(Entrevista publicada en la edición nº32)
La complementariedad y la expansión del comercio con la economía más dinámica del mundo es un dato muy relevante para la Argentina.
El mayor protagonismo de China en los asuntos globales es indudable. Su creciente gravitancia económica, que plantea desafíos diversos para los distintos países del mundo, fue, es y será fundamental en apuntalar esa tendencia. “Para la Argentina, es una oportunidad más que una amenaza”, sostiene Sergio Cesarin, investigador del Conicet y profesor de la Untref.
¿Las reformas aperturistas de Deng fueron el acontecimiento central de fines del Siglo XX?
Hay muchos acontecimientos importantes en el Siglo XX como la Segunda Guerra
Mundial y la caída de la Unión Soviética. Sin duda, las reformas que encaró China a
finales de los '70 también constituyen un hecho central que tiene, además, claras proyecciones en este siglo en la estructura de poder mundial y en la economía global. Muchos de esos efectos y cambios, que le permiten a China recomponer espacios de poder que había perdido en otros momentos del Siglo XX, se están viendo con nitidez
hoy en día.
Las relaciones bilaterales formales con China comienzan en 1972. ¿Cómo las describiría actualmente?
A partir de 1972, ambos países han construido una relación de mutua confianza y
acercamiento en el terreno político y comercial que ha tenido distintas facetas y
etapas. Con la llegada de la democracia a la Argentina, el vínculo dio un salto pues
entraron en juego los contactos políticos de más alto nivel, incluidas las visitas presidenciales. Dada la competitividad de nuestro país para producir cereales y granos, China siempre lo consideró un socio relevante. La diferencia con la actualidad es que en la década del '80, las commodities tenían precios muy bajos. En esa década
también aparecen proyectos de cooperación científica, que aumentaron la confianza entre las partes. En la década del '90, el volumen comercial registra un crecimiento vertiginoso en un contexto en el cual ambos países abren sus economías, aunque por motivos distintos. La primera década del Siglo XX ha mostrado la consolidación de muchas de estas tendencias, configurando una relación más densa y fortaleciendo un lazo comercial en el que China se destaca por la exportación de manufacturas y la Argentina, por las ventas de su creciente producción oleaginosa. Pero además de los acuerdos financieros y de los suscriptos entre provincias y municipios de ambos países, también hay una relación política muy rica en los espacios de poder internacionales, como en las Naciones Unidas, la Agencia Internacional de Energía Atómica, la FAO y en los organismos multilaterales de crédito. No es, únicamente, una relación que deba verse por el lado comercial.
En su trabajo “China: una mirada estratégica desde la perspectiva argentina”, plantea que “para países como la Argentina, reconocer las ten dencias en marcha y ajustar determinantes de polí tica exterior sobre la base de visiones de largo plazo es un ejercicio que distintas agencias del Estado deben sincrónicamente producir, a fin de fortalecer capacidades internas que permitan maximizar beneficios de un esperado escenario de oportunidades para el país”. ¿Hay consenso en este terreno?
Creo que sí. La Argentina ha reconocido que China es parte de sus intereses futuros. Junto a Brasil, es nuestro principal socio comercial. Ambos tienen impacto en distintos
sectores de nuestra economía como el automotriz, en el caso de Brasil y el agroindustrial, en el caso chino. Atender a un país relevante como China hoy es un tema importante y requiere un uso calibrado de la política diplomática. Mantener una relación comercial con China se ha convertido en un objetivo decisivo para los intereses económicos del país.
En la prensa internacional se habla mucho del boom chino pero poco sobre el hecho de que es una autocracia y de que varias libertades, imposibles de prohibir en Occidente, están restringidas o directamente suprimidas. ¿Se incrementará la presión sobre China en este punto? ¿Qué hará la Argentina?
Siempre ha habido rispideces. El caso más claro fue la revolución de los estudiantes en
Tiananmen en 1989, que conllevó sanciones económicas desde Occidente. La Argentina no impuso ninguna sanción. La persecución y el encarcelamiento de la disidencia china todavía existen y siguen generando tensiones con Estados Unidos, Europa y organismos de derechos humanos. Más allá de las libertades económicas que ha implementado, las libertades políticas persisten muy restringidas. La Argentina no tiene una posición confrontativa en este sentido por un tema de ubicuidad, más allá de su posición internacional clara y decidida en el tema de los derechos humanos y las libertades políticas. Además, el país tiene mucho por perder y, dado su escaso poder relativo, poco para ganar. La Argentina no hace ni hará de este tema un foco de confrontación con China ni se aliará con otros países para implementar una condena en este sentido.
¿El éxito de China es inexorable o hay desafíos que, por desconocimiento o idealización, no se reconocen viéndolos desde afuera?
China tiene desafíos internos. Uno de ellos, precisamente, es el de las libertades políticas. La distribución de la riqueza y las tensiones sociales que ella genera, es otro. El envejecimiento de la población, mantener una tasa de crecimiento tan elevada y el
consumo acelerado de sus recursos naturales, que no son abundantes, también aparecen como desafíos de cara al futuro. No creo en el destino manifiesto exitoso que
muchos creen que tiene China por delante, aunque tampoco hay motivos para considerar lo contrario.
Una de sus tesis es que para nuestro país, y la región, “China es una oportunidad y no una amenaza”. ¿Por qué?
Desde el punto de vista comercial, algunos sectores ven como un peligro la velocidad
con la cual crecen las importaciones de manufacturas de ese país. De todas maneras,
el empuje que le da a las actividades primarias y a la recaudación impositiva del Estado es positivo, aunque gran parte de ese efecto depende de cómo se inviertan esas
ganancias. En suma, y dadas las perspectivas de crecimiento de la clase media china,
creo que los beneficios superan a los costos y por eso creo que es una oportunidad más que una amenaza. A su vez, el acercamiento con China permite captar inversiones y lograr avances tecnológicos a través de la transferencia. Con el tiempo habrá que perfeccionar los mecanismos que mitiguen los efectos negativos sobre ciertos sectores industriales. Aunque, en definitiva, eso depende más de nosotros, de nuestra capacidad de aumentar la competitividad sistémica, de lo que ocurra en China.