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04 diciembre de 2019

por Miguel De Luca y Andrés Malamud

El gabinete de Alberto será producto de múltiples equilibrios: lo único cierto es que no durarán cuatro años

Cuando Michelle Bachelet encaró la designación de su primer gabinete tuvo que compatibilizar tres criterios. El primero venía de lejos, del presidente de la transición democrática Patricio Aylwin: el “cuoteo”. Consistía en repartir las carteras ministeriales entre los cuatro partidos de la Concertación, manteniendo proporciones semejantes a la bancada legislativa de cada uno. El segundo y el tercer criterio se los autoimpuso Bachelet y los anunció en plena campaña electoral. Caras nuevas (“Nadie se repetirá el plato”) y paridad de género. Cumplir y combinar los tres criterios terminó siendo más difícil que envolver un triciclo para regalo.

La tarea de Alberto Fernández no será tan complicada. O sí. Veamos.

Para armar su gabinete, Alberto contó con mucho más tiempo que sus predecesores: cuatro meses. En 1989 Menem terminó armándolo en menos de dos, y en 2003 Néstor lo hizo en menos de uno. Y la proeza de Duhalde, que montó un gabinete de coalición en cuestión de horas, es irrepetible.

A pesar de tanto tiempo disponible para formar su equipo de gobierno, Alberto no anticipó ninguna pauta. Pero de seguro estará atento a tres equilibrios. El primero es entre leales e idóneos, para combinar cohesión con eficacia: la famosa tensión entre la política y las políticas. El segundo es entre los que lo ayudaron a llegar a la presidencia y los que podrían contribuir para que la desempeñe bien (y, eventualmente, la repita): la tensión entre pasado y futuro. El tercero es entre la demanda ideológica de su coalición y las urgencias financieras de su gobierno: en otras palabras, la tensión entre progresismo y restricciones. El equilibrio de género, por ahora, aparece borroneado en la ecuación.

¿Lealtad o idoneidad? Alberto conoce el poder desde adentro. Tiene un grupo de confianza que viene de lejos, y varios de sus integrantes tienen expertise en áreas de gobierno. En este grupo se destacan Marcela Losardo (en Justicia), Vilma Ibarra (secretaria Legal y Técnica) y, más reciente, Felipe Solá (que sería canciller). Entre los especialistas que no provienen de su grupo íntimo se cuentan Daniel Arroyo (cercano a Massa), Gustavo Béliz, Martín Redrado y Guillermo Nielsen. Entre los leales que tendrían otras responsabilidades se destacan Jorge Argüello (que suena como embajador en Estados Unidos) y Eduardo Valdés (que aparece como espada legislativa). Con menos fogueo pero mayor prosapia, coordinaría el gabinete el dirigente más cercano de todos, Santiago Cafiero.

¿Agradecimiento o estrategia? El trípode sobre el que se apoyará Alberto incluye a sus principales impulsores: el peronismo federal (alias los gobernas), el peronismo bonaerense (alias Massa y los intendentes) y el kirchnerismo (que era centralmente bonaerense pero se expandió en el Senado). La estrategia de unificación de los bloques sugiere que el presidente no enfrentará un conflicto temprano con el congreso ni con la vicepresidenta. El desafío podría surgir, como tantas veces en la historia argentina, en la Provincia de Buenos Aires, que combina urgencias fiscales con coparticipación expoliada. Aunque en la pulseada presidente-gobernador los antecedentes favorecen al primero, las revanchas de la Provincia se han llevado puesto a más de un presidente.

¿Ideología o pragmatismo? Argentina carece de reservas para hacer frente a los vencimientos de 2020, por lo que debe renegociar la deuda o defaultear. Pero sentarse con el FMI y los Estados Unidos produce un escozor que podrá ser compensado con políticas progresistas de bajo costo fiscal, como la solidaridad latinoamericana o la despenalización del aborto. La designación de Felipe Solá en cancillería y de Victoria Donda o Malena Massa en un eventual Ministerio de la Igualdad se ajustaría a esta noción de progresismo compensatorio.

Por supuesto, ningún presidente desde 1983 terminó su mandato con un gabinete remotamente parecido al que lo inició. Por eso, los ministros, estrategias y equilibrios relatados vienen con fecha oculta de vencimiento. Este análisis también.

Mientras tanto, se aplica lo decía un veterano integrante de gabinetes presidenciales. No importa dónde, cuándo ni a quién, todo nombramiento termina igual: nueve ofendidos y un desagradecido.

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