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Venezuela: haciendo foco en la oposición

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22 noviembre de 2016

(Columna de Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk)

Los que se oponen al gobierno de Maduro no siempre coinciden en la estrategia a seguir y eso explica, en parte, su continuidad en el poder.

La “crisis en Venezuela” se ha convertido en el título predilecto y reiterado de los medios de comunicación en nuestro país y en el resto de la región. Por el mismo se entiende la existencia de un conflicto irresoluble entre el oficialismo y la oposición, que incluye una combinación de parálisis institucional, movilizaciones multitudinarias, en algunos casos violentas, un diálogo de sordos entre el presidente Nicolás Maduro y la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD), una crisis económica que incluye desabastecimiento, una inflación de 3 dígitos, un dólar por las nubes y el precio del petróleo en sus niveles más bajos de la Historia. Sin embargo, si vamos a lo estrictamente fáctico, esta crisis viene desde el propio inicio del gobierno de Maduro, y diríamos desde la propia génesis del chavismo. En los hechos, lo que se da en Venezuela es lo que en otra parte hemos denominado el “empate catastrófico” entre un oficialismo que tiene la fuerza material, simbólica y de apoyos populares que le garantiza sostenerse en el gobierno, mientras la oposición, a pesar del triunfo electoral reciente y de contar en su haber hoy con las mejores posibilidades de vencer en un hipotético referendo revocatorio presidencial, no logra convertirse, a pesar de los grandes apoyos internacionales, en una opción de estabilidad política para el país.

¿Pero esto es en soledad lo que explica la irresolución del conflicto? Nos queda muy claro que para que exista recambio gubernamental en estas democracias de baja institucionalización sudamericanas hacen falta dos variables clave: un gobierno en condiciones económicas y políticas adversas y una oposición organizada políticamente para ofrecerse como alternativa viable de cambio. Es más, la primera variable, por su peso, es la decisiva, pero si la otra no está presente, suele ocurrir que la inercia se mantiene y el oficialismo puede perdurar en el gobierno. Este es el caso venezolano. Las explicaciones, en general para explicar el proceso político en Venezuela, se asienta en advertir sobre la falta de resolución (o capacidad) del gobierno de Maduro para dar cuenta de la grave crisis económica que atraviesa el país. Es por eso que la opinión pública más crítica del chavismo (la mayoría de los medios regionales) aventure que a Maduro le restan sólo horas en el gobierno. Pero esta ecuación, para que pueda dar lugar a la alternancia, como dijimos, necesita de una oposición preparada para recoger el descontento y convertirse en una opción efectiva de gobierno. En consideración a esto este artículo no le prestará atención a los problemas económicos y políticos del gobierno, que los tiene y se han gastado toneladas de tinta para explicarlo, sino en describir los problemas del antichavismo para convertirse en opción de cambio real (y sobre todo seguro) en el país. Sin esta variable, resulta difícil de explicar la perdurabilidad de Maduro en el cargo. En abril se cumplirán cuatro años de gestión del sucesor de Hugo Chávez.

