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Poder y autoridad

No es un juego de palabras. Se puede “tener” el poder pero, si al mismo tiempo no se tiene autoridad, “no se puede” ejercer el poder

Poder y autoridad
Carlos Leyba 22 octubre de 2021

No es un juego de palabras. Se puede “tener” el poder pero, si al mismo tiempo no se tiene autoridad, “no se puede” ejercer el poder.

Entonces, la imposición, abre el camino a la violencia: la verbal, que con esa alcanza. 

Siguiendo a Byung Chul Han: “Cuanto más poderoso sea el poder, con 'más sigilo' opera. Cuando tiene que hacer expresamente hincapié en sí mismo, ya está debilitado”. 

Y me parece que por acá, por el camino a la reflexión que abre Byung, es dónde radica la materia prima de la discutida decisión de Roberto Feletti: la propia de un poder debilitado que actúa con estruendo, con ausencia de verdadera autoridad y, por lo tanto,  una cierta incapacidad de ejercerlo, al pasar a la imposición lisa y llana.

A lo largo de los años de fracasos, nuestra Argentina ha acumulado males gigantescos mirados en el presente los que, por su propia dinámica,  si no se revierten, y no sólo si no se detienen, aseguran una decadencia continua y acelerada de una Nación que fue no hace mucho una vanguardia de progreso: el país de mayor PIB por habitante de América Latina en 1974. Siempre se puede estar peor. 

Toda esta discusión, “Feletti itensiva”, está referida a la inflación y a la manera que el impetuoso exsecretario de La Matanza quiere plancharla por 90 días que, como es obvio, incluyen el momento electoral. 

Desde esa perspectiva no es menor si es leído como complemento al “plan platita” en el bolsillo que ha tenido, como portavoz infortunado, a un candidato médico y módico del Frente de Todos. Pero es injusto no recordar (qué fácil olvidamos) que esa frase “platita en el bolsillo” tuvo como autor intelectual de “esa política”, y con esas palabras, a un candidato distinguido y respetado por los mismos periodistas que, con razón, han vituperado: el Doctor Gollan. 

Lo invito a recordar en el listado de los famosos. Se va a sorprender, si logra recordar, que una vez más “nada es verdad ni mentira, sino del color con que se mira”. 

Lo cierto es que estamos en un torbellino de información e indignación (y escasas defensas) acerca de la congelación unilateral del precio de 1.500 artículos, acompañada de la Ley de Abastecimiento nacida a fines de 1974 y corregida en 2006, si mal no recuerdo.

La imposición de la congelación ha sido sostenida con entusiasmo por el empresario Víctor Fera, dueño de grandes cadenas de producción y comercialización de alimentos, que calificó por las razones que fuera a otros empresarios colegas, por no adherir a la congelación, con la pregunta retórica “¿se puede ser tan hijo de puta?” (La Política Online). 

A esa  consigna adhirió Jorge Rachid convocando a no consumir productos de Molinos Río de la Plata. Lo hizo con la misma energía que defendió a los glaciares para que no sean entregados en pago por las vacunas Pfizer y que, habiendo sido compradas por el Gobierno, debemos suponer que se habrán conformado, además de cifras millonarias, con alguna barra de hielo. Hielo  que difícilmente alcance para congelar a los muchos grados bajo cero que requiere el tránsito de esas vacunas. Congelación.

Por distintos caminos llegamos al tema dominante. Feletti congeló los precios sin acuerdo. 

En la búsqueda de un ADN o de un aire de familia que le ofrezca prestigio, sino no lo hubiera hecho, su decisión apeló a un parentezco con el Plan Gelbard. 

En el caso de él, como aludió para encolumnarse en algo valioso, se trató de la misma actitud de aquella familia de Palermo que nos presentó Julio Cortázar en uno de sus más maravillosos cuentos y que tenía como hábito “robarse los velorios”. Se apropiaban de los muertos ajenos y en algunos casos llegaban a pronunciar discursos de despedida en el Cementerio ante los admirados ojos de la familia. Pues bien, sin duda, en este caso Feletti se “afanó” el muerto. Y se lo afanó por congelación unilateral. 

Justamente la esencia de aquello que se recuerda como el Plan Gelbard fue “la concertación”. Nada de imposición.

El acuerdo para la política de ingresos, precios y salarios, con los actores, trabajadores y empresarios y el diseño, concertado, de una política que incluía tasas de interés y la sanción de 20 leyes ?entre ellas, por ejemplo, el Impuesto al Valor Agregado-. Y además el método de la “política concertada” para todas las políticas sectoriales que incluyeron, el Acta del Campo con la firma de todo lo que hoy se conoce como la Mesa de Enlace, o el Acta de la Industria Automotriz, con todas las terminales extranjeras. 

La política de las “Coincidencias de todos los partidos y las organizaciones sociales firmada en diciembre de 1972” se comprometía a terminar con las decisiones económicas por “sorpresa” para ganarle al mercado o a la sociedad. 

Obviamente ese programa (contra toda la mala información de los medios) no incluía la Ley de Abastecimiento que fue sancionada en junio de 1974 y el programa ?como es sabido- se comenzó a ejecutar en junio de 1973.  Lo central se hizo sin esa ley y esa ley rigió en ausencia.

