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Brasil: el futuro de la democracia

La región espera con particular el interés el resultado de las elecciones, porque dado el peso económico y demográfico del país, tiene mucha influencia en los demás.

Las encuestas señalan el favoritismo de Lula, pero la carrera está abierta.
Las encuestas señalan el favoritismo de Lula, pero la carrera está abierta.
Tomás Múgica 30 agosto de 2022

¿Hacia dónde va Brasil y cuáles podrían ser las implicancias de la elección presidencial en ese país, que tendrá lugar el 2 de octubre, en la política exterior del país? Las encuestas señalan el favoritismo de Lula (PT-Brasil da Esperança), pero también que la carrera está abierta, con un importante crecimiento de Bolsonaro (PL-Partido Liberal) en las últimas semanas. La firma Datafolha otorga 47% de intención de voto al ex-presidente y 32% al actual mandatario; Ciro Gomes, del Partido Democrático Trabalhista (7%), quien se presenta como referente de una “tercera vía”, Simone Tebet, del MDB (2%) y Vera Lúcia, del PSTU (1%) marchan muy por detrás. Según el mismo estudio, en una eventual segunda vuelta, el 30 de octubre, Lula resultaría ganador por 57% a 34%.

La agenda electoral gira en torno a la pobreza (se estima que 16% de la población, unos 33 millones de personas, sufre hambre), la inflación (12% en los últimos doce meses, una cifra elevada para Brasil, aunque con tendencia a la baja), la inseguridad ciudadana y la necesidad de reactivar una economía cuyo crecimiento ha sido anémico en los últimos diez años. Pero también en torno al futuro de la democracia brasileña, que ha encontrado en el ascenso de Jair Bolsonaro un potente desafío; según Latinobarómetro, el apoyo a la democracia en Brasil alcanza el 40%, el más bajo entre los países de mayor peso económico y demográfico de la región. 

El regreso de Lula a la arena electoral presenta rasgos que la diferencian de su primer período en el poder. Si la agenda social -en un marco de ortodoxia macroeconómica- sigue estando en primer plano, también lo está la defensa de la democracia, que según entiende gran parte de la dirigencia brasileña está bajo amenaza. Un hito decisivo en esa comprensión fue la reunión de Lula y Cardoso en mayo de 2021, en la cual coincidieron en la necesidad de una alianza amplia para derrotar a Bolsonaro.

Esa lucha explica la conformación de la heterogénea coalición que respalda la candidatura de Da Silva. Entre esa diversidad sobresale su candidato a vicepresidente Geraldo Alckmin, ex gobernador del Estado de San Pablo, conservador y figura prominente del establishment político brasileño. Alckmin enfrentó a Lula en las elecciones de 2006, por el Partido da Socialdemocracia Brasileira (PSDB, la formación de Fernando Henrique Cardoso), obteniendo el 41% de los votos en primera vuelta. Socio político de Michel Temer durante parte de su presidencia, en 2018 fue nuevamente candidato, pero quedó muy relegado por el fenómeno Bolsonaro. Tras su salida del PSDB -cuya figura dominante es Joao Doria, el actual gobernador de San Pablo- Alckmin se postula como representante del PSB, una formación de centro-izquierda que actúa como vehículo electoral. 

¿Qué sucede en el campo del gobierno? Bolsonaro -cuyo candidato a vicepresidente el ex Ministro de Defensa y de la Casa Civil (Jefe de Gabinete), el general retirado Walter Braga Netto- mantiene una base considerable de apoyo (en torno al 30%, según Datafolha) y aunque pierda es probable que conserve un sector fiel en el electorado: es factible que el bolsonarismo sobreviva a la presidencia de Bolsonaro, un desafío para la eventual tercera presidencia de Lula. 

Tras una gestión desastrosa del combate al Covid-19, el presidente intenta mostrar algunos resultados positivos en la lucha contra la inflación (caída de 0.6% en julio), la inseguridad ciudadana (los homicidios están en su nivel más bajo en los últimos 14 años) y, sobre todo, un aumento de la ayuda social, su gran apuesta para socavar el apoyo a Lula entre los sectores más pobres de la población. El monto otorgado por Auxilio Brasil, la prestación social sucesora de Bolsa Familia que alcanza a 20 millones de familias, aumentó en un 50% hasta 600 reales (unos 115 dólares). 

Más allá de sus políticas en el campo económico y social, lo que lo que caracteriza a la presidencia de Bolsonaro es sus inclinaciones anti-democráticas. Su gobierno expone las practicas más comunes de los liderazgos autoritarios descriptos por Levistsky y Ziblatt (1) : negación de la legitimidad de los opositores, compromiso débil con las reglas del juego democrático,  actitud de tolerancia o respaldo frente a la violencia política y preferencia por la restricción de libertades civiles y políticas. Así, el presidente presenta a los opositores como personas peligrosas (Lula es un “ladrón”, FHC un “delincuente”, el PT un grupo de “zurdos podridos”); ataca al Tribunal Superior Electoral (TSE) y pone en duda la transparencia del sistema de votación (aunque últimamente ha afirmado que respetará el resultado de los comicios); alienta o consiente la violencia (minimiza el asesinato de un dirigente del PT, asesinado por uno de sus simpatizantes); y reivindica abiertamente a la dictadura militar brasileña (1964-85).

