Si algo quedó claro luego del discurso de asunción presidencial de Javier Milei es que Argentina está frente a un liderazgo con aspectos ciertamente novedosos. No sólo porque se trata de un "libertario" outsider al frente de un partido político sin historia ni estructura territorial sino también porque, más allá de las similitudes con la agenda de los noventa, Menem fue ovacionado por el "pueblo" prometiendo "salariazo y revolución productiva", y Milei fue apoyado por una multitud de individuos afirmando que "no hay plata" y que "la situación empeorará".
En este sentido, no es tan claro que se trate de un liderazgo populista como algunos analistas advierten. En especial porque hasta ahora no se ha apoyado ni en colectivos sociales articulados, ni en la movilización de grupos sociales populares, algo que buena parte de la teoría sobre populismo considera central. Se trata, más bien, de un liderazgo que fue exitoso en aglutinar tras su figura una multitud con ideas y atributos socioeconómicos y culturales divergentes, caracterizada por su débil sentimiento de pertenencia, su frustración respecto de los resultados políticos de los últimos gobiernos y su escasa organización. Aunque claro que, más allá de la referencia al populismo por parte de los analistas, el término se ha "estirado" hasta cubrir fenómenos políticos con rasgos muy disímiles, lo que ha despertado cierta suspicacia de parte de la academia en torno a su uso. Dicho esto, vayamos directo a las particularidades del caso que nos ocupa. ¿Cuál fue el camino que llevó a Javier Milei desde América TV hasta la Rosada? Y ¿cómo se configuró, en específico, la novedad de su liderazgo?
En la línea de largada, el camino estuvo signado por ciertas condiciones regionales comunes. En el plano de las economías locales, al crecimiento experimentado a inicios del nuevo siglo le sucedieron una serie de dificultades macroeconómicas: de la balanza de pagos, de deuda, del tipo de cambio, bancarias, fiscales, inflacionarias y de desarrollo, que contribuyeron a profundizar la posición de vulnerabilidad de los países latinoamericanos frente a los mercados internacionales así como debilitar sus capacidades para garantir la seguridad interna e implementar políticas públicas destinadas a mejorar las condiciones de vida en sociedades fuertemente desiguales.
En el plano de los sistemas políticos, la región vio nacer una serie de "liderazgos radicales", generalmente asociados a las "nueva derechas" y la "derecha radical", que se insertaron en un escenario con similitudes institucionales. Entre otras, aumento de la fragmentación partidaria, debilitamiento de los partidos políticos tradicionales y abruptos cambios en la orientación del voto frente a un clima cultural marcado por la desconfianza hacia los Poderes y la burocracia estatal, cuestionamiento de la dirigencia, escándalos de corrupción, mediatización de la política y un debate público y sobre la calidad de las democracias reducido a responder "¿cómo se llama el ladrón?".
Por su parte, en el plano colectivo, las sociedades latinoamericanas se hicieron eco de la "desorganización" generalizada. Es decir, de las profundas dificultades por parte de los referentes históricos básicos (la familia, la escuela, el trabajo, la religión, el barrio) y agrupaciones (sindicatos, gremios, partidos, confederaciones, círculos, comunidades, movimientos) para agregar preferencias, generar consensos, articular la pluralidad y representar en el sistema político las diferentes visiones e identidades. Bajo esta clínica sociopolítica, un interrogante aparece ineludible: ¿cómo construyó Javier Milei cierto sentido de la unidad, de lo común, en una sociedad atravesada por una variedad de divisiones discontinuas y contrapuestas? Inquietud que nos conduce a la siguiente parada, la novedad de su liderazgo. Un "liderazgo de multitudes" asentado sobre la base de un discurso que logró sumar apoyos a través de una retórica progresivamente hiperbólica, centrada en el "rechazo" a la "casta política", que conjugó componentes emocionales con un lenguaje que pasó de tener matices escatológicos a reconfigurarse en una épica "de la libertad argentina y latinoamericana".
En concreto, desde sus primeras apariciones públicas, los actos de Javier Milei emularon el estilo propio de un líder de rock (pelo mullido y despeinado, vestimenta desaliñada por la euforia de los movimientos, tono de voz histriónico y enojado y clima de rebeldía transmitido en la música y la escenificación) a partir del que se proyectó la imagen de ser un "león" en el medio de un país anómico, cuyo orden moral fue desbastado por la "casta" "parasitaria", "ladrona" e "inútil". Esta representación contribuyó a que el candidato conectara tanto con la rebeldía juvenil como con el cuestionamiento social generalizado hacia el orden, sea de derechas o de izquierdas, al tiempo que lo ayudó a situarse como un outsider de la política, un ámbito que en sus palabras no "vale ni excremento, porque esas esas basuras [en alusión a los políticos] no sirven ni para abono". Esta separación simbólica respecto del ámbito político, le permitió al líder ubicarse como un faro moral, un mesías con la tarea de redimir y "liberar" a una parte de la sociedad de sus ataduras. ¿A qué parte? a los "argentinos de bien", los únicos capaces de dar "pelea" contra el "centro", el "colectivismo" y el "populismo".
