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Manuel Mora y Araujo: “A un tercio de la sociedad no le habla el Gobierno ni la oposición”

01 junio de 2013

En “La Argentina bipolar” describió la oscilación intensa de la sociedad en sus valoraciones de las instituciones, las corporaciones, los dirigentes, el rol del Estado en la economía, los temas de agenda y la política exterior. ¿Para qué lado giró el péndulo en esta década?

En algunos planos se movió. Por ejemplo, se pasó de un Néstor Kirchner que asumió elGobierno con pocos votos, a uno con una extremadamente alta aprobación e imagen positiva. Después hubo una caída tras la elección presidencial de 2007 y la Presidenta gobernó más de dos años con una desaprobación muy fuerte. Después hubo una recuperación de dos años, y recientemente volvió a bajar. En este plano, la gente se mueve mucho y se enoja fácilmente con el oficialismo de turno. En otros planos, como la mayor intervención del Estado en la economía, el péndulo no se ha movido, es decir, sigue teniendo apoyo. En cuanto a las instituciones, el péndulo ha girado poco. A la sociedad no le importan mucho las instituciones.

¿Y la pérdida de identificación de la sociedad con los partidos (lo que denominó “despartidización”) continuó?

Eso se mantiene muy fuerte. La cantidad de gente que declara estar afiliada a un partido está en el nivel más bajo desde 1984. Sí aumentaron, un poco, los que simpatizan con algún partido.

¿La polarización política, que aumentó en los últimos años, la percibe como impuesta artificialmente o como un reflejo real de un país que, en términos socioeconómicos, sigue muy fragmentado?

La polarización no coincide con esa división socioeconómica que alguna vez describí, y que sigue siendo válida. La política no calza exactamente en esa divisoria. En la política hay una división tripartita. Hay un tercio que es opositor al Gobierno y está más bien en los sectores medio-altos y más competitivos. El tercio más favorable al Gobierno lo componen los sectores más bajos, pero también de clase media. Pero hay un tercio en el medio que no es lo uno ni lo otro. Es un tercio que existe en cualquier lugar del mundo, pero pareciera que aquí la clase política no lo puede visualizar ni lo reconoce. Nadie habla para esa gente. En Estados Unidos, la campaña no se hace para quienes ya se sabe a qué partido van a votar. Acá eso no ocurre.

Pero en 2011 el kirchnerismo logró captar a esa franja. Me remito a las estadísticas: obtuvo 54% de los votos.

Sí, pero eso también se debió a la fragmentación impresionante de la oposición. De todas maneras, creo que el Gobierno ha perdido bastante de ese apoyo que supo tener en el tercio del medio. Hay una curiosidad: los referentes de ese tercio del medio son Daniel Scioli y Sergio Massa, que podemos calificarlos como indefinidos. Esto yo lo vinculo a una demanda por parte de la sociedad de “no confrontación”.

¿Entonces, más allá de la foto de hoy y en base a sus estudios históricos sobre el voto peronista, el voto kirchnerista no es clasista?

El voto kirchnerista siempre tuvo componentes de clase media. A veces, para simplificar, se exagera un poco. Ahora me remito yo a las estadísticas: al Gobierno, sólo con los sectores bajos, no le alcanzaría para tener todos los votos que tiene. Los sectores medios son volátiles, y muy influidos por cuestiones como la inflación o una economía con problemas. En contextos así, pierde confianza y se enoja fácil en el Gobierno.

Si fuera un estratega kirchnerista, podría razonar que hay dos candidatos que miden bien en el electorado indefinido y que, sumados al 30% del núcleo duro, serían imbatibles en las urnas. Sin embargo, no parece claro que ese sea el camino sucesorio elegido, al menos hasta ahora. ¿Por qué?

Es cierto. Es que hay una lógica política del todo o nada, y Scioli y Massa no le inspiran mucha confianza al núcleo duro. El Gobierno está cerrado a la negociación y a los términos medios, y a la polarización, que hoy no es lo que más le conviene. El momento actual se parece al de Venezuela.

Pero ese clima suele ser importante en las elecciones presidenciales, y no en las de medio término. ¿O sí?

Es verdad, pero estas elecciones legislativas importan mucho porque se juega el futuro. Si fuera cierto que hay un proyecto de re-re, no creo que le den los números. Si, en cambio, el Gobierno no estuviera interesado en eso, sí podría transar, negociar y aspirar a un mejor final.

Se han conocido nuevas sospechas de corrupción que envuelvan a las altas esferas del poder político. Esta no es la primera vez que ocurre. ¿Qué impacto suelen tener estas sospechas?

Impactan en quienes ya saben que este Gobierno no les gusta. Los que miran a Jorge Lanata son, en su gran mayoría, opositores. Si bien también influye en el tercio indefinido, el impacto neto no suele ser muy grande. En la Argentina, la corrupción nunca importó hasta que los gobiernos comenzaron a desgastarse. Carlos Menem tuvo mucho apoyo aún con escándalos de corrupción grandes, hasta que un buen día comenzó a convertirse en un problema.

Pasemos a la oposición. ¿Está confluyendo hacia dos polos: uno que incluye al peronismo disidente y el Pro, y otro con el radicalismo y las fuerzas del Fap?

Hablar de polos me parece muy generoso. Yo hablaría de espacios. Ninguno tiene un líder y por estos días estamos viendo las tensiones internas en ambos. Hay tibios avances nomás.

Usted hablaba de Venezuela. Sin embargo, infiero que ve improbable el surgimiento de un Enrique Capriles. ¿Es así?

Allí hubo un trabajo y un esfuerzo muy grande para reunir a personas de distinta ideología, y fue una opción que se vendió bien. Primero hay que construirlo y luego venderlo bien y, por ahora, nada de eso no se vislumbra aquí.

¿A qué atribuye la longevidad del kirchnerismo?

Luego de una crisis muy profunda, la sociedad tiende a adherir a alguien que muestra capacidad de gobernar y muchos de lo que lo votan no necesariamente les gusta todo lo que hacen. Por eso perdura. La crisis que heredó el kirchnerismo fue mayor a la que heredó el menemismo. Hasta que eso se agota.

¿Adscribe a la tesis del “final de ciclo”?

No me gustan las adivinanzas. Todo indica que estamos cerca de un final de ciclo o, cuanto menos, que se sostiene con dificultades. Pero, como le decía, sigue abierta la cuestión de la alternativa. De todas maneras, no habría que pensar necesariamente que va a venir “otra cosa totalmente distinta” y para eso hay que ver qué pasa con el peronismo. En 1989, a un radical lo sucedió un peronista y, en 1999, se dio el movimiento inverso. En 2015 quizás no venga “otra cosa distinta” sino una opción mejorada o una transición más suave hacia otro predominio político.

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