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Rodríguez Larreta comparte diagnóstico con Fernández, Schiaretti y Manes

Amalgamar el voto del centro del tablero político en base a una movida casi de defensa propia: distanciarse de las dos usinas con mayor carga de emisiones tóxicas.

Rodríguez Larreta comparte diagnóstico con Fernández, Schiaretti y Manes
Daniel Montoya 10 abril de 2023

Las movidas de Horacio Rodríguez Larreta pueden pecar de exceso de teatralización, pero casi nunca de absurdas. Digo "casi" sin inocencia ya que su galería de disfraces festivaleros exhibidos durante el verano pasarán a formar parte del museo del ridículo a la par del recordado spot "tajaí" de Sergio Massa. 

No hay nada que hacerle. Semejante tentación por el papeloneo es una marca registrada del político porteño que, ante el pánico de cruzar la General Paz, es decir, la frontera de la República del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), sufre ese síndrome tan bien descripto en su oportunidad por Jorge Luis Borges: a Mahoma no le hizo falta hacer referencia a camellos en el Corán porque nadie podía dudar de su arabidad, es decir, de su autenticidad.

Hecha esa salvedad, si hay un área dónde el actual jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires exhibió una racionalidad política a prueba de balas fue con su anuncio del desdoblamiento de la elección porteña y lo, más importante, la jugada a dos bandas que implica. 

En primer término, distanciarse y romper con su ex jefe político Mauricio Macri, uno de los dos grandes polos de la grieta que carga sobre sus espaldas una imagen negativa de 70%, casi análoga a la de su contraparte peronista Cristina Kirchner. 

En segundo término, meterse en el bolsillo a una gran parte del radicalismo, la vieja referencia nacional de los sectores medios que, aún sin el poder de fuego electoral de antaño, igual cuenta con un despliegue nacional que el PRO nunca logró construir mucho más allá de los grandes centros urbanos conectados con la ciudad de Buenos Aires.

Precisamente, el gran aporte del radicalismo a tal sociedad política tiene que ver con la compensación del alto nivel de porteñidad en sangre que acarrea cualquier proyecto nacional pergeñado desde las oficinas de la calle Uspallata y asentado sobre la sociología del triángulo más chic del país formado por Palermo, Belgrano y Recoleta, un corredor que representa una extensión natural del primer mundo dentro de Argentina.

Vale aclarar, Rodríguez Larreta no está sólo detrás de ese objetivo de construir un espacio político alejado de los dos polos tóxicos de la grieta. En particular, comparte ese diagnóstico con otras dos figuras políticas también en funciones y con un cuarto aspirante a la presidencia que también saca sus cálculos electorales en función del apoyo de votantes blandos tanto del crujiente Juntos por el Cambio como del Frente de Todos que hoy parece de Nadie.

Cuatro líderes en pugna

Palabras más, palabras menos, el hilo conductor del proyecto de Rodríguez Larreta, del ahora anticristinista Alberto Fernández, de Juan Schiaretti y de Facundo Manes tiene que ver con amalgamar el voto del centro del tablero político en base a una movida casi de defensa propia: distanciarse de las dos usinas con mayor carga de emisiones tóxicas.

No obstante, a esta altura está claro que el éxito eventual de uno o de otro no dependerá sólo del acierto de semejante diagnóstico político compartido sino de otras circunstancias. En igual grado de importancia, del método aplicado, de las credenciales de cada uno y por último, teniendo en cuenta que las piezas negras también juegan, de la única figura política que sube en un contexto dónde todos bajan o se mantienen estancados: Javier Milei.

En cuánto al método, Rodríguez Larreta, Fernández y Schiaretti comparten un rasgo en común: los tres tienen fierros valiosos, sea el distrito boutique de la ciudad de Buenos Aires, la siempre poderosa aunque sobrecalentada Casa de la Moneda o la referencia obligada para todos los veraneantes low cost de las provincias argentinas. En tal sentido, la humanidad puede haber progresado mucho pero el adagio "billetera mata galán" sigue conservando plena vigencia.  

En lo que hace a las credenciales, tanto el jefe de Gobierno porteño como el presidente de la Nación parecen muy decididos a estrenar una credencial política muy potente. En particular, la traición a su anterior jefe político, aquello que en psicología Freud tanto analizó en términos, figurativos por supuesto, como matar al padre. Para no ir tan lejos a la Biblia, lo que hizo Néstor Kirchner con Eduardo Duhalde en 2004/5.

En ese terreno, el actual gobernador de Córdoba juega tanto con la fortaleza de su conexión con la Argentina profunda como con el hándicap de su lejanía a un país que en 1994 quedó en los papeles recortado a los 13.000 kilómetros cuadrados que hoy componen el AMBA. Menudo desafío para resolver en gran parte con el poder blando mediterráneo que ya vimos en operación con la muy taquillera película "Granizo" protagonizada por Guillermo Francella.

Por último, en ese póker de 4, el neurocientífico Manes cuenta con una poderosa identidad de época: su condición de outsider y de pertenencia a un colectivo muy ponderado en el ámbito de la opinión pública nacional, el del guardapolvo blanco. 

En este campo, esta nueva figura hoy fichada por el radicalismo es el único que comparte perfil con el gran emergente que amenaza a todo el sistema tradicional, a ese entramado difuso que fue tan exitoso en rotular Milei como "la casta política".

La pregunta del millón que hoy se hacen muchos es quién se terminará imponiendo, si alguna de las figuras que presionan por desplazar el centro de  gravedad político hacia la zona de la moderación dónde cohabitan votantes blandos de las dos grandes coaliciones conocidas hasta hoy o, si la política argentina virará inevitablemente hacia las experiencias que acaban de recorrer Estados Unidos de la mano de Donald Trump o Brasil bajo la batuta de Jair Bolsonaro.

Es decir, si se impondrá alguna de las cuatro variantes analizadas, Rodríguez Larreta, Fernández (o sucedáneo), Schiaretti o Manes o si Argentina girará hacia el rupturista Milei o a su segunda marca Patricia Bullrich. Aquí bien vale recordar que Dios es el único que no juega a los dados y que para nosotros los mortales todo pronóstico queda en el campo de la numerología. 

En tal aspecto, más allá de quién resulte finalmente ganador resulta útil recordar algo: las revoluciones y las grandes disrupciones son, por definición, episodios de gran excitación efímeros que quedan sepultados bajo el barro de una nueva burocracia, Kafka dixit. Ya vimos en aquellos países citados como esos fenómenos fueron sucedidos por líderes más del sistema imposibles como Joe Biden y Lula

En una palabra, ¿puede haber un capítulo ardiente e intenso en la política argentina? Claro que sí, ya los tuvimos en el pasado. Pero, de ocurrir esa tempestad, la política volverá a transcurrir como una competencia por el centro del tablero político. En tal sentido, es muy factible que, bajo la apariencia de una sola competencia, en realidad hoy estemos presenciando dos carreras en simultáneo. Una por el 2023 y la otra por el 2024 y más allá.

A modo de epitafio, ¿y Sergio Massa? Ya tiene demasiado con el Ashram del quinto piso y el dólar soja como para aventurar cualquier alucinación política. Para él por ahora todo es sangre, sudor, lágrimas y, le recomiendo, mucha meditación.

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