El acuerdo en el que la CGT, con la conducción de José I. Rucci, coincidió después de que en mayo de 1973 la inflación alcanzara al 80% anual, implicó un aumento salarial de suma fija equivalente al 20% del salario mínimo. 

Cuando Rucci firmó, como todos recordaran, dijo, en el silencio respetuoso y admirado porque sabían que era un riesgo real, “con la firma de este compromiso estoy firmando mi sentencia de muerte”. Y así fue. Mario Firmenich, después de la elección plebisictaria de Juan Perón, dijo, justificando y reivindicando el asesinato perpetrado por Montoneros, había que liquidar “la pata sindical del Pacto Social” (Ricardo Grassi, “El Descamisado”). 

Feletti se equivocó feo de muerto, en términos de Cortázar, nadie y menos el acuerdo político de peronistas, radicales, demócratas cristianos, conservadores? adoptaría, en una economía en desaceleración, con alta inflación, con crítico clima social y en medio de la Guerrilla Infame que no se ponía límites, una política que no fuera global y simultánea con todas las decisiones sobre todas las variables económicas al mismo tiempo y de manera coordinada, concertada y transparente. No se “congeló” nada. Se administró todo. 

Sin Rucci (septiembre de 1973) en junio de 1974 Perón dejó de estar al frente del Estado, el programa de las Coincidencias, el Plan Gelbard se interrumpió. 

En ese momento, con la ausencia de autoridad, el golpe de palacio de López Rega, el programa que, por la concertación había sorteado la crisis del petróleo que dio vuelta el patrón productivo occidental, fue abandonado. 

Se terminó. 

José López Rega, el jefe de la secta de los Caballeros del Fuego, instaló a un ministro débil. Alfredo Gómez Morales asumió en octubre de 1974. En mayo de 1975 dijo: "Yo no tengo lo que hacer ya en el Gobierno” (5/1975) y el 4 de junio de 1975 el semanario de mayor prestigio de la época, el Economic Survey, afirmó “condenado a una permanencia sin sentido en un cargo donde afronta el más lamentable de los fracasos”. 

Habían pasado 7 meses desde que asumió y luego de haber desmontado todas las herramientas de la concertación, haber perdido las reservas más altas de la serie histórica, “el más lamentable de los fracasos” dio paso al verdadero programa de López Rega.

Con la cara de Celestino Rodrigo, la cabeza de Ricardo Zinn y el asesoramiento de Pedro Pou, todos miembros de los “Caballeros del Fuego”, una secta de locos, dio vuelta al país sumiéndolo en el industricidio único en la historia.

En estos días, en la retórica para enfrentar a la congelación de Feletti, se ha acudido hasta a Diocleciano, el emperador romano. Para buscar datos de política económica en el capitalismo sería más razonable bucear, por ejemplo, en la manera que, en la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos (en el marco de un programa integral acomodado a la economía de guerra) J. K. Galbraith administró el exitosísimo control de precios. 

Obvio, el control de los precios no es un programa y la congelación de algunos precios es un hecho del que deberíamos olvidarnos para ser indulgentes con la ausencia de autoridad. 

En un programa, global y simultáneo, es posible atravesar un período, concertado, de administración de precios. Lo hizo Adalbert Krieguer Vasena y la moneda argentina fue elegible para el FMI;y lo hicieron las “Coincidencias del 73” soportando la infamia guerrillera que sembraba muertos para terminar con el pacto social (Firmenich dixit). 

La violencia minoritaria de los estúpidos e imberbes guerrilleros, que llenaron la Casa Rosada durante los 49 días de Cámpora, fue derrotada por el crecimiento, el empleo y la desaceleración de la inflación, las exportaciones industriales, logradas gracias a las Coincidencias que se sintetizan en la frase de Ricardo Balbín “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”. Sin embargo, estúpidos y locos quebraron el desarrollo de la Argentina. Como dijo Federico Sturzenegger desde 1900 hasta 1975, el PIB per capita de Argentina fue el 75% del de Australia. Se derrumbó. Calculó Martín Rapetti: el PIB per capita de 2020 fue igual al de 1974. Esa minoría violenta desencadenó, y la Dictadura Genocida que los siguió, que los 800.000 pobres de paso en Argentina se convirtieran en los 20 millones que, como dijo J. C. Torre, hoy están estacionados. Su número creció al 7% anual acumulativo desde 1974 

¿Usted cree que el problema de Argentina es la inflación, el déficit fiscal o la ausencia de moneda? ¿O que esas tres cosas horribles son la consecuencia de un país estancado, que cometió industricidio por ideología, una fábrica de pobres y una máquina estatal incapaz de formar la burocracia experimentada y seleccionada y no por el acceso de los amigos o la militancia?

Los países con estabilidad, moneda, razonable estructura fiscal lo lograron porque crecen. Se propusieron y se proponen crecer. 

Hoy los comentaristas hablan de Diocleciano o de Gelbard. Tienen vicio de pasado. Lo grave es que de no pensar las avenidas del futuro, sin propuestas capaces de conmover, todos han perdido autoridad y sin ella no hay poder, queda el grito y la violencia. 
 

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