A sus 77 años, Luiz Inácio Lula da Silva deberá ser quien, en caso de asumir a la presidencia, asuma el rol de líder regional y lleve a cabo una reedición virtuosa del Mercosur, asociación administrativa y estratégica que se encuentra en profunda crisis y que prometía acentuarse en el caso de una segundo mandato bolsonarista.
Tras la asunción de Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay y Fernando Lugo en Paraguay; se hizo evidente un proyecto de integración sudamericana que fortaleció los vínculos en el comercio bilateral de los países miembros, así como de los otros Estados asociados. Ese proceso desarrollista gozó de una vigorosa etapa hasta inicios de la década del 2010, época signada por los cambios de signo de los regímenes y la influencia de China en la región como actor decisivo tanto para la exportación como la importación de bienes y servicios.
Nada más dista de la realidad hoy en día. Como signo de la desconfianza actual de los alcances del Mercosur, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, confirmó en su última Cumbre que el país va a "avanzar" en las negociaciones para sellar un acuerdo de libre comercio con China en forma individual, lo que implica una violación a un tratado fundamental firmado en 2005 por los países miembros, que impiden la negociación que exenciones aduaneras con otros países o bloques de la organización de manera unilateral, con el objetivo de incentivar la meta de una unión aduanera.
Asimismo, los proyectos de infraestructura y de integración de las cadenas productivas regionales durante la década de los 2000, impulsadas para compensar las asimetrías entre los diferentes países, no estuvieron a la altura de lo esperado, incentivando a los estados miembro y asociados a buscar otras oportunidades con economías extracontinentales.
Los desafíos que produce la búsqueda de la orientación del Mercosur no fueron soslayados por la campaña del dos veces presidente brasileño. Días antes de la primera vuelta prometió que en caso de ser electo reactivaría el tratado de libre comercio con la Unión Europea seis meses después de asumido.
Sin embargo, el cumplimiento de esta se presagia por demás dificultoso. Por un lado, el objetivo de incrementar la cooperación del comercio birregional entre ambas asociaciones favorece predominantemente al sector primario brasileño, generando asperezas en el empresariado industrialista al cual buscó incentivar en sus mandatos anteriores. A su vez, Europa transita por un panorama complejo en el que padece un período de alta inflación en el marco de una severa crisis energética. La quita de subsidios para los productores agropecuarios europeos, política que se deduce de la lectura del acuerdo entre ambos continentes, carece de incentivos para los gobiernos de la Unión Europea, lo que congela la posibilidad de un acuerdo cercano.
El aislamiento del Mercosur no sería posible sin la poca consideración del bolsonarismo por la cuestión ambiental, de una fuerte incidencia en la vinculación multilateral y otra de las cuestiones claves tenidas en cuenta por la Unión Europea. Los magros esfuerzos para la reducción de las emisiones de dióxido de carbono, generados principalmente por la deforestación del Amazonas y la producción de carne, puede generar hacia futuro un nivel de sanciones mayores por parte de las principales economías, con implicaciones severas en las relaciones comerciales. La adhesión formal de Brasil a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se encuentra demorada producto de esta óptica de encarar la política exterior.
En el juego de balances que deberá hacer Lula en una tercera gestión se encuentra el posicionamiento ante la dualidad marcada en el escenario global por Estados Unidos y China. En el caso de los primeros, la preferencia de la presidencia de Joe Biden se inclina hacia el líder del PT en detrimento de Jair Bolsonaro, que apoyó a Trump en sus denuncias de fraude en los comicios de 2020. La pregunta por la democracia y la estabilidad en la región es una que incide en la visión estratégica norteamericana, algo que no aparece presente en su rival asiático, que presenta una incidencia cada vez mayor en la región mediante la inversión en proyectos de infraestructura y la demanda exportadora fundamental que tiene para países como Argentina, Chile y la misma Brasil.
La mezcla de competencias en un escenario internacional de grandes fricciones fuerza a la nueva presidencia brasileña a innovar en el vínculo con las potencias políticas y económicas. Es clave el compromiso que pueda lograr con gobiernos de un mismo signo como Chile, Bolivia, Argentina y Colombia; para reeditar una lógica de integración en el marco de la oportunidad que brinda la crisis energética y alimentaria actual, elementos particularmente presentes en la coyuntura actual y distintos a los presentes en la década del 2000.
Al asumir el 1 de enero del próximo año, Lula encontrará en Alberto Fernández, también presidente vigente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un aliado dispuesto a fortalecer las relaciones de intercambio y la idea de una Latinoamérica vinculada. Pero esto está condicionado por el derrotero en la imagen del gobierno oficialista, que parece indicar que las elecciones presidenciales del 2023 tienen mayor probabilidad de ser ganadas por la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio, que propugna una política exterior similar a la impulsada por la del expresidente Mauricio Macri.
Brasil eligió entre dos concepciones diferentes de cómo abordar institucionalmente las relaciones internacionales. El regreso de Lula fortalece momentáneamente la relación con Argentina, pero debe impulsar su liderazgo regional la posibilidad de superar las divisiones en el Mercosur, signadas por un contexto global sumamente particular y necesitado de señales balanceadas con los actores globales que podrían determinar las oportunidades de un continente que busca insertarse y posicionarse ante la crisis.