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Argentina en las Cumbres

Contra una auto-percepción de declive, siempre es refrescante una mirada externa que, sin desconocer los problemas, coloca a Argentina en otro lugar

Argentina tiene su lugar en la comunidad internacional.
Argentina tiene su lugar en la comunidad internacional.
Tomás Múgica 03 julio de 2022

La turbulencia política y financiera que agita a diario nuestro país oculta en buena medida la interesante agenda internacional de las últimas semanas. 

En el lapso de pocos días, el Gobierno argentino participó de dos Cumbres intergubernamentales de primer nivel: la XIV Cumbre de los BRICS (realizada oficialmente en Beijing, aunque tuvo lugar en forma virtual) entre el 23 y 24 de junio y la Cumbre del G-7, celebrada en Schloss Elmau (Bavaria) entre el 26 y el 28 de junio. 

Dos reuniones que expresan visiones del sistema internacional muy diversas, al tiempo que desafían a la Argentina y a otros países medianos y pequeños a transitar alguna clase de vía media como forma de promover sus intereses.  

En la reunión del BRICS, la intervención argentina se inscribió en el “Diálogo de Alto Nivel sobre el Desarrollo Global”, del cual también participaron Argelia, Camboya, Egipto, Etiopía, Fiji, Indonesia, Kazajstán, Malasia, Senegal, Tailandia y Uzbekistán. 

No es la primera vez que nuestro país participa de una Cumbre del Grupo; ya lo había hecho en 2014 (CFK) y 2018 (Mauricio Macri).

En el caso del G-7, Argentina fue invitada por ocupar la presidencia pro-tempore de CELAC; no fue el único invitado de fuera de la familia: se sumaron India, Indonesia, Senegal y Sudáfrica. 

El telón de fondo de ambas reuniones es la guerra en Ucrania, con sus consecuencias políticas y económicas, desde la reconfiguración de la estructura de seguridad en Europa a la suba de precios de los commodities. 

En sintonía con ese contexto, la agenda del Gobierno en ambas Cumbres mostró un elemento en común: la búsqueda de mercados para las exportaciones de alimentos y la atracción de las inversiones necesarias -tanto en producción como en transporte- para desarrollar el sector energético. 

En el caso del BRICS se suma una aspiración, que cuenta con algunas señales positivas de parte de los actuales integrantes del Grupo: la incorporación como miembro pleno; un proceso que requiere el consenso de todos los socios (y para el cual no hay plazos establecidos). 

Hay una base de intereses comunes de sobre la cual construir: Argentina comparte con estos países una preferencia por un orden multipolar y una agenda que comprende cuestiones como la reforma de la arquitectura financiera internacional (en su discurso, Alberto Fernández demandó la creación de una agencia calificadora de riesgo internacional y la redistribución de Derechos Especiales de Giro) y el rediseño de los organismos multilaterales a fin de fortalecer la voz a los países emergentes.

Con los miembros del BRICS existen, además, vínculos económicos de peso. Brasil (1°) China (2°) e India (4°) son tres de los cuatro mayores mercados de exportación de la Argentina y representan casi el 29% de los envíos de nuestro país al exterior. 

En el aspecto financiero, el ingreso al Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) -con sede en Shanghái y una cartera de proyectos aprobados de aproximadamente US$ 30.000 millones- es otro atractivo para la Argentina. Claro que podría accederse al NBD sin que ello implique la adhesión formal al BRICS. Así lo hicieron Bangladesh, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Uruguay en 2021.

En relación al G-7, Argentina buscó posicionarse como un interlocutor válido de la región ante las principales economías de Occidente. En ese sentido pueden leerse los pronunciamientos del Presidente Fernández en relación a los paraísos fiscales, la lucha contra el cambio climático y la necesidad de un nuevo marco de tratamiento de las deudas soberanas. En una veta más pragmática, el gobierno buscó presentar a la Argentina y a la región como un proveedor confiable de alimentos y energía, que constituye una alternativa a Rusia y Ucrania.


