En el caso del flamante frente Unión por la Patria, el final abrupto y casi brutal del régimen de elecciones primarias abiertas, simultaneas y obligatorias ha vuelto a desnudar la provisoriedad de la delgada institucionalidad electoral en la Argentina. Como en el resto de las democracias de la región, las reglas de juego de la competencia política son cada vez más relativas. Dependen y están a disposición de la decisión discrecional de quienes monopolizan la oferta política, a uno u otro extremo de las posiciones en disputa.
Basto, en efecto, una decisión personal de la vicepresidenta Kirchner, tomada bajo condiciones de máxima presión, para que en solo un par de horas quedaran rápidamente desarticuladas la totalidad de las ofertas electorales que se aprestaba a implementar. Quedaron así atrás más de dos años de campaña electoral permanente. Pasaron a un forzado retiro político los principales candidatos, sus equipos de campaña y las ideas y propuestas que se aprestaban a competir con una oposición igualmente fragmentada y dividida.
Tanto los contenidos como las formas de la decisión no dejaron espacio para disidencias. Cada uno de los 18 partidos que constituyen el frente oficialista firmaron de inmediato el nuevo esquema y, por si quedaba alguna duda, un día después, la vicepresidenta explico con una pedagogía detallada e inédita las razones y circunstancias de la decisión. Algo desusado en la mecánica habitual del peronismo, aunque muy necesario dada la complejidad de las circunstancias.
El final de las PASO debe interpretarse como definitivo y es el desenlace de una crisis anunciada. A pesar del cuestionamiento unánime que suscitaba el sistema, la resistencia tozuda del presidente Fernandez y el interés de media docena de referentes y candidatos de la oposición le permitieron una sobrevida hasta el minuto casi final. Sin embargo, en el último instante, ocurrió lo que tenía que ocurrir y, una vez más, el peronismo resolvió sus candidaturas de la única manera que le era posible.
Partido en más de una docena de facciones enfrentadas, carece de padrones, estructuras administrativas y capacidades y destrezas elementales y mínimas. Bajo estas condiciones no había otras opciones, el curso de acción adoptado fue de hecho el único posible, ante la posibilidad cierta de una derrota histórica en primera vuelta electoral.
Las tendencias electorales imperantes desde finales de mayo no admitían lecturas alternativas. La forzada candidatura presidencial de De Pedro había acelerado la rápida caída de apoyos electorales del oficialismo. El voto libertario tendía a disolverse y casi sin crecer y a pesar de fuertes divisiones internas, el conjunto del frente opositor había recuperado en solo tres semanas una diferencia superior a los diez puntos, lo cual auguraba una posible victoria electoral en primera vuelta.
La decisión del oficialismo fue instantánea y la nominación de una candidatura unificada en la persona de Sergio Massa devolvió al oficialismo al nivel de un posible balotaje con posibilidades inmediatas de una contienda cerrada y nuevamente polarizada.
Una vez más, el sistema de las PASO ha vuelto ha defraudar las ilusiones de una mejora en la calidad de la competencia política. La promesa de sus propugnadores iniciales era la de una reactivación y mejora sustancial de las ofertas políticas, a través de la incorporación y a ampliación de nuevas ofertas electorales.
Nada más lejano a la realidad. Los dos últimos de una campaña electoral ininterrumpida han deteriorado la estabilidad del sistema de partidos. Han deshecho lo poco que quedaba de las tradiciones organizativas y han sembrado el escepticismo de los nuevos votantes, han disuelto las ambiciones de una nueva dirigencia incipiente y han acelerado el retiro de urgencia de la generaciónpolítica de la transición iniciada en 1983.
Si bien habrá de concederse el activo de haber consolidado un nuevo tipo de alianzas electorales exitosas, está muy claro que el precio en términos de estructuras asociativas para gobernar es demasiado alto. Desde esta misma columna, hemos señalado que una razón sustancial de fracaso gubernativo de los dos gobiernos nacidos de las elecciones de 2015 y 2019 debe atribuirse precisamente a esta debilidad extrema de los partidos y a su escasa consistencia e incapacidad operativa a la hora de los compromisos y responsabilidades en el gobierno.
Las PASO han desarticulado todos los mecanismos de arbitraje y concertación política interna. A estas alturas, es muy poco posible que las fuerzas centrífugas desencadenadas puedan encontrar algún factor de moderación que les permitasobrellevar las tensiones del próximo ciclo político, sin lugar a duda signado una vez más por la emergencia y los desajustes estructurales de la economía.
En un clima de transfuguismo y deslealtades sistemáticas, las diferencias personales han pasado a ser un factor dominante de muy difícil administración hacia el futuro.
La política adquiere así un ritmo por momentos vertiginoso. Por debajo de la media docena de referentes que monopolizan con crudeza las decisiones políticas finales, se desata una competencia sin cuartel. Todos sospechan y se temen mutuamente. En la medida en que cada uno intuye que el sistema está pensado para favorecer al adversario, las posibilidades efectivas de cooperación tienden a ser mínimas. La lucha deja de estar centrado en el protagonismo en las marquesinas electorales y pasa ser una disputadirecta por espacios de poder.
Un sistema que apuntaba a lograr condiciones para "una competencia ordenada y previsible" -según el texto de la ley de creación- apenas establece un juego de enfrentamientos entre grupos cada vez más débiles y atomizados. Tiendas así a consolidarse un modelo de campañas electorales altamente tecnificadas, orientado exclusivamente a privilegiar a los candidatos, con costos multimillonarios imposibles de afrontar sin el acceso a recursos públicos y privados de difícil trazabilidad.
Los primeros resultados demuestran que lo que está en juego es mucho más importante que las reglas de la competencia electoral. Lejos de canalizarse hacia posiciones de escepticismo o indiferencia, sectores cada vez más importantes de ciudadanía indignante con la baja calidad del sistema propugna en realidad abstenciones activas, por la vida del voto o en blanco o incluso la anulación del voto.
Un síntoma que preanuncia, con toda probabilidad, situaciones similares a las que en el resto de las democracias de la región condujeron a una pérdidade equilibrio y sustentabilidad del sistema.
La cuestión electoral alcanza así una máxima prioridad y urgencia dentro de la agenda publica que se impone hacia el futuro inmediato. Sin una mejora cualitativa de las instituciones electorales, todo esfuerzo de mejora cualitativa de las condiciones de legitimidad del sistema será insuficiente.