(Columna de Néstor Gabriel Leone)
Residual o en proceso de rearticulación, el núcleo duro kirchnerista se mantiene en estado de alerta. La disputa por el PJ y la oposición a Macri.
Las manifestaciones públicas se suceden sin antelación episódica, pero marcadas por el signo de los nuevos tiempos. La despedida multitudinaria prodigada a Cristina Fernández de Kirchner, en Plaza de Mayo, durante su último día de mandato, de alguna manera, fue el preámbulo. Que se extendió en estas primeras semanas de gestión de Mauricio Macri con cierta regularidad. Como actos defensivos, de oposición cerrada. Tan inorgánicos como heterogéneos en su agenda de reclamos, aunque bajo una común referencia. Y un común rechazo a las medidas del nuevo gobierno. A modo de catarsis colectiva ante el evidente cambio de rumbo de las políticas públicas y como forma de rearticulación posible en un escenario ciertamente adverso. Con lenguaje propio y reminiscencias simbólicas de aquel estado anterior de cosas.
Entre la reivindicación de aquello y la repulsa ante esto, el kirchnerismo más puro pudo mostrar hasta aquí persistencia en algunos segmentos de la sociedad (de clase media urbana, por lo general, curiosamente o no) y capacidad para salir al ruedo. En las redes sociales, y también en las calles. Ante medidas que considera revanchistas (despidos varios, detención de una dirigente social o reversión drástica de algunos de sus pilares en términos de políticas de Estado) y como advertencia de secuelas lesivas para el tejido social. Así, palabras como “empoderados” pasaron a formar parte del nuevo léxico militante, “resistencia con aguante” promete ser algo más que una mera cuestión de actitud y las “plazas del pueblo” (aún en la díscola Córdoba) se convirtieron en lugares de encuentro para tratar de impugnar las medidas en cuestión.
No obstante, el carácter inorgánico de estas movidas (a veces elogiado) le marca un límite preciso. Lo mismo, la ajenidad creciente que los resortes tradicionales del peronismo (sindicatos, aparato partidario, el poder territorial de los gobernadores) han mostrado hasta aquí. Los “pases de factura” y los “heridos” que dejaron la derrota electoral en las presidenciales y también en algunos distritos considerados clave (la provincia de Buenos Aires, por sobre cualquier otro) van en ese sentido y muestran un río revuelto que a varios dirigentes del Frente para Victoria les ha servido para tomar distancia o poner en duda (implícitamente, al menos) la ascendencia de Cristina por sobre el fragmentado universo peronista. La disputa abierta por la conducción del PJ y la escasa presencia en esa discusión que tienen las organizaciones más consustanciadas con ese núcleo duro, como La Cámpora, marcan ese límite. Y, a su vez,el riesgo cierto de que esa presencia activa y movilizada quedeatrapadaen (o propenda hacia) los márgenes del sistema político.
EN EL LLANO
La relación de los Kirchner con el aparato partidario justicialista fue cambiante. Desde el ascenso desconfiado de la mano de una de sus estructuras provinciales (la mayor de ellas, la de la provincia de Buenos Aires) a su disputa abierta para neutralizar sus eventuales rivales internos, vía transversalidad o concertación. Y, de ahí, a la búsqueda por conquistar su conducción y, llegado el caso, contener las deserciones entre dirigentes tan evanescentes como altamente pragmáticos. En ese sentido, el Frente para la Victoria fue menos la representación de un instrumento electoral, que la adhesión al liderazgo audaz e impenitente de sus máximas referencias. Aunque, en ese trayecto, haya podido superar su condición de mero sublema dentro del universo peronista para convertirse en una apuesta unívoca, diferenciada, inclusiva de esas diferencias y excluyentes de otras.
El riesgo de quedar en desventaja ante la convocatoria para renovar autoridades del PJ y la búsqueda de una conducción de consenso como mal menor (¿José Luis Gioja? ¿Daniel Scioli?) advierten sobre esas dificultades. Los llamados a afiliarse al PJ que hicieron algunos de sus referentes luego de desentenderse durante demasiado tiempo sobre el asunto, también. Es cierto, cuenta entre los suyos con nombres de peso y pretensiones en la estructura del partido. Jorge Capitanich, por caso. Y algún que otro gobernador. Entre ellos, la propia Alicia Kirchner. Pero también en esta cuestión mensuran el retroceso y escudriñan cierta animosidad de algunos actores por cobrarse derrotas diversas. El retorno de Cristina (a la brevedad, aseguran algunos), con un centro de estudios propio y/o un gabinete en las sombras matiza las expectativas. Aun en la rispidez de la adversidad.
DISPUTA
Es cierto, el peronismo es menos un partido que un movimiento y una identidad. Pero no debe soslayarse nunca como maquinaria de poder, disciplinada con quienes logran la ascendencia adecuada. Y si bien el PJ es un partido con baja institucionalidad, también suele ser teatro de operaciones para no dejar en manos ajenas. En abril próximo debe decidirse algo de eso, si no quiere tener problemas con su personería en la Justicia. La presidencia, en particular, ese lugar que hasta ahora ocupa Eduardo Fellner, venido a menos desde su derrota en Jujuy a manos de Gerardo Morales. La postulación de Sergio Massa que hiciera Macri desde la ciudad suiza de Davos trajo algún condimento extra. Y puso en reparos a quienes, como el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, habían avanzado con juego propio y convocatorias provocativas al kirchnerismo.
Los cambios del Ejecutivo nacional en la distribución de la coparticipación federal, con beneficios concretos a la ciudad de Buenos Aires y en desmedro de las provincias del interior, puso en alerta a los gobernadores del partido. Y les dio motivos para empezar a tender puentes entre ellos. Todavía lejos de la Liga de Gobernadores profetizada y en una posición fiscal de debilidad manifiesta. Pero con atributos que los ubican expectantes. Poder territorial y recursos (escasos, pero tangibles), en tiempos de regreso bastante extendido al llano, por caso. Y los aleja un tanto más, hasta nuevo aviso, de ese kirchnerismo duro. Lo que suceda en la provincia de Buenos Aires (en versión opositora), de todos modos, tendrá su peso relativo mayor. La discusión del presupuesto y la fractura en ciernes del bloque peronista en la Legislatura ya lo demostraron a principio de año, como parte de ese terreno cenagoso.
Qué capacidad (o predisposición) puede tener Cristina para retomar las riendas y recuperar la ascendencia preexistente queda como interrogante. Lo mismo que el poder de fuego de ese kirchnerismo puro frente a la apertura de sesiones en el Congreso. Por lo pronto, la fragmentación del peronismo es un plato que el macrismo en el poder pretende degustar frío.