Si allá por marzo cuando los motores electorales comenzaban a calentar se le consultaba a cualquier simple mortal sobre su vaticinio para las elecciones 2021, dudo mucho que hubiera acertado. Militantes y adherentes partidarios quedan exceptuados. La mayoría de la ciudadanía no imaginó un resultado como el que arrojaron las PASO de septiembre, pero tampoco se imaginó la paz que siguió al casi seguro dramatismo político que iba a dar como resultado las legislativas del segundo domingo de noviembre. Si para la primera esperamos pocas sorpresas, nos empachamos de ellas. Si para la segunda augurábamos un cataclismo, no fue ni un amago de cismo.
Esto nos deja dos lecciones. La primera es que Argentina está bastante estable en términos políticos partidarios y del sistema en su conjunto. Mirarse en el espejo de América Latina equilibra los chakras. La segunda es que no hay que dar por vencido a ningún actor político argentino, sean oficialistas u opositores. Eso también nos dice algo de la estabilidad. De ahí que este proceso electoral nos deja tres notas cortas que quiero resaltar.
1. Un bicoalicionismo victorioso
Los resultados de las PASO y de las legislativas muestran que la concentración del electorado en una oferta acotada es una constante de la última década y media. Si medimos la fragmentación partidaria, el promedio de las 24 provincias da en septiembre un 3,32 y en noviembre un 3 redondo. De modo que el sistema partidario argentino en su dimensión legislativa electoral ronda los 3 actores políticos relevantes. Esto indica un pequeño aumento respecto de la misma categoría electoral cuando se elige presidente, donde la fragmentación gira alrededor de 2 y 2,5. Son todos valores muy alejados del promedio de 3,58 que tuvo el período pos terremoto del 2001 hasta 2009 inclusive.
En ambas elecciones la provincia que mayor fragmentación tuvo fue Neuquén (4,81 en PASO y 5,02 en legislativas). La de menor fue Corrientes (2,15 en PASO y 2,08 en legislativas). De esta manera, tampoco se percibe una dispersión muy grande entre la más fragmentada y la más concentrada. Hay homogeneidad en el comportamiento electoral del votante argentino. Hola nacionalización, te extrañamos.
Esta idea se refuerza si consideramos que las dos grandes coaliciones políticas argentinas, Frente de Todos (FdT) y Juntos por el Cambio (JxC), concentraron el 75% del apoyo a nivel nacional y ocuparon los dos primeros lugares del podio electoral en 18 de las 24 provincias. En las 6 restantes se cuelan fuerzas provinciales que, por ahora, solo tienen presencia puramente regionalizada.
2. No hay decepción, solo enojo
A pesar de que hubo cierto temor con la participación electoral, el 66% de concurrencia en septiembre y el 72% en noviembre no necesariamente son señales de desencanto generalizado con la política argentina. Lo interpreto como una doble señal. Por un lado, esos valores son similares a los reportados por otros países que celebraron elecciones con voto obligatorio en la región. Por otro lado, para que el enojo sea decepción y se convierta en salames con Clementes, tendría que haber crecido el voto en blanco junto al voto nulo.
Eso no ocurrió. De hecho, la tendencia muestra que a partir de la implementación de las PASO en 2011 el denominado “voto bronca” (proporción de blancos más nulos) se ubicó en 4,91% de los electores que concurrieron a las urnas. En las PASO fue de 6,70% y en las legislativas de 4,71%. De modo que no solo creció la cantidad de votantes, sino de votos positivos. Muy lejos del promedio de 10% que tuvo el post 2001 hasta las elecciones de 2009. Esta es una señal importante para desterrar que nuestro sistema político se encuentra al borde de un cataclismo maridado con ausencia absoluta de legitimidad. El nivel de ausentismo sí es una señal para la dirigencia política nacional, pero no pequemos de Canosa.
3. ¿El carro ganador?
Hace unos años analicé en mi blog El Leviatán a Sueldo la ventaja estratégica con la que cuentan los oficialismos entre las PASO y las legislativas, comparando 2013 con 2017. La cuenta me daba que tanto para el FPV-PJ como para Cambiemos había un crecimiento en votos que le daba un plus sobre todos sus competidores agrupados en la categoría oposición. Cuando pensaba que la regularidad iba a confirmar mi intuición, la realidad de los datos la derribó.
En el gráfico a continuación se puede ver la relación entre el crecimiento de votos del FdT respecto del crecimiento en votos positivos entre ambas elecciones. Lo mismo para toda la oposición agrupada.
Dado que a la izquierda se ve una línea de tendencia punteada menos inclinada que a la derecha, uno puede inferir que a medida que crecieron los votos hacia alguna lista particular (votantes positivos) entre septiembre y noviembre, más creció el apoyo hacia la oferta opositora. La conclusión, sin embargo, no es determinante. Primero, porque hay mayor cantidad de provincias azules que provincias naranjas del eje vertical hacia la derecha, lo que muestra que el FdT creció en más distritos que la oposición. Segundo, porque al analizar las elecciones 2013, 2017 y 2021 por separado no hay significancia estadística en la relación entre ambas variables, como tampoco la hay si se agrupan todos los datos en una sola base. Una razón más para no bajar las PASO: hacen falta más datos.
En definitiva, la Argentina electoral sigue ordenada como muestra la pauta de los últimos años. Eso no es poco. Tampoco hubo muchos cambios en la distribución de fuerzas en el Congreso de la Nación. La pérdida del quórum propio en el Senado para el FdT no vino de la mano de un cambio en el orden de prelación en el recinto. En la Cámara de Diputados tampoco se corrió el límite de hasta dónde llega cada coalición en cantidad de bancas.
Este escenario, sin embargo, dirige los incentivos hacia acordar más que hacia imponer en la discusión de sendas agendas legislativas. Con una grieta cada vez más profunda, eso es mucho.