(Columna de Alejandro Radonjic)
Con la campaña formalmente en marcha, Scioli, Macri y Massa ajustan sus estrategias para lograr sus objetivos el 9-A.
Con el balotaje porteño en el pasado (y sin más elecciones locales en el camino) y la campaña electoral de cara a las PASO del 9 de agosto formalmente en marcha, la carrera presidencial empieza a tomar más temperatura. Pero muy lentamente. El panorama, como sugería Luis Tonelli en la última edición de el estadista, parece frizado. Todo está, escribía, “como era entonces”. Las encuestas no registran grandes variaciones, no hay cambios bruscos de estrategias (con la excepción del discurso macrista) y el grado de politización, luego del rush de adrenalina previo al cierre de listas, parece estanco. “La gente está fría respecto a las elecciones”, confirma el consultor Carlos Fara, y agrega que “nada muy destacable” se vio en estos primeros días de campaña. “El interés de la población es relativo, pero no es drásticamente diferente a lo sucedido en las últimas elecciones”, matiza el analista Rosendo Fraga. “Quizás porque el calendario electoral es largo y está lleno de etapas, no sólo por las propias PASO, sino por las diferentes elecciones subnacionales que, por su relativa previsibilidad, le van otorgando al escenario nacional una especie de característica asimilable a una carrera de obstáculos en la que ninguna etapa tiene intensidad máxima sino hasta octubre”, ensaya el consultor Mario Riorda.
Una primera lectura es que la sociedad entiende que las PASO, salvo en los casos en que haya competencia o la llegada al umbral de 1,5% no esté asegurada, no son vinculantes. Así como le sirven a las fuerzas políticas para saber donde están paradas, también le sirven a la gente para pispear cómo viene la cosa. “Es como un espejo”, dice el sociólogo Ricardo Rouvier. En rigor, no hay internas competitivas en las dos principales fuerzas que, a priori, tienden a polarizar la elección. El FpV ya tuvo su interna el 20 de junio y, en Cambiemos, se descuenta una amplia victoria de Mauricio Macri sobre sus partenaires. No hay grandes incógnitas a revelarse el próximo 9-A salvo, y hasta ahí, en las PASO de Una Nueva Argentina (UNA) en las que se enfrentarán Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Probablemente, el comienzo de la temporada alta de comunicación política nos aparte un poco del letargo aunque el efecto vacaciones de invierno podría atemperarlo. Veremos.
En cualquier caso, la frialdad que se percibe no es neutral para el tablero político. “Con ese timing, sumado a la frialdad aludida al comienzo, a todos los competidores les va a costar calentar la pantalla. Cuando esto sucede es más difícil que el escenario se dramatice. Ergo, eso juega en contra de eventuales polarizaciones, y favorece al que va primero. Cuanto más se enfríe el partido, más complicado es que se modifique el marcador”, razona Fara. Punto a favor para los front runners.
Tanto Scioli como Macri piensan en el día después y en el aún lejano 25 de octubre cuando la elección, esa vez sí, será vinculante. Ambos parecen tener sus objetivos asegurados, o casi, de cara al 9-A y creen que la cuestión se dirimirá entre ellos. Por eso los dardos vuelan entre ellos y ningunean a Massa. El objetivo de Scioli es ser el dirigente más votado para apalancar sus chances de imponerse en primera vuelta y, el de Macri, imponerse sobre Massa y ser el precandidato opositor más votado para convertirse, a la postre, en el que polarice la elección con el FpV y fuerce, por primera vez desde la reforma de 1994, un balotaje.
SCIOLI PARA TODOS
Con la (no) interna con Florencio Randazzo en un pasado casi remoto, con la aprobación del kirchnerismo de paladar negro asegurada con la inclusión de Carlos Zannini en la boleta presidencial y varias frases (vg. “La Cámpora es el futuro”), con el respaldo casi unánime del PJ (que volverá a ser refrendado el viernes 24 en Parque Norte), apalancado por el (tenue) veranito económico y consolidado cómodamente arriba del 30% en las encuestas, en el sciolismo derrochan optimismo.
Scioli está, ahora, a la caza de ese voto que acompañó al FpV en 2007 y 2011, pero que lo eludió en 2009 y 2013. Sabe que precisa ir más allá del núcleo duro para sellar la victoria el mismo 25-O, una línea de acción que seguramente acentuará luego de las PASO. “Necesita un voto más abierto, menos kirchnerista y más centrista para imponerse, como pretende, en primera vuelta”, dice Rouvier. Pero no habrá, a priori, grandes cambios en el discurso en alguien que hace de su previsibilidad su máximo activo. “Scioli va a apuntar al electorado independiente y pivotear sobre la idea de gobernabilidad. Va a dar el mensaje, muy propio del peronismo, de que con él no hay crisis ni desestabilización sino seguridad institucional”, añade Rouvier. Previsibilidad que contrastará con la de un Macri contradictorio en su discurso. DOS realizará sus aditamentos: fe, esperanza y su estilo idiosincrásico de diálogo y consenso. Una continuidad 2.0. Mejorada. “Vamos a trabajar para persuadir de que, sobre estos cimientos, podemos construir un país mejor sin volver a empezar y tirar todo este esfuerzo por la borda. Y haciéndolo con mis formas y mi personalidad”, le dijo a Clarín días atrás. Y una centralidad exclusiva de su imagen personal. Como en sus épocas de corredor, está sólo en altamar. La presencia de Zannini en las piezas comunicacionales que pergeña el sciolismo será más que acotada. No es algo extraño. “Las campañas son cada día menos temáticas y más personalistas. Obvio que hay racionalidad en cuanto a temas, pero la verdadera oferta son más los atributos personales que emanan de cada candidato, para bien o para mal, que la propia propuesta a la vieja usanza. Hace rato que las plataformas electorales son una pieza de arqueología, y si se tiene en cuenta a ciertos estudios regionales en elecciones presidenciales o de gran escala, se puede afirmar que sólo el 20% de los contenidos electorales es propositivo o hablan de políticas en los spots. El resto es espacio dedicado al cultivo público de las dimensiones personales de los candidatos”, contextualiza Riorda. La frase que sacará a relucir el sciolismo después del 9-A lo dice todo: Scioli para todos.