Argentina y su lugar en el mundo

La participación en la Cumbre del BRICS y en la del G7 contiene varios mensajes acerca del lugar de la Argentina en el mundo. 

En primer lugar, nos dice que el país ocupa un lugar que, sin ser prominente, no es insignificante. Contra una auto-percepción que suele destacar los signos de declive, siempre es refrescante una mirada externa que, sin dejar de reconocer los problemas, coloca a la Argentina en otro lugar: el de un Estado mediano que en un mundo múltiple juega -o puede jugar- un rol importante en algunos temas. 

En la actual coyuntura, la producción de alimentos y de energías fósiles (explotada por medios no convencionales) son los más destacados por propios y extraños; hay otros, como la energía nuclear, la electromovilidad y la biotecnología. 

Segundo, la dinámica de ambas Cumbres refiere a un mundo en el cual el poder se redistribuye. En el caso de los BRICS, que tuvo su primera reunión en 2006, sus socios representan un 24% del PBI global y alrededor del 22% del gasto militar mundial (China, el socio más importante, explica el 17% y el 14% de esas cifras, respectivamente). 

Ello le otorga una voz que estos países no tenían en la inmediata posguerra fría; una voz que, con variedad de matices -Rusia y China desafiando a Occidente; Brasil, India y Sudáfrica en una postura más balanceada- es distinta a las del Occidente desarrollado. Basta pensar que mientras todos los miembros del G-7 aplican sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania, sus socios del BRICS -aun cuando mantienen posiciones diversas frente a la guerra- se niegan a hacerlo.

El nuevo reparto de poder también repercute en la Cumbre del G-7. Un club de potencias occidentales que se ve obligado por las nuevas circunstancias globales a dar espacio a países menos desarrollados. Más allá de la invitación a algunos de ellos para participar de la Cumbre, el ejemplo más notorio de esta nueva dinámica es el lanzamiento del Partnership for Global Infrastructure and Investment (PGII). 

Esta iniciativa, que viene a competir con la Iniciativa de la Franja y la Ruta impulsada por China, planea movilizar US$ 600 billones en el desarrollo de infraestructura en los próximos cinco años -con foco en energía limpias, conectividad, salud e igualdad de género- en países de ingresos bajos y medios. De esa cifra, la UE aportará US$ 300 billones y Estados Unidos US$ 200 billones, mientras el resto de los socios sumará US$ 100 billones. 

Finalmente, dos notas prácticas. Adaptarse al orden internacional, cuya reconfiguración se aceleró a partir de la guerra en Ucrania, demanda una sintonía fina en la política exterior de nuestro país. Ello implica “hacer los deberes” a nivel doméstico para potenciar capacidades propias y aprovechar las oportunidades que ofrece el contexto externo. Pensando en la Argentina como proveedora de energía y alimentos, los ejemplos vienen a la mente: el marco regulatorio es un elemento vital para atraer inversiones en el sector de gas y petróleo, al igual que la disponibilidad de infraestructura y el esquema tributario afectan las exportaciones de alimentos. 

Adaptarse a los nuevos tiempos supone también evitar los alineamientos y construir un posicionamiento internacional ecléctico, que permita fijar prioridades propias en materia de desarrollo. Diversas versiones de ese eclecticismo se discuten por estos días, como la diplomacia de la equidistancia y el no alineamiento activo. 

Se trata de un ejercicio delicado, al que muchos Estados -incluyendo gran parte de los de América Latina- se ven empujados por la competencia estratégica entre Estados Unidos y China; un ejercicio que requiere calibrar intereses propios, comprender intereses ajenos, evitar excesos retóricos y darle lugar al pragmatismo (sin renunciar a los ideales, pero también sin enamorarse de las preferencias ideológicas propias). Tal vez allí radique el mayor desafío de la Argentina. 

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