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¿Micromilitancia o macromanipulación?

Hemos visto en los últimos días de esta campaña la llamada micromilitancia presentada como una reacción popular al peligro que supondría La Libertad Avanza.

¿Micromilitancia o macromanipulación?
Carlos Celaya 17 noviembre de 2023

Una artesana enseña su bordado con la frase "Milei Te odia". Una manicura pinta uñas con la misma leyenda. La hija de una sobreviviente de la dictadura enumera en un recorrido del subte las razones para no votar a Milei. Debajo de la puerta de casa aparece una nota escrita a mano que advierte el peligro de Milei para la educación pública. Un médico jubilado muestra su alarma: la sanidad pública desaparece si gana Milei. Todas estas acciones, más o menos naturales, más o menos guionadas,  integran la llamada "micromilitancia".

Micromilitancia, microactivismo, campaña inorgánica... todo un mundo de sinónimos para denominar lo mismo: una interacción entre la oferta política del candidato y el ciudadano que debe consumirla. Hasta ahí, no es más que la política de siempre con nuevas y más atractivas denominaciones. Acciones espontáneas de ciudadanos individuales que tratan de multiplicar la voz de su propuesta política. Nada nuevo: reunirse en el bar, dialogar en la plaza, pintar carteles para instalarlos en el barrio. Las grandes empresas escenifican momentos y diálogos con aspecto espontáneo, en general mostrando la marca que hay detrás.

Desde el "Manual de Micromilitancia", hecho por la Cámpora en 2017, hasta esta campaña presidencial, el microactivismo en Argentina es sinónimo de pura militancia electoral.  No es así en todas partes: en otros países es un concepto más amplio. Omkari Williams, antigua asesora política, propone en su libro "Micro activism" un manual para cambiar el mundo desde el más íntimo metro cuadrado: en la cocina de casa, en la oficina o en el aula, en un parque público. Puede ser impedir una obra en un barrio, reclamar un nuevo servicio en el hospital, diseminar sensibilidad hacia los perros callejeros.

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Son actos puntuales que confluyen de manera desordenada en una campaña. Los indignados en España en 2011, por ejemplo: muestras de desacuerdo con el sistema que terminaron confluyendo en la Puerta del Sol de Madrid.

Distinto es cuando una campaña, centralmente organizada y pensada, usa estos formatos para ocultar la marca política y convertirlo en una causa real y auténtica contra algo.

Hemos visto en los últimos días de esta campaña la llamada micromilitancia presentada como una reacción popular al peligro que supondría La Libertad Avanza. En los medios de comunicación (con más intensidad en los afines al oficialismo, incluyendo la agencia de noticias oficial Telam) y en las redes sociales proliferan historias de pequeñas acciones, con nombre y apellido.

Todas tienen puntos que las unifican y le dan una coherencia: mismo mensaje (Milei es un peligro). Misma apelación a los sentimientos más íntimos, cuando no al golpe bajo simple y llano (la dictadura, la tortura, el miedo a sus propuestas más descabelladas). Misma música de fondo  (la democracia y la patria están en riesgo).

Las acciones de este tipo han sido tan sistemáticas, tan simultáneas y tan cuidadosamente contadas que no es fácil diferenciar entre las muestras naturales de temor ante el futuro del puro marketing político más o menos innovador, diseñado en un despacho y diseminado con orden. En teatro existe una máxima que educa a la política: para improvisar, también hay que ensayar.

Los ciudadanos son reales, sus historias son reales. Hasta ahí la micromilitancia. Pero una narrativa tan clara, una orquestada y con tanta efectividad comunicativa se parece más a una campaña política perfectamente implementada.

Quizás sería más atinado llamar a todo esto un buen intento de macromanipulación dado que, al fin y al cabo, la marca publicitada (el partido) se oculta para la audiencia y se camufla en una escenificación de diálogo ciudadano aparentemente auténtico. Un chivo, como se conoce en la jerga de la publicidad; un PNT (publicidad no tradicional) con todas las letras.

La micromilitancia tiene tres interesantes ventajas en un momento de hartazgo social ante la política.

  1. Esconde al político. No es poco. ¿Quién quiere escuchar a un político en la puerta de su casa? ¿Quién no está harto de sus frases hechas y su narrativa recurrente? La imagen de los políticos argentinos es, para todos, altamente deficitaria. Ninguno roza, ni de cerca, índices de imagen aceptables. Y los dirigentes lo saben perfectamente. Es mejor guardarse e inventar otra forma de hacer proselitismo.
  2. Evita el clima hostil de reuniones o asambleas numerosas, típicas en  barrios, centros deportivos o escuelas. Las campañas incorporan recorridos callejeros en los que el candidato dialoga con los vecinos. Pero estos no son tiempos para esa lírica. De nuevo, es mejor guardarse para evitar reclamos y malos momentos.
  3. Las campañas no son ajenas a la "uberización" global de la economía, un gran ahorro de costes. Podés alquilar tu casa, tu coche o tu energía como forma de generar ingresos o gestionás on line tu cuenta bancaria o el pago de impuestos, con gran ahorro de las empresas. De la misma forma, con la micromilitancia una campaña bien diseñada, desde un centro definido, se puede "explotar" más eficazmente el inmento recurso humano disponible: los propios votantes.

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