El spot de Massa marca la apertura de una nueva etapa en la discusión política sobre la lucha contra las redes de narcotráfico.
En estas últimas semanas ha tenido una fortísima difusión en televisión y radio una propaganda de Sergio Massa en la que este candidato se pronuncia con una claridad tajante por la militarización de la lucha contra el narcotráfico. En esta publicidad Massa comienza con un párrafo en el que dice:
“Enfrente tenemos un enemigo de verdad. Tiene poder, dinero, y no le importa cobrarse vidas. Y no estoy hablando del Gobierno, no. Estoy hablando del narcotráfico. Mi propuesta es concreta: quiero una Ley de Seguridad Ampliada que permita a las Fuerzas Armadas (...) atacar y bloquear las fronteras pero también entrar a los barrios humildes, que es donde los narcos infectan a nuestros jóvenes”.
En los spots televisivos estas frases son acompañadas de imágenes impactantes que contienen, entre otras cosas, soldados vestidos y armados para el combate saltando desde helicópteros, presumiblemente sobre los “barrios humildes” en los que “infecta” el narcotráfico.
Esta propuesta y la retórica visual elegida por Massa marcan la apertura de una nueva etapa en la discusión política sobre la lucha contra las redes transnacionales del narcotráfico en el país. Por supuesto, ha habido políticos que intentaron llegar a altos cargos con un discurso de “mano dura” hacia el delito, pero con algunas cruciales diferencias. Por un lado, ni Carlos Ruckauf ni Francisco de Narváez nunca llegaron a ser candidatos a la Presidencia y, por el otro, ambos utilizaron un discurso mucho más genérico y menos específico. Pedían “mano dura” y mayor poder a las fuerzas policiales, pero ninguno habló específicamente de algo que obligaría a un profundo cambio legal: la intervención de las Fuerzas Armadas en temas hasta ahora determinados como propios de la seguridad interior. Aunque Daniel Scioli mencionó la posibilidad de “revisar la actuación de las Fuerzas Armadas” en temas de narcotráfico, pero lo hizo de manera más general que Massa (y dio marcha atrás con esa posición luego), esta propuesta de Massa es, a mi entender, la primera vez que alguien pide on the record una nueva ley que permita a las Fuerzas Armadas intervenir en territorios nacionales. Massa mismo está saltando en paracaídas en este caso.
No sólo es altamente problemática una política pública así porque significaría abandonar uno de los consensos que más se han mantenido en la postransición democrática, corporizado en las leyes que prohíben el involucramiento de las Fuerzas Armadas en temas de seguridad pública promulgadas o ratificadas por Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando De La Rúa; o porque, como señaló Juan Gabriel Tokatlian en una nota publicada en enero en el diario La Nación, no hay antecedentes en América Latina de casos en los cuales la militarización haya resuelto el problema del narcotráfico pero sí muchos ejemplos de cómo ésta empeoró la violencia. Siquiera porque Estados Unidos (que a menudo aconseja variantes de esta estrategia a los países de nuestra región) prohibió la acción interna de sus Fuerzas Armadas en 1874. Es problemática en su configuración ideacional y en su eficacia política.
Notemos la retórica contenida en sólo un puñado de oraciones. Para comenzar, el 'chiste' de apertura en el cual se pone al mismo nivel a este Gobierno, constitucionalmente electo, con redes transnacionales de narcotraficantes, asesinos y criminales (¿Deberían también “salvarnos” de este problema las Fuerzas Armadas?). Luego, continúa con una serie de deslizamientos semánticos notables: la igualación de “narcotráfico” con “barrios humildes”, el pedido de “bloquear las fronteras” manu militari y el uso de la muy antigua y notable metáfora organicista de la “infección” del cuerpo social. Notemos, también, como “la infección” del narcotráfico azotaría sólo a “los jóvenes”. No son estas figuras ajenas a la Historia Argentina, sino que son figuras retóricas que históricamente han actuado en nuestro país como manera de justificar y legitimar como una necesaria “cirugía mayor” formas refinadas, organizadas y destructivas de acción estatal sobre el mismo cuerpo social que el Estado debía, supuestamente, proteger ?sobre todo a los jóvenes, que por razones diversas y crueles terminan siendo casi siempre, en Argentina, la carne de cañón de nuestros experimentos?.
Pero más allá de lo fino que puede hilarse sobre lo que se dice, no queda claro cuál es la eficacia política, demagógica incluso, de estas publicidades y de estas propuestas. Por supuesto, la violencia asociada con el narcotráfico organizado es real y ocasiona sufrimiento a las comunidades de nuestro país. Por otra parte, no cabe dudas de que el tema de la inseguridad es mencionado como una preocupación central en todas las encuestas de opinión y que existe un segmento de la población que demanda “mano dura y que los maten a todos”. Pero como decíamos en una columna publicada con Federico Tiberti en 2014 en el estadista, “podría estimarse a partir de los números revisados que entre un treinta y un cuarenta por ciento de la población conformaría una base electoral (constituency, en inglés) potencial para un partido político que oferte primariamente un programa de políticas más represivas”.
Pero allí señalábamos que también es alta en Argentina la demanda de sostenimiento del Estado de Derecho (el 60% pedía sostenerlo en 2014) y el 62% pensaba que las Fuerzas Armadas no debían participar en la lucha contra el narcotráfico. Un informe del Latin American Public Opinion Survey sobre el apoyo de la opinión pública en las Américas a la justicia paralegal (“vigilant justice”, en inglés) la pone a Argentina levemente por debajo del promedio regional en apoyo a la “mano dura” paralegal, con algo menos del 30%.
De hecho, todos los demás candidatos en campaña se diferenciaron de esta posición (como marca Federico Poore en el Buenos Aires Herald) aunque no dudaron en adoptar vagas referencias a la creación de “patrullas de frontera” (Macri) o policías municipales (Scioli). Pero la claridad meridiana de Massa representa un paso al vacío. En síntesis, no queda claro por qué Sergio Massa no utilizó la más clásica, probada y probablemente efectiva táctica de montarse a un discurso “manodurista” mucho más genérico y vago antes que adoptar estas polémicas recomendaciones en blanco sobre negro.