia de Scioli tiene el doble objetivo de frenar el avance de Massa y asegurarse gobernabilidad
Habían pasados dos minutos de la medianoche del sábado más esperado del año por toda la dirigencia política: el cierre de listas. El sciolismo se había quedado sin el pan y sin la torta. Un sólo ministro suyo, aunque de mayor ADN kirchnerista, se había colado en la lista del Frente para la Victoria (Gustavo Arrieta en el puesto 15). Del publicitado y luego negado acuerdo (desde Tigre y La Plata) con Sergio Massa apenas se veían sus cenizas. Y la agrupación La Juan Domingo, que enarbola la bandera “Scioli 2015”, se había quedado sin 2013 por la lapicera roja de Francisco De Narváez. “Ya está, ahora nos llamaremos a silencio y reaparecemos después de octubre”, se daban ánimo en despachos platenses, masticando bronca, ante el silencio de su líder.
Más a la deriva no podía estar el gobernador bonaerense. Pero el ex motonauta, como hizo durante toda la última década, se reinventó. Apenas le tomó 36 horas para sorprender a propios y extraños. Lo hizo el primer día hábil luego del destierro de su tropa de las boletas legislativas, que aspiraban a sumar bancas en la Legislatura provincial para evitar contramarchas en el tramo final de su gestión (y de su anhelada carrera a la Casa Rosada).
El lunes 24 visitó Lomas de Zamora, pago chico de Martín Insaurralde. En su anterior paso por el distrito, Cristina Kirchner le había recriminado ?sin nombrarlo? de “mirar para otro lado” cuando la critican. En cambio, ese día sólo hubo sonrisas: con el intendente inauguró una Unidad de Pronta Atención. Era lo de menos. Lo importante era la foto y su mensaje con doble destinario: la Casa Rosada y hacia dentro del gobierno provincial, para contener la desazón. La instantánea inmortalizó su alineamiento con el kirchnerismo en la campaña.
Desde entonces el gobernador apenas se despegó del postulante oficial. “Hablamos todo el día”, cuenta Insaurralde en un spot que los muestra caminando a la par. Salvo las jornadas que pasó en Italia y Brasil viendo al Papa Francisco, Scioli compartió casi todos los días con el intendente. Juntos encabezaron más de una docena de actos en un mes, llegando a visitar hasta dos localidades en doce horas. El mandatario provincial se convirtió en un virtual jefe de la campaña K en su distrito, incluso desde antes de que el calendario electoral marcara su comienzo (el 12 de julio).
Más que eso: es un candidato sin candidatura. Prestó por completo su imagen (tanto su cara para los afiches como el 54% de evaluación positiva, según la consultora Poliarquía, con la esperanza de transferirle unos puntos al por entonces desconocido jefe comunal lomense). Un beso público con la Presidenta en Argentinos Juniors selló la amnistía. Con la mejora de los números de Insaurralde, al ex motonauta le llegaron invitaciones para actos de postulantes K de Río Negro, Mendoza y Santa Fe (como la que recibió y aceptó del FpV porteño), por lo que su padrinazgo se podría nacionalizar.
LA APUESTA
“Aposté por la gobernabilidad”, juran haber escuchado de los labios del gobernador apenas superada la incertidumbre de la oficialización de candidatos. Un mes después del cierre de listas, la jugada rindió sus primeros frutos: el Gobierno le refinanció un préstamo de $600 millones que le había concedido la Anses. Antes, preparados para lo peor con el fantasma de la crisis del medio aguinaldo aún rondando sus pasillos, en el Ministerio de Economía bonaerense afirmaban contar con fondos para “llegar con lo justo hasta fin de año”.
La confesión de Scioli esconde una doble lectura. Por un lado, la sintonía con la Rosada le aporta cierto alivio a las abultadas cuentas provinciales, perdida la batalla sciolista por rediscutir la Coparticipación o el congelado tope del Fondo del Conurbano (que escondía la puja por espacios en la boleta). Pero por el otro, desvela el resquemor del mandatario ante un avance legislativo massista. Si en su momento la ministra sciolista Cristina Alvarez Rodríguez acusó al vicegobernador de poner “palos en la rueda”, el Frente Renovador (FR) amenaza con confiscarle la bicicleta, apelando a la misma analogía. “A los kirchneristas ya los conocemos y supimos aprender a convivir. En cambio, los massistas nos van a hacer la vida imposible”, analizó un legislador sciolista. Envalentonado por las encuestas, el tigrense se tiró a la pileta no por la medalla de plata (la gobernación) sino por la de oro (el sillón de Rivadavia).
Como eventuales contrincantes en 2015, la batalla en el recinto promete ser a todo o nada. La irrupción de Scioli en la campaña ya la anticipa. Pregonando ser el “postkirchnerismo”, terminología acuñada por sus asesores norteamericanos, Massa transita la delgada línea entre votos K y antiK. Lo hará, mientras le sea redituable, apuntando sus dardos lejos del Gobierno del cual fue jefe de Gabinete: fogonea la pelea de gestión municipal versus provincial, el boleto que debe cuidar el sciolismo para cumplir su sueño presidencial y por el que aportó su ayuda electoral. “Si el alineamiento K afecta la imagen de Daniel, tenemos que contrarrestarlo con obras que sobrevivan a la campaña”, ya planifican en la gobernación.
Con los comicios “provincializados”, en Tigre desempolvaron quejas que ya despertaron antes el malestar sciolista, como la Policía Comunal o el revalúo fiscal. Los primeros cruces de campaña se dieron en ese terreno. El massismo acusó discriminación en el reparto de fondos y el sciolismo contraatacó. Es una trifulca entre segundas líneas ya que ambos líderes evitan la confrontación. “Massa imita a Daniel”, se quejan unos. “Sergio es Scioli con agenda”, admiten con chicana los otros.
Relegado de la media cancha por el massismo, Scioli recrudeció su discurso como nunca desde 2003. Mutó en un ultrakirchnerista, desde sus tradicionales moderados parámetros. “Una mujer no puede estar medio embarazada”, le envió como indirecta al tigrense. Desorientado, el oficialismo redirigió las históricas chicanas al gobernador hacia el líder del FR. “Veo un candidato guiado por los medios”, lo acusó la diputada y postulante Juliana Di Tullio; similar a lo que le achacaban al gobernador no mucho tiempo atrás.
El oficialismo, incluyendo el cristinismo (las agrupaciones de Unidos y Organizados), acataron la orden presidencial de abrazar al antes díscolo. Y, sólo en público, silenciaron sus históricas rabietas. No todos pudieron con su genio. El protagonismo de Scioli reavivó los celos de quienes pretenden ser herederos del poder kirchnerista. Conteniendo la crítica, que antes repartía sin cuidado, el gobernador entrerriano Sergio Urribarri apenas se anima a acusar ahora que el mandatario “no pertenece al círculo íntimo de la Presidenta”.
Cuando se cuenten los votos el 27 de octubre se abrirá otro capítulo. Todo podría volver a la “normalidad” de una guerra fría entre la Rosada y La Plata. Hoy por hoy, Cristina necesita a Scioli (y viceversa). “En esta elección no hay transferencia de poder. La gestión de Daniel mantendrá las encuestas su favor”, se tranquilizan en la gobernación pensando octubre como trampolín. Sin re-re, sólo le queda un camino para abandonar su despacho pero no la política. Y los intendentes que juegan a fondo en las urnas ya reclaman para ellos esa silla, desde 2007 ocupada por un “porteño trasplantado”. Pero esa es otra historia?