(Columna de María Victoria Murillo)
Lo notable de la polarización Gobierno-oposición es que no hay candidatos claros para personificar esta dicotomía.
La polarización de la opinión pública argentina entre aquellos que apoyan o se oponen al actual Gobierno ya es un lugar común. Sus indicadores son múltiples, desde los diferentes 'relatos' producidos para explicar los mismos hechos en los medios de comunicación a las candentes discusiones entre los lectores de dichas narrativas en la mesa familiar del domingo. Las narrativas y opiniones que siguen a la muerte del fiscal Alberto Nisman tras su denuncia de encubrimiento por la causa AMIA se enmarcan en esta lógica. Las encuestas muestran que la proporción de ciudadanos que creen que el fiscal se suicidó es tres veces más alta entre aquellos que aprueban la gestión de Cristina Fernandez de Kirchner que entre los que la desaprueban. Por el contrario, la proporción que cree que fue asesinado es el doble entre los que desaprueban a la actual Presidenta que entre los que aprueban su administración. La lectura de este evento es un indicador más de la polarización que afecta a dos tercios de los votantes argentinos. Para ellos, la política está polarizada por la dicotomía a favor o en contra de CFK aunque ninguno de esos bloques por sí solo puede resolver la elección. El tercio restante es al que tienen que convencer los candidatos.
La polarización de la opinión pública no es una excepción argentina. En EE.UU., por dar un ejemplo, los medios también presentan diferentes enfoques y líneas editoriales frente a los mismos casos. Las primarias de los partidos republicano y demócrata son claros ejemplos de dicha polarización y han tenido consecuencias sobre la capacidad de sus candidatos presidenciales de atraer el voto no polarizado ?especialmente en los estados competitivos?. Lo notable de la polarización Gobierno-oposición en Argentina es que, a menos de ocho meses de las elecciones presidenciales, no hay candidatos claros para personificar esta dicotomía.
La fragmentación de la oposición no es una novedad en la Argentina de la era kirchnerista. Cristina Fernandez de Kirchner ganó ambas elecciones presidenciales con un amplio margen electoral que reflejaba tanto su apoyo en el electorado como la división de la oposición. En esta nueva contienda electoral, cuando ella no se puede presentar a la reelección, la oposición sigue fragmentada con dos candidatos liderando las encuestas y buscando seducir a la UCR para hacerse de una estructura nacional que les permita competir en las provincias y tener fiscales para la elección. Mauricio Macri es el candidato natural para los votantes que se definen por la desaprobación del actual Gobierno. Es el único entre los tres que lideran las encuestas que no fue parte del Gobierno. Macri también representa, para la Presidenta, un riesgo menor que Massa (o incluso Scioli) porque no podría aglutinar al peronismo si fuera Presidente, permitiéndole a ella la oportunidad de disputar el liderazgo de la oposición peronista.
Más interesante, es que el Gobierno no parece definir claramente un candidato que lidere su campo. El candidato obvio es Daniel Scioli, pero no entusiasma a la Presidenta y esa ambivalencia afecta su candidatura. Esta ambivalencia asociada a la posibilidad de que Scioli convoque a un peronismo que aísle a los sectores más cristinistas recuerda a la dinámica Menem-Duhalde en 1999. La capacidad de la Presidenta para ocupar el centro de la escena política está generando más inestabilidad para Scioli que la que sufrió Duhalde, como lo demuestra el reciente despido de Juan Carlos Mazzón por no disciplinarse en la formación de listas legislativas. El objetivo de que los herederos del “proyecto” ocupen suficientes lugares en las cámaras para garantizar la lealtad política al actual Gobierno puede tener un costo electoral para Scioli como candidato a Presidente. Sin embargo, los embates presidenciales también hacen aparecer a Scioli más distante del Gobierno y eso podría ayudarlo en la segunda vuelta a capturar el tercio no polarizado de los votantes. Las lealtades legislativas al “proyecto”, por otra parte, se verán en su momento porque el peronismo ya ha dado varios giros desde el retorno de la democracia. Recordemos que muchos políticos que supieron ser menemistas no dudaron en sumarse al proyecto que representa el actual Gobierno, incluso en apoyo de políticas dramáticamente diferentes. Y, como en ocasiones anteriores, el peronismo se reinventara una vez más tras la elección de octubre.