Una fantasía está deslumbrando a varios gobernadores y muchos intendentes: la invención de un polo de poderes locales (gobernadores más intendentes). Una Liga de Gobernadores ampliada tendría -piensan- un poder superlativo con un presidente débil. Cuánto más débil, mejor. Y nadie más débil -y más manejable, suponen- que Javier Milei en la Casa Rosada.
El interior sería el sostén de una presidencia que, aunque llegue impulsada por un formidable respaldo popular, carece de partido, fuerzas organizadas, diputados y senadores nacionales que le permitan conseguir las leyes que necesita. Eso en el mejor de los casos. En el peor escenario, un tercio del Congreso capaz de bloquear una Asamblea Legislativa que amenace su destitución.
Un régimen dependiente del interior garantizaría, creen, generosas transferencias de fondos federales a cambio de respaldo legislativo. En otras palabras, el verdadero gobierno sería de la Liga de Gobernadores.
Por qué Milei
La noche de las PASO reinaba la incredulidad. ¿Cómo era posible que los votos de Milei hubieran arrasado en el norte argentino? La duda primera no se refería a la voluntad de los votantes, sino a los permisos de los gobernantes.
El peronismo norteño es célebre por su inmensa capacidad de fiscalización y su decidida aceptación del apotegma según el cual "si mi rival no fiscaliza, siento la obligación moral de hacer fraude". El vuelco de urnas en diversos distritos es parte de los hábitos locales. Por falta de control, un inmenso número de sufragios de Elisa Carrió se esfumaron en la presidencial de 2007. Algunos desaparecieron de las mesas de votación; otros en el trayecto que va del ingreso del sobre hasta su registración.
No se escuchan críticas del candidato de La Libertad Avanza contra los señores feudales del Norte ni los barones del conurbano.
Uno de los éxitos de Mauricio Macri en 2015 fue la convocatoria a ciudadanos de todos tipo, los voluntarios que cuidaron sus boletas en el conurbano y en otros lugares del país donde el radicalismo carecía de músculo. La propia convocatoria a la UCR -cuyos principios y valores Macri desprecia- acaso tuvo como eje su capacidad de fiscalización en casi todo el país.
Tras las PASO 2023 los jefes peronistas se justificaron, diciendo que, sin la presencia de la boleta Milei, esos votos hubieran engrosado a Juntos por el Cambio, en quien veían su rival más peligroso. Ahora todo está siendo reevaluado.
Hoy analizan la posibilidad de volver a defender la boleta presidencial de Milei (no la de sus legisladores nacionales ni locales) para tener una cuenta a cobrar. De hecho, no se escuchan críticas del candidato de La Libertad Avanza contra los señores feudales del Norte ni los barones del conurbano.
La vieja política
La vieja política exhibía, en épocas más vigorosas, un curso de honores claro: los aspirantes debían presentarse primero a cargos municipales (concejal, intendente), luego provinciales (legisladores provinciales) y finalmente a diputados y senadores nacionales antes de aspirar al Gran Premio de la Presidencia. Se partía de la base que los escalones iban ampliando la mirada hasta llegar a una visión globlal sobre el país y su futuro.
Esa trayectoria ha dejado de existir hace bastante. Nadie quiere ser senador ni diputado nacional si puede llegar a la gobernación o incluso a una intendencia robusta. Lo que promueve miradas localistas, pequeñas, parroquiales.
En cierta medida, las dos fuerzas históricas no sólo se han empequeñecido en volumen electoral. También muestran tal fragilidad que resulta difícil advertir que pertenecen a un tronco común. El Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical parecen más una confederación de partidos provinciales que fuerzas nacionales unidas por una vocación común a la que sacrificar, si fuera menester, las naturales ambiciones localistas.
Los gobernadores encabezaron el rechazo a la candidatura Wado de Pedro y obligaron al debilitado kirchnerismo a proclamar a Sergio Massa. A pocas semanas de aquella movida, la mayoría de esos gobernadores y buena parte de los intendentes que acompañaron la decisión se niegan a pagar el bono lanzado por Massa, cuyas chances disminuyen al compás de la crisis.
El repudio al bono es un golpe demoledor a Massa, que pierde su principal atributo: mostrarse ante el electorado y los factores de poder como garantía de control político y social.
En este marco, Patricia Bullrich aspira a demostrar que el peronismo no tiene uno sino dos candidatos y que ambos frenarán el cambio. ¿Podrá?