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Zannini y la lucha contra “la porteñidad"

24 julio de 2015

El centralismo kirchnerista se reivindica como defensor del interior frente al poder central y “la mentalidad del puerto”

En el extenso reportaje que le hizo Horacio Verbistky en Página 12, el secretario general de la Presidencia y flamante candidato a la vicepresidencia dijo que “en cada dilema voy a estar siempre del lado de los que menos tienen, de los más humildes, de los intereses provinciales, en contra de la porteñidad”.”¿La porteñidad?”, preguntó su interlocutor. Y el candidato a vicepresidente, cordobés de nacimiento y santacruceño por adopción, explicó: No se trata sólo de los porteños. Se puede ser del interior y tener mentalidad de puerto. Yo tengo una mentalidad federal que arraiga en la Historia Argentina. Por ser del interior conozco qué lejos se ve la Capital, cuánto duelen las decisiones tomadas” (Página 12, 5/7).

Ahora sabemos, más concretamente, que el hombre designado a dedo en Balcarce 50 por la Presidenta saliente en acuerdo con el candidato a presidente entrante para acompañarlo en la fórmula, es el que se propone como portavoz del federalismo de esa Argentina profunda. Más allá que el ministro de Infraestructura y Planificación Federal, Julio de Vido, al inscribir las encrucijadas del presente en el cuadro amplio de las luchas del Siglo XIX, previas a la organización nacional y al parecer aún inconclusas: “Las intentonas separatistas del 'mitrismo' ? escribió De Vido? fueron abortadas. Quedó no obstante, y producto de nuestra irresuelta cuestión nacional desde 1810, una Nación a medio tránsito de su definitiva emancipación, desigual y desbalanceada. En 2003, al asumir Néstor Kirchner la presidencia y retomar el programa histórico de una Nación bajo el espíritu y los objetivos del Plan de Operaciones de Moreno y Belgrano, la ideología y el accionar de Artigas, San Martín, Bolívar, Dorrego, Rosas, Yrigoyen y Juan Domingo Perón (?) la Argentina estaba reducida a una atrofiada semicolonia, siquiera próspera, como en el Centenario, limitada geográficamente a la Avenida General Paz, como otrora habían soñado y luchado Rivadavia, Mitre y Tejedor (?) En estos últimos doce años ?record histórico de permanencia del pueblo en la Casa Rosada y del Jockey Club afuera de ella, que es donde debe estar? (?) la República Argentina ha renacido en calidad de Estado nacional” (Página 12, 29/7)

Esta retórica retrofederalista contrasta con una característica de las gestiones kirchneristas durante estos doce años: el aumento en la concentración de recursos en el nivel nacional de gobierno, mostrando un claro sentido unitario de reparto de la renta federal. Esos recursos adicionales fueron utilizados para premiar o castigar a las provincias según su alineamiento con el “proyecto nacional” (léase “proyecto central”) antes que para reparar desequilibrios regionales y mejorar la equidad distributiva. Como señala Juan Llach, autor de Federales y unitarios en el Siglo XXI (Temas, 2013), los nuevos impuestos no coparticipados le han reportado al Estado Nacional entre 2003 y 2015 cerca de 235.000 millones de dólares de los que, en un régimen federal constitucional como el nuestro, no menos de la mitad deberían haber sido de provincias y municipios. Agregando la parte de provincias del 15% de la masa coparticipable afectada a la seguridad social, aquella cifra rondaría los 300.000 millones de dólares, de los que unos 150.000 deberían haber sido para las provincias. Otra faceta del centralismo vigente la dieron las “transferencias discrecionales” de Nación a provincias y municipios, que son en realidad recursos quitados primero a ellas y devueltos como si fuera por “voluntad regia” del Príncipe nacional de turno, las que sumaron 85.000 millones de dólares repartidos discrecionalmente según la regla de premios y castigos.

En la última década, la presión tributaria creció 44% y sólo un cuarto de ese aumento se distribuyó de manera automática a las provincias. Esta sujeción del federalismo fiscal al poder central afecta la autonomía decisoria de las provincias e impacta sobre el federalismo político. La crisis de representación que arrastra el sistema político argentino se agravó en los últimos años por el híper?presidencialismo, a fuerza de DNU, poderes especiales y facultades delegadas al Poder Ejecutivo en su papel de gran recaudador. A ello se suma el conflicto del Gobierno con los sectores del campo, que vuelve a acompañar ahora los últimos tramos de la administración de Cristina por la difícil situación que atraviesan las economías regionales.

Pasaron más de veinte años desde que la Constitución de 1994 estableció que se debía votar una nueva ley de coparticipación federal, algo que no ocurrió. Nunca en ese lapso se había llegado a un centralismo tan fuerte como el practicado desde 2003. El gobernador santacruceño que votó aquella reforma en los '90, se cobró su revancha como presidente diez años más tarde. En definitiva, no se observa tanto una confrontación entre dos modelos de país, uno federal y otro unitario, como pretende el discurso del “Proyecto Nacional y Popular”, sino más bien, en todo caso, una batalla que se libra entre dos élites “centralistas” en disputa por el control de las arcas del Tesoro Nacional. El mensaje de Zannini tiene, en el contexto electoral, dos emisarios: el primero es Macri y su coalición liberalporteñista, que aspira a gobernar la Nación. El segundo es Scioli, el primer gobernador bonaerense, de hecho, que llegaría a la Casa Rosada por el voto popular, y el “poder bonaerense” que se prepara para desembarcar en la Rosada. Más cerca de Michels y Pareto (léase, Ley de Hierro de las oligarquías y comportamiento de la clase política) que de Gramsci o Laclau. Nadie discute La cabeza de Goliath que describió Martínez Estrada.

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