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Peronismo y aritmética

09 octubre de 2013

Las distintas lecturas que puede hacerse sobre los resultados de las primarias de agosto

En una columna que escribió para Télam el 20 de agosto pasado, el sociólogo Artemio López criticó mi análisis de los resultados de las PASO que fuera publicado en el estadista. Y en la misma nota, también le baja al pulgar a un trabajo de Javier Zelaznik publicado en este periódico. El meollo del argumento de Artemio es que agrupar por bloque de identidad política a los votos de los diferentes partidos que compitieron en las PASO (1. FPV y aliados, 2. Peronismo no-K, 3. UCR+FAP et al.) no es metodológicamente válido. Y no sólo eso: dice que está motivado por el objetivo de construir un sujeto opositor inexistente. Dice que, sumando partidos, la “fragmentación opositora se resuelve de un plumazo en un paper” , sustituyendo realidades con ilusiones, y equipara el análisis político de la oferta partidaria a la “lógica de agregación de los grandes medios”, que pretenderían unificar a una oposición que, en rigor, está dividida.

Frente a este ejercicio de “agregación de retazos” , Artemio propone tomar directamente, y sin aritmética alguna, los datos “que se leen sin esfuerzo” del escrutinio oficial. Allí se presentan los votos por partido, y en forma nominal. Y ello refleja, efectivamente, una gran fragmentación. En primer lugar aparece el Frente para la Victoria, la única fuerza que se presentó con la misma denominación en veinte de las veinticuatro provincias, con el 26,3% de los votos y, en segundo lugar, el massista Frente Renovador bonaerense con el 13,6%, que es lo que representaron a nivel nacional los 35 puntos que obtuvo en un solo distrito, la provincia de Buenos Aires (que cuenta, recordemos, con el 38% del padrón nacional) y, en tercer lugar, el Frente Progresista Cívico y Social, que es la denominación común de la alianza de radicales, ex radicales y socialistas en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, con el 8,3%. El 52% restante se repartiría entre una gran cantidad de listas con menos del 5%.

Tiene razón Artemio cuando dice que la lectura que presentamos Zelaznik y yo es una interpretación de la realidad. De hecho, aparte de los nuestros, se han publicado otros análisis de resultados, y ninguno es exactamente igual al otro. Partimos de una realidad compleja: el sistema de partidos para las elecciones legislativas es diferente del que se reconstituye, cada cuatro años, en ocasión de las elecciones presidenciales.

Nominalmente hablando, en 2013 la mayoría de los votos fue para frentes provinciales o de distrito. Así fue, por caso, como se presentaron los radicales y sus aliados en casi todo el país. No parece razonable, entonces, pretender que no hay nada en común entre ellos sobre la base de que se llaman distinto. Eso también es una interpretación, y una que elige ignorar las identidades políticas para defender la excepcionalidad kirchnerista de compartir el mismo sello. Por ejemplo, prefiere creer que el oficialismo sacó 26% y no en realidad 30%, que es lo que arroja la suma si contemplamos también a sus aliados con otras denominaciones en Misiones, Santiago, Salta, La Pampa, Tierra del Fuego y otras provincias, con tal de sostener su tesis de la hiperfragmentación. No fue lo que hizo en 2009, ocasión en la que el análisis pretendía demostrar otra cosa.

Pero Artemio, además de no ser muy consistente en su crítica metodológica, yerra también en su propósito político. Que es defender, con argumentos de analista, al kirchnerismo. El diputado Roberto Felletti, en una entrevista que le hicieron días después de las PASO, planteó una lectura pankirchnerista: “No perdimos, nuestros votos se dividieron entre distintas opciones”. ¿No es esa una interpretación más conveniente para el peronismo kirchnerista, que aquella que lo cercena a los guarismos de 2003? Si hacemos, otra vez, una mala aritmética, podríamos suponer que los treinta puntos del peronismo kirchnerista y los veinticinco del peronismo no-K, se asemejan bastante al 54% de 2011 que se mantuvo dentro de un espacio ampliado, pero se subdividió en las elecciones intermedias.

Detrás de una y otra lectura antitética, la de Artemio y la de Felletti, hay vocaciones diferentes. La primera plantea que hay una batalla interna en la que es preferible resistir como minoría activa, y la segunda visualiza que la acción política consiste en formar mayorías para ganar elecciones. Y las cosas, en este último mes, parecen apuntar en esta segunda dirección. Hay un creciente consenso en el oficialismo, según el cual hacia 2015 habrá una gran primaria en la que competirán las diferentes acepciones que apoyaron el proceso político iniciado en 2003. En eso consiste, tal vez, la vuelta del peronismo al escenario posterior a las PASO: un nuevo debate acerca de cómo mantener la mayoría. Un debate que el kirchnerismo progresista no peronista, con el que el análisis de Artemio parece haberse alineado, seguramente resistirá.

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