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Marea rosa y política exterior

La apuesta de los gobiernos progresistas se orienta a evitar los alineamientos y construir un posicionamiento ecléctico

Nueva ola progresista en América Latina.
Nueva ola progresista en América Latina.
Tomás Múgica 02 agosto de 2022

La región vive un regreso de los gobiernos progresistas, ubicados desde el centro a la izquierda del espectro político: una nueva “marea rosa”. 

Gustavo Petro se prepara para asumir el poder en Colombia el 7 de agosto; Lula aparece como el favorito para las elecciones que tendrán lugar en Brasil en octubre. Estos dos desarrollos, muy significativos, se suman al ascenso de Gabriel Boric (2022) en Chile, Pedro Castillo (2021) en Perú, Luis Arce (2020) en Bolivia y Alberto Fernández (2019) en Argentina. 

Más al norte, AMLO (2018) encabeza el primer gobierno de izquierdas tras el retorno de la democracia en México y Xiomara Castro (2022) lidera Honduras tras doce años de gobiernos conservadores. Hablamos de la izquierda democrática; existe, también, una izquierda autoritaria en Cuba, Nicaragua y Venezuela. 

Con numerosos matices -en cuestiones que van desde el manejo macroeconómico a su concepción de la democracia liberal- todos ellos pueden ser caracterizados con la etiqueta -vaga pero significativa- de progresistas. Comparten una visión que enfatiza la mejora en la distribución del ingreso, el otorgamiento de nuevos derechos civiles (en varios casos con fuerte presencia del movimiento feminista), la protección del medio ambiente y la afirmación nacional frente a los poderes externos.  

La dirigencia política argentina, especialmente la facción del FdT cercana a la vicepresidenta, sigue estos desarrollos con especial atención. Existe la esperanza de que el regreso de los gobiernos progresistas -se destaca el caso de Brasil- genere un contexto favorable para una eventual candidatura de CFK en 2023. 

Más allá de su impacto sobre la coyuntura electoral argentina, se sostiene que el regreso de esta “nueva nueva izquierda”, como la llama José Natanson, tendrá un impacto significativo en el esquema de relacionamiento externo de los países de la región. 

Los resultados esperables son el fortalecimiento de las iniciativas de integración regional, la reorientación del vínculo con Estados Unidos, en dirección a una mayor autonomía, y la consolidación de China y otras potencias emergentes como interlocutores en diversos planos. 

¿Son justificadas estas expectativas? ¿Qué orientación de política exterior se puede esperar de estos gobiernos? 

En lo que sigue proponemos brevemente algunas claves de lectura para comprender el impacto del regreso de la izquierda en las relaciones internacionales de la región, centrándonos en América del Sur, la región prioritaria para Argentina en cuanto a su inserción internacional. Partimos del supuesto de que la política doméstica importa: el entramado de intereses, ideologías e instituciones a nivel interno condiciona y orienta las decisiones en materia de política exterior.

 Más allá de las restricciones impuestas por factores sistémicos, las inclinaciones ideológicas y la economía política de los gobiernos impactan sobre la conducta externa, marcando los límites de lo posible. La política exterior se construye, en gran medida, “de adentro hacia afuera”. 
 

El progresismo frente al nuevo mundo

Tres temas de agenda definen la postura de las fuerzas progresistas de la región en materia internacional. El posicionamiento frente a la transición global de poder; la integración regional y la transformación de la matriz productiva. 

La distribución del poder en el sistema internacional ha cambiado mucho en los últimos veinte años. El ascenso de China, incipiente a comienzos de siglo, se ha consolidado. El declive relativo de Estados Unidos, la potencia extra-regional con más influencia en América Latina, también. Ello repercute en la región: China es el primer (Brasil, Chile, Perú) o segundo (Argentina, Colombia) socio comercial de las principales economías sudamericanas. 

Además, es un inversor de primer nivel, especialmente en materia de infraestructura (21 países latinoamericanos han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, incluyendo a Bolivia, Venezuela, Uruguay, Chile, Ecuador y Perú) y un prestamista alternativo a los organismos multilaterales de crédito, con aproximadamente US$ 138.000 millones (US$ 123.000 millones a los países sudamericanos) otorgados en créditos bilaterales. 

Ante el avance chino, Estados Unidos revitaliza su interés en América Latina, en el tono más amable y cooperativo (comparado con la etapa de Donald Trump) de la Administración Biden. 

Aunque la región no constituye una prioridad para su política exterior -hoy focalizada en el Indo-Pacífico y Europa- la indiferencia no es una opción. Ello por varias razones: la cercanía geográfica, la existencia de amenazas como el narcotráfico y la migración ilegal, los vínculos en materia de comercio e inversión y la siempre vigente preocupación sobre la presencia de potencias extra-regionales que amenacen la seguridad nacional norteamericana. 

La competencia estratégica con China domina de manera creciente el vínculo con América Latina en general y América del Sur en particular. 

Las giras regionales de la Jefa del Comando Sur, la misión del Departamento de Estado interesada en el desarrollo nuclear argentino (con cuestionamientos a la adquisición de tecnología china), y el interés norteamericano en temas como la presencia de empresas chinas en el sector del litio (Argentina, Bolivia y Chile conforman el “triángulo del litio”), constituyen ejemplos que marcan el tono de la época. 

