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El bonaerensismo no agranda la Nación

La propuesta de partición de la provincia de Buenos Aires sigue creciendo. Desde hace algunos años, cobra forma con textos de Andrés Malamud, Lucas Llach y otros.

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Julio Burdman 17 diciembre de 2021

La propuesta de partición de la provincia de Buenos Aires sigue creciendo. Desde hace algunos años, cobra forma con textos de Andrés Malamud, Lucas Llach y otros. 

Días atrás, se sumó un libro del senador saliente -por razones de salud- Esteban Bullrich, inspirado en los anteriores. Esto significa un salto de escala de la propuesta, ya que Bullrich fue elegido representante en la Cámara alta de la provincia, venciendo en votos a la misma Cristina Kirchner, y que cosechó con su propuesta la adhesión de muchos dirigentes bonaerenses de Juntos por el Cambio. 

Aunque porteño de origen, Bullrich ya es un político bonaerense legitimado. Ya podemos decir que una parte de la oposición bonaerense, que viene de ganar las elecciones, enarbola la partición como bandera. Y la presenta como una solución institucional a los problemas de fondo de una Argentina en crisis. El Presidente, por su parte, reinstaló por unos días la vieja cuestión del traslado de la Capital.  

Los argumentos de los particionistas son, más o menos, los siguientes:

1) Que Buenos Aires, pese a su gran peso político y económico, no tiene una identidad provincial propia, y que la combinación de ambos factores la vuelve carne de cañón del gobierno nacional: el presidente busca subordinarla, frecuentemente a través de un “gobernador delegado”.

2) Que esta subordinación hace que la provincia no pueda defender sus intereses económicos ante la Nación, razón por la cual recibe menos fondos coparticipables de los que merece.

3) Que tiene un diseño administrativo disfuncional, agravado por la debilidad política del gobernador, que la torna “ingestionable”.

4) Que los sufridos municipios del Gran Buenos Aires tiene mayores problemáticas en común con la Ciudad Autónoma colindante, que con el interior de la provincia

5) Lejanía de La Plata burocrática, contra la cercanía de las gestiones locales, asociada a la eficiencia desburocratizada

6) A todo lo anterior se le agregaría una preocupación por la gobernabilidad política nacional. Sea por los conflictos potenciales entre presidente y gobernador, o por la explosiva situación social del conurbano, un hipotético descontrol bonaerense pondría en jaque la estabilidad presidencial

El método de esta propuesta territorial es el reformismo institucional. Los particionistas bonaerenses no ponen por delante las banderas de la justicia económica regional, como los autonomistas de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, o los sentimientos de comunidad, como los catalanistas en España. 

Aquí se presentan problemas prácticos, aparentemente derivados de un mal diseño institucional de larga data, y se propone una solución igualmente práctica, en forma de ley. Los diferentes textos enfatizan la factibilidad de la reforma, y señalan que el trabajo político por delante consistiría en crear las corrientes de opinión pública y dirigencial a favor de la idea. El “relato” vendría después.

Como toda reforma territorial, ésta no sería políticamente neutral: partir Buenos Aires en 3, 4 o 5 unidades provinciales significaría más senadores nacionales y gobernadores para Juntos por el Cambio, que es hegemónico en el vasto interior provincial pero pierde en la populosa y conurbana Tercera Sección. Bullrich va un poco más lejos y pone en el paquete de particiones al municipio de La Matanza, otro bastión electoral del peronismo. 

Esto contribuye a explicar por qué los particionistas son mayoritariamente de Juntos por el Cambio, y particularmente radicales del interior provincial: buscan emanciparse del poder electoral del peronismo conurbano, y poder gobernar allí donde ganan las elecciones locales. En alguna medida, la partición del municipio de Morón que impulsó Eduardo Duhalde en los ´90, cuando era gobernador de la provincia, se parece mucho a todo esto.  

Los argumentos institucionales son atractivos, porque comienzan describiendo problemas reales y les oponen soluciones concretas. Eso siempre luce bien. Pero este tipo de razonamiento suele tener dos problemas: 1) Las soluciones reformistas no se corresponden necesariamente con el problema identificado, aunque lo digan y 2) Muchas veces, nos perdemos en el árbol de la solución concreta, y no vemos el conjunto más amplio del bosque afectado.

Por ejemplo, los particionistas observan -correctamente- que muchos servicios estatales provinciales -educación, seguridad pública, etcétera.- no funcionan, y aseguran que se debe a que sus burocracias son demasiado extensas para el pequeño poder político de La Plata. La primera parte es correcta: casi todos los que han investigado el tema de la inseguridad en la provincia aseguran que la Policía Bonaerense es ingobernable, y proponen reformas en su organización. 

Pero no está clara la relación entre ingobernabilidad y tamaño, ni que más gobernaciones garanticen mejoras en el combate al delito. Tal vez no haya relación entre la reforma territorial que proponen los particionistas, y la reforma de las instituciones policiales. 

Hay organizaciones del Estado que son muy grandes y funcionan muy bien, y otras que son pequeñas y no funcionan. La idea de que “el tamaño (chico) importa” podría ser una fuga hacia adelante. También se observa que la autonomía municipal no es respetada en la provincia, pero no queda claro por qué unidades provinciales más pequeñas cumplirían mejor; sobran casos que muestran problemas de autonomía municipal respecto del gobernador en las provincias más despobladas del país.

El bosque oculto es lo que más le conviene al país. Un bonaerensismo del interior “liberado de sus ataduras” nacionales y conurbanas puede resultar atractivo para la dirigencia del centro y el sur provincial, pero deja pocos réditos a la política argentina. Tal vez, la mayor disfuncionalidad que enfrenta la Argentina contemporánea no es la hipertrofia bonaerense, sino el auge por doquier del provincialismo. La Argentina, como estado nacional y proyecto colectivo, ha perdido desde hace décadas su capacidad de pensar su sustentabilidad macroeconómica y su inserción geoeconómica global, y se encuentra dominada por las pujas distributivas urgentes entre la nación, las provincias y los municipios. 

La nación se lleva la peor parte del trabajo -pagar las deudas y las jubilaciones, y administrar la pobreza-, los intendentes son quienes atajan los problemas cotidianos, y los gobernadores se encuentran en la zona de confort del poder político garantizado por un sistema a medida de ellos. 

La partición bonaerense, que no sería otra cosa que el impulso de los bonaerensismos, sería una radicalización de un provincialismo que defiende intereses locales pero no construye mercados, ni piensa estratégicamente los problemas argentinos. Tal como se planteó -correctamente- en los '90, Argentina necesita construir regiones económicas más amplias, dentro y fuera del país. Y la evolución democrática lleva necesariamente a profundizar las autonomías municipales. Es por arriba y por abajo, no es por el medio. Y la vía del medio es el caudillismo provincialista artificial, contrario a los principios que hicieron grande a la Argentina, y que este proyecto se propone consolidar. 

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