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YPF y el nacionalismo

21 mayo de 2012

(Columna de opinión de Alejandro Grimson, decano del IDAES de la UNSaM)

Hoy vivimos en un mundo más y no menos nacionalista que hace veinte años. El caso argentino.

La expropiación de YPF despertó nuevos debates sobre el nacionalismo. Un conocido editorialista afirmó que “el nacionalismo ha hecho estragos en la Historia de la humanidad, pero sigue siendo una bandera predominante entre los políticos latinoamericanos”. Inclusive el tema Malvinas planteó debates análogos. Hay varias simplificaciones que resulta necesario desarmar, para lograr un debate que asuma los desafíos del Siglo XXI.

La idea de que “el nacionalismo ha hechos estragos” es una típica verdad a medias. Es completamente acertada para las dos guerras mundiales, así como para todas las formas coloniales y autoritarias del nacionalismo. Pero es históricamente incorrecta porque el movimiento liderado por Mahatma Ghandi y otros movimientos anticolonialistas fueron profundamente nacionalistas en un sentido democrático. Como lo afirma el pensador Tzvetan Todorov, el nacionalismo tiene varias caras y fue crucial tanto en la Revolución Francesa como en el nazismo.

La idea de que todo nacionalismo es autoritario, belicista y reaccionario es muy particular de la Argentina. En nuestro país resuena extraño pensar a Gandhi como un líder nacionalista. Sucede que la dictadura militar de 1976 tuvo diversos éxitos, entre los cuales el menos analizado y debatido es la apropiación militar de los significados de la Nación. En efecto, la dictadura llevó a cabo su política en nombre de la Nación, del nacionalismo y luchando contra la “subversión apátrida”. Sus dos puntos culminantes para haber logrado modificar el significado de la Nación fueron en Mundial de 1978 y la Guerra de Malvinas.

La Guerra marcó el imaginario nacional sobre la Nación. Dejó, como legado, que el nacionalismo es belicista, corrupto, irresponsable, manipulador y antidemocrático. Es decir, todos los desastres éticos, políticos y militares que los dictadores cometieron en ella fueron trasladados como rasgos inherentes al nacionalismo en todos los lugares y las épocas. Esa extrapolación ha marcado profundamente nuestra cultura política. Básicamente, legando una separación entre democracia y Nación. En los años ochenta, toda referencia a la Nación se identificaba con el militarismo y era lo opuesto a la lucha por la democracia y los derechos humanos.

Esa profunda desnacionalización de la cultura política argentina fue una condición necesaria para que las políticas neoliberales pudieran llegar tan lejos en este país. En los años noventa hubo políticas neoliberales en toda la región, pero ninguno de los países concretó una medida semejante a entregar su petróleo. Los significados de la Nación y el nacionalismo han cambiado profundamente en distintos momentos de la Historia Argentina.

Un Estado represivo se apropió de los símbolos nacionales (incluyendo la bandera e YPF) y fue vaciando incluso el sentido popular de celebraciones como el 25 de Mayo. En 1960 y en 2010 esta fue una fiesta masiva. Entre 1976 y los años 2000 fueron actos burocráticos. El mismo desplazamiento podrá verificarse en las artes plásticas, donde el cosmopolita Xul Solar hizo un homenaje en el sesquicentenario, hasta las pinturas de Noé o Alonso de los años setenta que representaban a la Nación como victimaria de la propia República.

A partir de la crisis de 2001 y 2002, otras representaciones plásticas fueron posibles. Un proceso análogo podrá encontrarse en los movimientos sociales y en procesos políticos. Es necesario comprender que los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner leyeron un proceso social e intervinieron sobre la base de un cambio en la cultura política. Leyeron que la crisis de 2001-2002 también fue una crisis de la separación entre democracia y Nación.

A partir de ello, protagonizaron una nueva articulación entre ambos términos. Así, la renegociación de la deuda externa tuvo como antecedente y como consecuencia un cambio cultural más amplio. En efecto, se recordarán los pronósticos sobre el fracaso seguro de dichas medidas y es factible que la población tuviese dudas al respecto de su viabilidad. Pero esa pregunta era, al mismo tiempo, un interrogante acerca de la viabilidad de la autodeterminación nacional. Todos los pronósticos catastrofistas acerca de medidas soberanas de la Argentina en estos años no han hecho más que confirmar, a los ojos de la ciudadanía, que existe un espacio y una chance de decidir democráticamente nuestro destino.

Este es un punto clave. Porque mientras algunos consideran que todo nacionalismo es belicista y dictatorial, allí se esconde una gran falacia. Si la democracia consiste justamente en la soberanía de los ciudadanos para escoger entre opciones políticas, ¿es factible que exista democracia cuando más allá de la opción que gane siempre existirá la misma política económica?

En realidad, la soberanía nacional es lógicamente y bien entendida una condición sine qua non de la democracia. Bien entendida significa que la democracia es a la vez una condición sine qua non de la soberanía. Debe comprenderse que así como la democracia implica la posibilidad de que los ciudadanos y los gobiernos se equivoquen, la misma regla se aplica para la soberanía democrática. En ese sentido, defender la idea de que soberanía y democracia se encuentran imbricadas inexorablemente, no se traduce es defender todo lo que haga o deje de hacer un gobierno específico. Lo que resulta sorprendente es que los mismos ciudadanos que recientemente defendieron (a mi juicio equivocadamente) el derecho a la autodeterminación de los malvinenses, no hayan dicho nada frente a las amenazas a la soberanía democrática argentina que se lanzaron desde diferentes gobiernos e instituciones. Eso muestra que las consecuencias de la Guerra en un “antinacionalismo” muy argentino continúan presentes.

El nacionalismo implica riesgos, claro está. Puede ser utilizado en consonancia con la democracia y la igualdad o en su contra. Ahora, un doble estandar que se queja del reclamo pacífico de la Argentina y calla frente al nacionalismo europeo, parece más guiada por un “antikirchnerismo” sistemático, que por un criterio que pueda aplicarse a diferentes casos. Dijimos “nacionalismo europeo” y podrían mencionarse casos en todo el mundo. Por ello es falso que el nacionalismo sea algo del pasado, que sólo sobrevive en zonas “atrasadas” como América Latina. No entender que hoy vivimos en un mundo más y no menos nacionalista que hace veinte años es tener prejuicios muy firmes, que rechazan los datos que llegan desde Europa, Asia y Africa. Suponer que cuando se dice “nacionalismo” ya se sabe de qué tipo de “ismo” estamos hablando es un pecado de ingenuidad, como si “capitalismo”, “socialismo” o algún otro “ismo” pudiera reducirse a simples maravillas.

(De la edición impresa)

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