La oposición política venezolana tardó casi diez años en comprender que el liderazgo de Chávez no era un desvío excepcional en la Historia de su país. En esa década, el antichavismo se nucleó en torno a los actores sociales predominantes de la anterior etapa histórica del “Punto Fijo” (1958-1998) es decir, las principales organizaciones sociales del empresariado y del sindicalismo: Fedecámaras y la CTV. Estos dos actores fueron quienes llevaron adelante la resistencia al gobierno de Chávez, que en línea con el resto de las oposiciones a los gobiernos del “giro a la izquierda” en la región, caracterizaba a estos gobiernos como autoritarios, populistas y con escasas credenciales democrática. Desde allí que la estrategia para expulsarlos del gobierno fueran acciones muy reñidas con la legalidad. Lejos de ser portadora de una congénita institucionalidad, la oposición venezolana intentó derribar a Chávez con una multiplicidad de iniciativas de escaso respeto por la institucional. Observemos: golpe de estado fallido (2002) Lock out en PDVSA (2003), guarimbas generalizadas (2004 y 2005), deslegitimación de la elección legislativa (2005), entre las salientes. Es cierto que a partir de diciembre de 2007, cuando por primera (y única vez) logran vencer a Chávez electoralmente, viran en su estrategia hacia la institucionalidad. Esto les reporta los mayores dividendos ya que en la elección parlamentaria de 2010, la oposición, ya como MUD, pierde por escaso punto y medio de diferencia. Para esa elección, el antichavismo unió todas sus partes, realizó internas abiertas y generó un liderazgo muy distinto a los anteriores: Henrique Carpiles. La reivindicación de la obra social del chavismo, de los ideales de Bolívar, el respeto a la Constitución bolivariana y un alejamiento de las intentonas desestabilizadoras fueron la consecuencia de jugar al juego electoral. Sin embargo, las derrotas presidenciales de Capriles frente a Chávez (2012) y Maduro (2013) permitió que el sector más intransigente de la oposición retorne a la idea del “golpe de mano” para derrotar por la vía ilegal al chavismo.

En consecuencia, estos tres últimos años, y en especial luego del fallecimiento de Chávez asistimos a una oposición dividida entre un sector que podríamos denominar electoralista (que a veces se suma a los múltiples diálogos de paz que convocó Maduro) y otro sector que no apuesta a las elecciones, ni al diálogo, y que tiene como cabezas visibles a Leopoldo López y Corina Machado. Ambos grupos tienen un punto de unión a la hora de participar del juego electoral, pero se diferencian en los momentos en los cuales no hay elecciones. El reciente llamado a la paz por parte del papa Francisco encontró, una vez más, ese hiato opositor. Sólo participó de la convocatoria un reducido número de opositores, la mayoría con tareas institucionales, y faltaron a la cita, como era de esperar, los sectores que practican el juego parainstitucional, que hoy son mayoría en Venezuela.

Estas disidencias internas en el interior del antichavismo fueron responsables de la frustrada convocatoria al referendo revocatorio del mandato presidencial. Recordemos que luego de la victoria electoral opositora en las legislativas del año pasado, la MUD se encontró en condiciones propicias para llevar adelante a partir de enero de este año la recolección de firmas para activar el referendo. Lejos de ello, sus principales líderes parlamentarios apostaron al “golpe de mano”, ya que a “Maduro le queda poco tiempo”. A la vista quedó que el primer mandatario logró sortear los conflictos institucionales de un gobierno dividido y permaneció en su cargo en un contexto de una importante crisis económica. Desde julio en adelante la oposición, sabedora de que Maduro no caería en lo inmediato, activó tardíamente el referendo revocatorio, que la justicia frenó en la mayoría de los estados por adulteración de datos. Una muestra más de las dificultades opositoras de superar al chavismo por las vías institucionales.

¿Cómo sigue el juego político venezolano? ¿Tendrá posibilidades este acuerdo de paz propiciado por el Papa? Como venimos diciendo: la división opositora con una mayoría apurada por acelerar la caída de Maduro implica un obstáculo en esa dinámica. El presidente venezolano, lejos que ser un líder incompetente como pretenden mostrar la oposición, ya ha neutralizado una variedad de intentonas golpistas que lo revelan como un jefe de Estado que, al menos, saber jugar a la defensiva. En ese contexto, los recursos de poder que el chavismo aún ostenta le garantizan sortear las situaciones más dramáticas. Si el lapso presidencial fuera como en el resto de los países (4 años) el primer mandatario venezolano estaría a un paso de llegar. Sin embargo, la Constitución bolivariana prevé seis años al frente del ejecutivo. Quedan dos años durante los cuales el juego está abierto. Todo es posible y por eso vale la pena evitar imágenes y eslóganes y, en lugar de eso, seguir de cerca cómo se mueven los actores en pugna.

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