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La debacle peronista

El escándalo como síntoma que agrava el cuadro

La crisis que envuelve a Alberto Fernández es el evento de mayor impacto político, mediático y digital del año, pone en jaque al peronismo y ¿legitima? a Javier Milei.

Alberto Fernández.
Alberto Fernández.
Lucas Sebastián Raffo 30 agosto de 2024

La crisis de Alberto Fernández es la crisis del peronismo. La denuncia al expresidente pega en la línea de flotación de una de las banderas del ex Frente de Todos: la agenda de género. A la escandalización pública se le suma el componente morboso que introducen los chats, las fotos y los videos con Tamara Pettinatto.

Todos componentes que transformaron la denuncia en un evento masivo que se instaló en la agenda mediática, política y digital. La intención de esta nota no es bucear en el escándalo en sí, sino en el problema que esta situación agudiza: la crisis de representación del peronismo, que es independiente de su competitividad electoral.

Es cierto, el peronismo podrá ganar elecciones en caso de que la experiencia libertaria en el poder naufrague (y probablemente a un bilardista de la política le importe eso solo), pero en la medida de que no haya una oferta concreta para representar, solo veremos farsas de la tragedia frentetodista, la cual se había caracterizado por no tener mega escándalos de corrupción (más allá del vacunatorio vip) y por una política de género reivindicativa. El escándalo reciente golpea fuertemente a ambas situaciones.

Además de la asignación de responsabilidades acerca de la realidad actual, lo cierto es que las representaciones y significantes sobre los cuáles el peronismo estructura su discurso no se corresponden con las representaciones que el sujeto a representar tiene.

Para la dirigencia peronista "el Estado te salva", aunque los estudios cuantitativos y cualitativos ponen de manifiesto que desde hace años los votantes dejaron de creer en ello, e incluso se refugian en el emprendedurismo, las apuestas y la salvación individual.

La pregunta por el Estado es una pregunta válida para hacerse en un contexto donde el campo de actuación del éste se ve reducido a una dimensión cada vez más parroquial mientras que aquello a lo que, se supone, debe regular se transnacionaliza cada vez más (el capital y el crimen).

Si con este cuadro de situación la desprotección se universaliza, penetra clases, estratos y adopta diversas formas (como aquel boggart que aparece en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban) ¿no debería el partido de que hace gala de representar a los desprotegidos poner las barbas en remojo?

Milei, el ascenso de las derechas nacionalistas y el auge del individualismo y los discursos meritocráticos ("me salvo solo") son la respuesta a la desprotección generalizada. Una respuesta que no nos gusta en el fondo porque exacerba la desprotección y la dislocación de los dispositivos comunitarios de solidaridad.

En algún punto la defección del peronismo en proteger y garantizar orden, desarrollo y bienestar legitima a Milei. Cada escándalo o estigma propio de la contradicción entre el discurso y el hacer le da argumentos al gobierno para sostener legitimidad, así los resultados objetivos no sean los prometidos en la campaña.

Lo que gobierna no es la realidad, sino las percepciones y las representaciones de esta: en los estudios cualitativos el ajuste se percibe como necesario, se cuestiona el ritmo y la profundidad, y la responsabilidad todavía en gran parte se adjudica al gobierno anterior.

Asumen que las dificultades actuales son consecuencia de la crisis heredada y entienden que no será fácil superarla. Cuándo se les pregunta por el futuro, todavía hay una porción importante que tiene optimismo. La pregunta no debería ser cuánto dura el optimismo, sino como se encuentra parado el peronismo y que respuesta tiene para ese momento.
 

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