Si logra enhebrar una elección de más de 35 puntos, crecerá la percepción (que ya es mayoritaria, según una encuesta de OPSM) de que él será el sucesor de CFK. Eso le dará más receptividad a su mensaje y, asimismo, un interesante caudal de votos. Como explica la politóloga María Esperanza Casullo, hay una gran tradición de votar a ganador en Argentina.
VAMOS JUNTOS
En cambio, Macri llega al 9-A peor de lo que esperaba unos meses atrás. No hubo una marea amarilla a nivel nacional, tal como se preveía, siquiera en aquellos distritos grandes, y con alta preponderancia de clase media, en los cuales hay más receptividad para su mensaje: no hubieron globos ni baile, como ya lucubraban (casi) todos, en Santa Fe y la gran alianza, que Macri tejió personalmente, en Córdoba tampoco logró la victoria. Aunque no estuvo lejos. Sólo hubo festejos en Mendoza, pero sin un candidato “propio”. Además, el balotaje porteño dejó un sabor algo agridulce, y no sólo por la escuálida diferencia. Le restó tiempo para timbrear en el territorio pero, sobre todo, la incisiva campaña de ECO opacó la gran vidriera amarilla: su gestión en la CABA. Sin embargo, cerca del jefe de Gobierno relativizan los comicios locales y creen que Macri podría ganar el 9-A aun en los distritos en los cuales no se impuso su referente local y citan que “mide muy bien” en Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Borrón y cuenta nueva. “Ahora empieza otra etapa”, se (auto)animan desde el PRO.
Pero, además, surgió otra complicación. Al margen los vaivenes del “billete” de las últimas semanas, el clima de estabilidad económica se solidificó y conspira, en el margen, contra la idea de cambio. Eso le complica a Macri anclar su prédica de ruptura en la sociedad y lo obliga a un discurso defensivo. “Definitivamente el promedio social se volvió más cauteloso, conservador, y eso hace que resbale la prédica del cambio. Tampoco funciona el llamado a perder el miedo. Hay cierta pérdida de novedad que conspira contra el objetivo de polarizar”, sintetiza Fara. Por eso, y un poco a su pesar (y, sobre todo, de sus votantes), se lo ve mucho más incisivo a la hora de plantear que muchos íconos de la “década ganada” van a persistir. "Lo bueno que ha traído esta década lo vamos a conservar", dijo hace poco. El discurso en el bunker amarillo en Costa Salguero lo ratificó con cristalina claridad: larga vida a Aerolíneas Argentinas, YPF y la AUH. Como indicaba Juan Germano en la última edición de el estadista, tanto Macri como Scioli deben salir en busca de un votante similar, es decir, deben girar, cado uno desde su lado, hacia el centro. “Si Macri estaba estancado, queda a su favor el probar. Y probó”, razona Riorda sobre el cambio estratégico.
Pese a estas complicaciones, desde su círcu lo rojo señala un dato estructural: sigue siendo el candidato opositor con más intención de voto. Como añadía Germano, esa podría ser su gran victoria en la noche del 9-A: imponerse en su interna y ganarle a Massa por muchos puntos. Eso lo dejará en buenas condiciones para polarizar con el Gobierno, ser visto como el único que puede ganarle y forzar el anhelado balotaje.
EL CAMBIO JUSTO
Desde Tigre ven con buenos ojos el estancamiento del PRO y siguen con la campaña a todo vapor. Se sienten, ahora más que nunca, todavía en carrera. El objetivo de Massa es limitar la polarización y lograr que se registren tres alternativas. “Sin salirse de su estrategia de ser el camino intermedio entre Scioli y Macri, enfatiza el discurso contra la inseguridad y la corrupción y ofrece propuestas frente a 'un Scioli que no habla porque no lo dejan y un Macri que no habla para que lo voten'”, explica Fraga. “Endurece su discurso para limitar los efectos de la polarización”, acota. Las últimas encuestas que llegaron al war room renovador fueron bien recibidas. Según ellas, Macri estaría estancado y Massa unos “5 o 6 puntos abajo”, se ilusiona un colaborador. El diputado nacional necesita que la diferencia que lo separa del jefe de Gobierno no sea tan amplia, como indican las encuestas, para evitar que se evapore su caudal hacia octubre. Además, otro sondeo mostró que Felipe Solá se impondría sobre María Eugenia Vidal en la provincia (y sería el candidato, individualmente, más votado el 9-A). Eso le daría impulso a su tesis de que son una alternativa y que son, además, los únicos que pueden imponerse, como en 2013, al kirchnerismo en la estratégica PBA. Con una buena elección en la provincia, guarismos respetables en el NOA y NEA y la victoria sobre José Manuel de la Sota en la PASO, Massa especula con relanzar su campaña y frenar la incipiente polarización. Las encuestas muestran que, pese a la incipiente polarización y las varias deserciones, tiene un núcleo duro que aún lo acompaña. No es poco.
Luego del 9-A, será cuestión de barajar de nuevo pero, para eso, aun falta. Cada vez menos.