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Un hiperpresidencialismo bloqueado, con pronóstico reservado

La experiencia de Javier Milei desafía cualquier intento de comparación con cualquier otro proceso de cambio de gobierno dentro del ciclo democrático abierto en 1983.

Se cumplieron 100 días de gestión de Javier Milei.
Se cumplieron 100 días de gestión de Javier Milei.
Enrique Zuleta Puceiro 22 marzo de 2024

Cien días de gestión no bastan para establecer un balance definitivo de un proceso de transición presidencial como el actual: la experiencia de Javier Milei desafía cualquier intento de comparación con cualquier otro proceso de cambio de gobierno dentro del accidentado ciclo democrático abierto en 1983.

En realidad, más que de un cambio de gobierno, la sociedad argentina enfrenta hoy un verdadero cambio de época, signado por una conmoción de expectativas y valores, con conflictos y tensiones de los que la mayoría de los argentinos no guardamos memoria.

A la hora de un balance tentativo, debemos precavernos, ante todo de las tentaciones del excepcionalismo argentino. Nada de lo que vivimos es, en el fondo y en las formas, muy diferente de lo que ocurre en la mayoría de las democracias actuales.

La desorientación de un argentino medio no es muy diferente de la de un norteamericano que asiste hoy, entre estupefacto e indefenso, a la restauración esperpéntica de Donald Trump. O la de los italianos que viven el retorno hasta hace poco inimaginable del fascismo al gobierno. Sensaciones contradictorias, no menos conmocionantes que las que suscitan en España los pactos espurios con el separatismo catalán, que le ha  permitido retener el gobierno a pesar de su clara derrota electoral.

El mundo entero vive la experiencia traumática de un retorno electoral de nuevos liderazgos de centro derecha, bajo condiciones críticas no muy diferentes, según los países de las que vive hoy Argentina. Imaginemos, como otro testimonio elocuente, la situación del electorado alemán que, más allá del éxito previsible de la extremista AfD en las elecciones europeas del próximo mes de junio, ve casi asegurada  las victorias ultras en Sajonia y Turingia del 1 de septiembre o las elecciones de Brandeburgo del 22 de septiembre, preámbulostodas de las próximas elecciones federales del año próximo.

Toda Europa y gran parte de las democracias se prepara para asistir a una explosión de retro cambioelectoral, vivificada por líderes de nuevo cuño, imprevisibles, mesiánicos, extravagantes, de perfiles no muy diferentes a los de América Latina.

El "momento Milei" no es muy diferente de los momentos casi idénticos vividos en los últimos años por Chile con Boric, Peru con Castillo y Boluarte, Ecuador con Lasso y Noboa, México con López Obrador, Brasil con Jair Messias Bolsonaro o El Salvador con Bukele.

Los sistemas políticos democráticos se conmueven ante el embate de enemigos internos y externos que, al tiempo que desafían las categorías tradicionales de la política y abren serios interrogantes acerca del futuro de aspectos centrales de la experiencia democrática en materia de representación, participación o movilización política.

Una de las claves explicativas es sin duda la erosión de los factores tradicionales de cohesión social, el incremento de las desigualdades y la explosión de demandas sociales insatisfechas ante la falta de respuestas de los mecanismos institucionales disponibles.

Crujen las estructuras de los presidencialismos, estallan las costuras de los sistemas electorales, se descomponen los partidos tradicionales y, sobre todo, se empastan los engranajes internos de la "sala de máquinas" de las viejas instituciones republicanas. En este sentido, a la experiencia argentina adquiere dimensiones paradigmáticas.

Al igual que el modelo básico de la Constitución estadounidense de 1787, la Constitución histórica argentina de 1853-1860 pertenecen, como la mayoría de las cartas presidencialistas de mediados del siglo XIX, a un ciclo de constituciones republicanas predemocráticas.

