(Columna de Alejandro Radonjic)
Si las hipótesis de un mejor segundo semestre se materializan, son varios los que quedarán en offside. ¿Puede llegar a pasar?
Estamos en la parte más floja del ciclo económico desde que asumió el Gobierno el 10-D. La inflación rondó el 7% en abril, los aumentos de precios parecen no acabar, la demanda ajusta para abajo, los nuevos salarios aún no llegan, el empleo flaquea y son varios los que perciben que “la cosa” se le ha ido de las manos a un equipo económico poco compasivo con “la gente”. Hay pesimismo sobre el presente y el futuro, dicen las encuestas. Pero, pronto, todo podría cambiar. Enfatizamos el potencial.
“El momento más difícil del ajuste y el pico del malhumor deberían tener lugar en el transcurso de este trimestre”, dice el economista Federico Muñoz. “El nivel de actividad iniciará una progresiva reactivación”, agrega. “Estimamos que, a partir de junio, la inflación debiera ubicarse bien por debajo del umbral del 2% mensual”, complementa. El codiciado cóctel del fin del ajuste, el comienzo de la reactivación y la baja de la inflación es el mantra que merodea los pasillos del Gobierno.
En el fragor de la fase cruda del ajuste, intentaremos nadar contracorriente. Es decir, cabalgar sobre la hipótesis de que el Gobierno, y parte del gremio consultor, están en lo cierto. ¿No es esta, acaso, la tierra de las oportunidades? La variante no debe soslayarse. Las recuperaciones, por estas pampas, suelen sorprender.
¿Y si estamos ante un nuevo ciclo de crecimiento? No es una hipótesis antojadiza y hay motivos para creerlo. Se han corregido los precios relativos (en criollo, nos hicimos más baratos en dólares, esto es, atractivos para las inversiones foráneas), se abandonaron las restricciones cambiarias, se pueden girar dividendos y utilidades, se dejó atrás el default, hay un Gobierno más market-friendly y amigable con el sector privado, se están reconstruyendo las estadísticas, se redujeron y/o eliminaron retenciones, se domó el dólar y se fortalecieron (poco, es cierto) las reservas internacionales del BCRA y la lista podría seguir. Asimismo, estamos virtualmente estancados desde 2011 y, eventualmente, la economía tiene que rebotar.
Ciertamente, no todas las medidas tomadas fueron favorables al crecimiento o, dicho más crudamente, se indujo un ajuste, pero se comenzaron a sentar las bases para volver a crecer. La fortuna maquiavélica no ayudó: inundaciones en plena cosecha, Brasil en su peor crisis en 80 años y la Reserva Federal empezando a endurecer su política de dinero regalado. Poco importan, a los fines de esta columna, si el Gobierno fue demasiado gradualista (o no) o si comunicó bien (o no). Fue lo que fue. El punto es que el ajuste ya está por concluir. La inflación de mayo será menor a la de abril (y la de junio, menor aún), las tasas de interés empiezan a bajar, el nivel de actividad se podría empezar a estabilizar, los nuevos sueldos están a la vuelta de la esquina y están entrando algunos dólares productivos.
Una hipótesis sobre lo que pasó (y sigue pasando) es que los empresarios, quienes van a liderar la eventual recuperación a través de sus decisiones de inversión, desensillaron hasta que aclare. Querían ver para creer y otear cómo deglutía la sociedad el ajuste. Era inverosímil espera un boom inversor el mismo 10-D o no tener una aceleración inflacionaria (con una caída del consumo) ante tamaña devaluación y ajuste tarifario. Pero, con el ajuste “macro” por acabar, los hombres y mujeres de negocios ahora tendrán un panorama más claro. Las familias, también. Algo idílicamente, el Gobierno dice que está todo listo para que los empresarios se pongan a hacer lo que saben. Se avanzó, es cierto, pero aún queda una larga “to-do-list”. Por ejemplo, reducir la presión tributaria draconiana sobre el sector productivo. Pero, insistimos, se hizo mucho y están empezando a responder. Son los incentivos.
Si el mantra del promisorio segundo semestre se cumple (como vimos, una hipótesis verosímil y probable), la oposición quedará inevitablemente en offside y sin latiguillos discursivos y varios políticos saltarán el charco para no quedar tapados por la marea amarilla que sobrevendría si al Gobierno le va bien en sus ensayos económicos. La economía manda en Occidente (y Oriente). El oficialismo, lógicamente, se fortalecerá ante el desafío electoral que le plantearán las elecciones legislativas del 2017 y podría empezar a desplegar una agenda más ofensiva para complementar el despegue económico. ¿Quién lo para allí? La disputa electoral se trasladará puertas adentro y todos querrán subirse a la listas ganadoras. Una especie de “enfermedad holandesa”, pero política. Ya veremos. Falta poco y la difícil coyuntura puede engañar a los que no puedan ver más allá.