La apuesta de los gobiernos progresistas, frente a ese escenario, se orienta a evitar los alineamientos y construir un posicionamiento ecléctico, que permita fijar prioridades propias en materia de desarrollo. 

Diversas versiones de ese eclecticismo se discuten por estos días, como la diplomacia de la equidistancia y el no alineamiento activo. 

Se trata de responder de manera diferenciada en los diversos tableros de un mundo multiplex, a fin de maximizar oportunidadesPor ejemplo, China y los países del Sur Global pueden ser socios importantes en cuanto a comercio, inversiones y cooperación científico-tecnológica, mientras que con Estados Unidos se puede mantener un vínculo de alto nivel en temas relativos a la seguridad internacional. 

En resumen, la ancha avenida del medio parece ser una opción, al menos mientras la competencia entre Estados Unidos y China no entre en una fase más aguda. Algunos gestos de los últimos meses sirven para ilustrar esta tendencia. Sólidos aliados de Estados Unidos buscan mostrar mayor autonomía frente a ese país: en Los Angeles, Boric demanda una Cumbre de las Américas “sin exclusiones”; Petro, por su parte, promete renegociar algunos aspectos de la relación con Estados Unidos, como la política de combate a las drogas y el TLC que liga a ambos países. Pero también Lula y AMLO alertan sobre los peligros de un avance desmedido de China en la región.

Segundo, la integración regional, con sus enormes dificultades, sigue siendo un signo de identidad y una aspiración política de las fuerzas progresistas. También aquí sirven los ejemplos. En el marco de la campaña electoral brasileña, Celso Amorin afirma que “la elección de Lula es fundamental para la integración regional”, mientras el propio Lula llama a crear una moneda sudamericana y plantea, junto a AMLO, potenciar la CELAC. Por su parte, en la última cumbre del Mercosur el gobierno de Gabriel Boric insiste en que la integración sudamericana es un pilar de su política exterior y llama a una convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico.

Como siempre, el peligro que corren estos intentos es quedar en una mera declaración de buenas intenciones. Los mayores desafíos a la empresa integracionista provienen de la economía política doméstica: sectores que demandan protección (como buena parte de la industria en Argentina y Brasil) o aquellos beneficiados por una política de apertura externa (como sucede en Chile, Colombia, Perú, que tienen TLCs con Estados Unidos). 

Ello en un contexto en el cual los recursos fiscales -y por tanto las posibilidades de compensación a los perdedores- son menos abundantes que en el superciclo de los commodities de la primera década del siglo (a lo cual se suma la débil estructura tributaria en algunos países). En este terreno el reto del progresismo latinoamericano pasa por construir una aproximación más pragmática a la integración, para poder compatibilizar intereses nacionales. Más allá de la afinidad ideológica, la integración demanda pagar costos económicos inmediatos y ceder soberanía política. 

Finalmente, la estructura económica. La inserción de los países de la región -ello es más notorio en América del Sur- en la economía internacional sigue estando basada en la exportación de recursos naturales, con escasa innovación, una inserción débil en las cadenas globales de valor y una fuerte dependencia del ahorro externo. Todo ello constituye una garantía de debilidad externa, sin importar la orientación ideológica del gobierno. 

En ello radica uno de los grandes desafíos, irresuelto en su primera etapa en el poder, de las fuerzas progresistas: la conformación de una matriz productiva más compleja, sin la cual es imposible una mejora sostenida de las condiciones de vida de las mayorías. Como señala Alicia Bárcena, allí hay un rol importante para las política industrial y el comercio intrarregional, en el cual los rubros de mayor valor agregado tienen un peso significativo. 

Sin duda, el advenimiento de una nueva ola progresista en la región puede contribuir a enfrentar desafíos comunes. Pero se impone una advertencia siempre actual: las afinidades ideológicas ayudan, pero no son suficientes.  Sobre todo, no deben convertirse en obstáculos en el desarrollo de procesos que, por su propia naturaleza, demandan amplitud política y apuestas de largo plazo.

 

Referencias

  • Natansón, José. “La nueva nueva izquierda”, Revista Nueva Sociedad Nº 299, junio-julio 2022. 
  • China-Latin America Finance Database, Interamerican Dialogue. 
  • Tokatlián, Juan Gabriel, “La diplomacia de la equidistancia, una propuesta estratégica”, Clarín, 10/02/2021; Fortín, Carlos; Heine, Jorge; y Ominami, Carlos, “El no alineamiento activo: un camino para América Latina”, Nueva Sociedad, septiembre 2020. 
  • Acharya, Amitav. 2017. “Europa en el orden mundial multiplex emergente”, Anuario Internacional CIDOB 
  • Taglioni, Augusto, “Lula y AMLO acordaron potenciar la CELAC y construir una agenda común en el G-20”, LaPoliticaOnline, 03/03/2022.
  • “Hay que profundizar la integración para impulsar la región”, entrevista de Gabriela Origlia en La Nación, 03/02/2021

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