Es decir, pensadas desde la perspectiva de elites que aspiraban a civilizar el desierto, unificar sociedades divididas por guerras civiles y abrir procesos civilizatorios basadas en la inmigración, la educación pública y el respeto a las leyes.  

Constituciones ambas previas al advenimiento de las democracias de masas, al voto universal, a la existencia de las grandes ideologías y, por supuesto, al nacimiento de los grandes partidos. Constituciones orientadas a la construcción de la ciudadanía política, que jamás hubieran imaginado las exigencias y demandas de la ciudadanía social olas tensiones y conflictos de democracias de alta movilización.

Las reformas de los años ´90 buscaron colmar los vacíos de aquel modelo originario. Atenuar el riesgo de nuevos líderes a través de pactos orientados a reforzar las herramientas contra mayoritarias. De allí instituciones como la prohibición de las delegaciones legislativas, el control de la legislación delegada o, en el plano electoral, la adopción de sistemas doble vuelta electoral.

Visto en la perspectiva de la experiencia institucional de los últimos treinta años, el fracaso de aquellas innovaciones no puede ser mayor. La doble vuelta en la elección presidencial aspiró a defender al Presidente de los poderes establecidos, del riesgo de la fragmentación política y, sobre todo, de la posible ingobernabilidad sistémica.

El resultado final ha sido, sin embargo, exactamente el inverso:  presidentes sin más apoyo que la ficción electoral de la mayoría de la segunda vuelta. Socialmente aislados y colgados de la dudosa legitimidad de lasredes sociales, sin Congreso propio, pendiendo de la eventual protección de una justicia siempre extorsiva, sin equipos propios y casi sin contacto con la sociedad real.

Lo peor es sin duda que el resultado práctico de esta debilidad congénita, es el de una autentica tiranía de minorías, que devienen en antipolíticos, como efecto directo de su indigencia. Presidentes que invocan programas salvadores, pero sin acceso a acuerdo con las mayorías. Rodeados por grupos cerrados de colaboradores y familiares, sin partidos ni compromisos políticos, sin equipos propios ni marcos de referencia institucional.

A cien días de gestión, Milei pugna por romper un cerco de este tipo. Entre sus fortalezas, destacan la fiera adhesión a la receta económica monetarista. Su  objetivo central es derrotar la inflación operando sobre la causa que entiende única: el control de la emisión. Sobre esta base despliega una agresiva estrategia de confrontación contra todos los sectores políticos y sociales. Su mejor defensa es un ataque sostenido y permanente en todos los terrenos. Losostiene tambien el hecho de que sus propuestas no son muy diferentes a la del resto de los candidatos que compitieron en las últimas presidenciales, incluido el propio candidato oficialista. No hay grietas ni diferencias insalvables.

Sus debilidades son importantes, pero todas ellas superables con un  mínimo esfuerzo. El principal, la inexperiencia e improvisación de sus equipos y,sobre todo, la insistencia pertinaz en un mecanismo casi refrendario de construcción de poder sobre la base de amplias delegaciones que ningún sector parece dispuesto a entregar sin condiciones.

A cien días, parece claro que tanto el Congreso como las instituciones intermedias están más que dispuestas a acompañar una estrategia de largo plazo de desregulación de la economía y de transformaciones estructurales capaces de romper el ciclo de la decadencia del país. Si bien las disidencias parecerían ser muchas,  sorprende el éxito alcanzado con reuniones mínimas entre los protagonistas.  

Lo que ocurre es que el país está empatado. Saludablemente empatado. En casi todas las dimensiones de su vida política y social. Nadie puede sacarle ventajas a nadie. Es el empate propio de una sociedad plural que busca expresarse a través de instituciones también plurales, que difícilmente aceptaran el papel subalterno a que busca reducirlas la vulgata monetarista. Al contrario, las instituciones exigen ser respetadas como instancias ineludibles para cualquier intento de anclar y fortalecer los nuevos equilibrios, a través de reformas estructurales, permanentes y sostenibles.

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