En esta dirección, su narrativa procuró acentuar su autoridad a través de la reinterpretación del pasado por medio de la recurrencia a verdades universales y, por tanto, irrefutables. Por ejemplo: "Cuándo la Argentina entró en el siglo XX era el país más rico del mundo. Sin embargo, en un momento la clase política (...) tomó por asalto el Estado (...) y abandonaron el modelo de la libertad por uno colectivista (...) que nos hizo cada vez más pobres". De esta manera, la imagen mesiánica adquirió ribetes propios de la narrativa religiosa o salvacionista, los de estar frente a un momento trascendental de nuestras vidas: "Hoy tenemos una nueva oportunidad y, no quiero ser trágico, pero puede que sea la última por los avances colectivistas que estamos teniendo, si no cambiamos hoy el único destino posible es convertirnos en la villa miseria más grande del mundo".
En cuanto a la interpelación a la oposición de parte del líder, casi no remitió explícitamente a ellos; aludió de modo indirecto, o metafórico. Por ejemplo, refirió al entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, como "el siniestro de los globos amarillos", al entonces candidato Martín Lousteaucomo "un traidor de las ideas" y "un vendedor" defensor de "la basura social demócrata" y a Raúl Alfonsín, quién hasta donde sabíamos era el "padre de la democracia", como "el fracasado inflacionario de Chascomús". Así, el uso de la metáfora funcionó no sólo como un modo de comparación sino también como medio para remitirse a aquello que el liderazgo rechaza, aquello cuya "suciedad" hace que no pueda ser siquiera pronunciado: los nombres y apellidos de la "casta política".
Bajo estas consideraciones, durante su cierre de campaña previo a las PASO primaron palabras como "excremento", "parasitario", "roñoso", "despreciable", "ensuciar", "basura", "arrastrarse", "aplastar", "reventar" "asaltar", "sobornar", "prebendario", "ladrón", "casta", "locura", en torno a las que el candidato cimentó una retórica del rechazo hacia "la casta" basada en alusiones de claro matiz escatológico (en tanto se trató de un lenguaje sórdido y soez) como principal canal de atracción y adherencia a su liderazgo.
Con la etapa que se abrió tras el éxito de Javier Milei en las elecciones primarias, el líder abandonó las referencias escatológicas para transitar un nuevo camino. El de afianzar su posicionamiento como el "héroe de la libertad", aquel que se vio forzado a "meterse en el barro de la política" para ponerle un "freno a los empobrecedores de siempre", a "este modelo (...) que nos lleva a la miseria a todos", para dar "batalla cultural" al "colectivismo" del siglo XXI. En palabras de Alberto Benegas Lynch (h), uno de los principales difusores y referentes de la Escuela Austríaca neoliberal en nuestro país, estamos frente a un verdadero "milagro argentino".En este marco, Javier Milei se mostró más confiado, entusiasmado, interactivo, eufórico y asertivo que durante sus presentaciones en la primera parte del período electoral. De esta forma, en el cierre de campaña antes de las elecciones generales se sumó, micrófono en mano, a la multitud que cantaba: "primera vuelta la puta que los parió". En efecto, esta última frase marcó el carácter de la comunicación del candidato en esta segunda etapa.
Una comunicación predominantemente negativa basada en el ataque y la confrontación que, si bien reforzó el común sentimiento de rechazo a los políticos, lo hizo a través de un discurso más exultante y desmedido, es decir hiperbólico, en torno a la "casta". Bajo esta interpretación, predominaron las frases que tendieron a asociar todos los problemas de la Argentina a la conducta ética de los políticos. Al respecto apuntó: "¿De qué salto al vacío me hablan? Los únicos que se van a caer al precipicio son ustedes, los chorros de la casta política (...) el salto al vacío es de ustedes chorros, empobrecedores (...) delincuentes de la política". De esta manera se disoció, una vez más, del ámbito político para consolidarse como un salvador con la obligación moral de "cambiar el destino de nuestra nación", de liberarnos del "modelo empobrecedor", para lo que es menester decirnos "la verdad". Porque como afirmó en su discurso de asunción: "No es casualidad que esta inauguración presidencial ocurra durante la fiesta de Hanukkah (...) ya que la misma celebra la verdadera esencia de la libertad (...) y sobre todas las cosas, de la verdad por sobre la mentira".
En este sentido, la libertad y la verdad funcionan como un paraguas que unifica las más diversas prácticas y sentidos. Probablemente para los jóvenes la libertad sea rebelarse contra el orden establecido (familiar, social, político, económico, cultural, lo que sea); probablemente para los adultos sea liberarse del control del Estado y la asedia burocrática y; probablemente para casi todos, la verdad sea unívoca, lo que se expresa en nuestra creciente dificultad para comprendernos, escucharnos, acompañarnos y organizarnos.
De esta manera, bajo el indulto de la verdad, lo políticamente incorrecto y provocador del liderazgo de Javier Milei cobra sentido. Ahora sí se comprende que durante el cierre de su primer discurso como Presidente de la Nación haya sido ovacionado por una multitud tras la revelación: "no hay plata". Así las cosas, sólo queda esperar "que las fuerzas del cielo nos acompañen en este desafío".