 

Brasil, la región y el mundo

El progresismo latinoamericano sigue con atención la campaña brasileña. El retorno de Lula consolidaría un movimiento hacia la izquierda, cuyo último capítulo fue la elección de Gustavo Petro en Colombia. ¿Cuál podría ser su impacto sobre las vinculaciones internacionales de Brasil? Van algunos apuntes.

La propuesta de Lula en materia de política exterior gira sobre ejes conocidos, remozados en función de los cambios en el contexto internacional. Integración regional, compromiso con el Sur Global y no alineamiento frente a la competencia entre Estados Unidos y China: ese podría ser un resumen del discurso del ex presidente en cuanto a la inserción internacional de Brasil. 

Las señales de acercamiento a los países de la región son claras. Lula llama a crear una moneda sudamericana -que no reemplazaría a las monedas nacionales- para facilitar el comercio intra-regional, revive las iniciativas del Banco del Sur y el Consejo de Defensa Sudamericano, y plantea potenciar la CELAC como un espacio de concertación latinoamericano. Un revival, recargado, de la primera ola progresista. El combo se completa con una mirada pragmática sobre los regímenes autoritarios cercanos a la sensibilidad de la izquierda: Lula evita criticar al régimen de Maduro, aunque pide elecciones libres, y mantiene sus vínculos con Cuba. Defiende, en ambos casos, el principio de no intervención. 

En cuanto al Mercosur, se muestra favorable a continuar las negociaciones con la Unión Europea, a fin de cerrar el acuerdo que se anunció en junio de 2019. La agenda es compleja: los europeos señalan su preocupación por las cuestiones ambientales, especialmente la deforestación del Amazonas; desde la otra costa se discute el lugar de la política industrial en el acuerdo: Brasil, al igual que Argentina, busca condiciones más favorables para su sector manufacturero.  

Claro que el contexto en el cual construir la integración ha variado: los países de la región -especialmente América del Sur- y Brasil en particular están más orientados hacia China y menos conectados entre sí. Al respecto, un dato es elocuente: el comercio con América Latina como porcentaje del total de comercio exterior de Brasil representa el 15%, contra el 26% en 2010, la edad de oro de la nueva izquierda latinoamericana. China es su principal socio comercial, con casi un tercio de las exportaciones, Argentina, su principal socio en la región, no alcanza el 5%. El empeoramiento de las condiciones económicas globales, en el contexto del conflicto en Ucrania, se suma a este cuadro. 

Segundo, Lula busca recuperar para su país el rol -o al menos las expectativas sobre ese rol - de interlocutor en el Sur Global que tuvo durante sus dos presidencias. El fortalecimiento de los BRICS, grupo al que Lula pide buscar activamente una solución a la guerra en Ucrania, es parte de esta apuesta. Habrá que ver si alcanza con la voluntad; para ser parte de esa discusión, Brasil necesita más recursos duros de poder.

Tercero, Lula entiende que Brasil debe apostar por la diversificación de sus vínculos externos, por un orden multipolar y por una postura de equilibrio, en la medida de lo posible, entre Estados Unidos y China. En una reciente entrevista con medios extranjeros, indicó su voluntad de trabajar con los principales polos de poder global, evitando alineamientos, al afirmar que “la relación con China será extraordinaria, con Estados Unidos será extraordinaria y con Europa será extraordinaria” (2) . Reivindicando su preferencia por una agenda de izquierda pragmática, también se muestra dispuesto a “renovar nuestra relación política, científica, empresarial e incluso militar con los Estados Unidos”, tal como afirmó en una conversación en vivo con Universo Online. 

El panorama, como se ve, es complejo. Como nunca antes desde el fin de la dictadura, Brasil discute acerca de su democracia, desafiada no sólo por la desigualdad social, sino también por un liderazgo de tendencias autoritarias, que encuentra un eco significativo en una sociedad polarizada. Después del poder, la cárcel y el llano, en un Brasil más dividido y un mundo más complicado, Lula parece acercarse nuevamente a la presidencia, a la cabeza de un amplio frente reformista. El desafío, nuevamente, es construir el progreso posible. 

 

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(1) - Steven Levistsky y Daniel Ziblatt (2018), Como mueren las democracias. Buenos Aires: Paidós. 

(2) -  Gosman, Eleonora, ”Lula sobre Bolsonaro: no puedo aceptar que un presidente diga siete mentiras por día”, elDiario.AR, 22 de agosto 2002  https://www.eldiarioar.com/politica/lula-campana-quiero-recorrer-mundo-atraer-inversores-extranjeros_1_9259469.html 

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