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Panorama

La batalla cultural

Más que un refugio para la libertad económica, los nuevos protagonistas de la sociedad del conocimiento anhelan un escenario abierto para la aventura utópica de un capitalismo sin democracia.

Milei en Stanford
Milei en Stanford .
Enrique Zuleta Puceiro 30 mayo de 2024

La larga gestación de la Ley de Bases se ha desarrollado a lo largo de seis meses de discusiones intensas en el Congreso. 

El debate ha alcanzado a toda la sociedad y se ha expresado en cientos de encuentros y discusiones académicas, empresarias y políticas. No se recuerda en el país un debate de mayor alcance, amplitud y diversidad de perspectivas. Su fruto más tangible es acaso un cambio muy significativo de la agenda pública hacia el futuro. 

Conviene recordar que los intentos anteriores de reformas estructurales se produjeron en gobiernos de facto o, en el caso de los años '90, en el marco de una manipulación de la emergencia donde el gobierno avanzó asistido por mayorías parlamentarias propias, tribunales adictos y una oposición conceptual y políticamente casi inerme.

Al cabo de este proceso, la propuesta inicial del gobierno se ha visto notablemente desdibujada en sus detalles más importantes -las reformas laborales, educativa, de la salud o de la administración, por ejemplo-. Los mayores interrogantes hacia el futuro próximo son los que se refieren a su núcleo central de ideas. 

La iniciativa gubernamental giró, en efecto, en torno o a tres propuestas, estrechamente vinculadas entre sí. En primer lugar, la batalla cultural, centrada en la formulación de un relato alternativo de la historia nacional, fundado en la recuperación de los fundamentos ideológicos de la república liberal predemocrática, representada en la generación del '80. 

En segundo lugar, la batalla macroeconómica, articulada a partir de un programa de ajuste ortodoxo -el  "más importante de la historia de la humanidad", orientado a anclar fiscalmente el futuro de la estabilidad económica y, en tercer lugar, la batalla política, empeñada en una batalla contra la casta, volcada a la despolitización de la sociedad y a la desarticulación de la democracia tradicional de partidos.

¿Cómo entender a estas alturas la "batalla cultural" en ciernes, una verdadera palabra-talismán cuya sola invocación parecería eximir de mayores explicaciones, no solo en la Argentina sino en la mayor parte de las democracias de nuestro tiempo? 

Su contenido, equivoco y polisémico ha producido, desde su utilización entre los intelectuales de "Carta Abierta" en los tiempos del primer kirchnerismo hasta hoy, dos o tres docenas de libros e infinidad de debates. Conviene, ante todo ello, tener en cuenta que más allá de la multitud de voceros hoy empeñados en suministrar contenidos variables a la expresión, se trata de un área en la que Javier Milei reclama para sí el monopolio de la formulación. 

  • Desde su discurso inaugural en las escalinatas del Congreso hasta la docena de discursos que ha leído en cenáculos exclusivos como el Foro Económico de Davos, la Fundación Milken o los think tanks de la lvy League, hasta llegar a su última clase de teoría económica en la Hoover Institution de Stanford, el contenido de este aspecto de su propuesta no ofrece el menor margen  para la duda.

Milei propone, sin anestesias, las recetas de un estricto anarcocapitalismo, explícitamente enfrentado a cualquier otra versión del liberalismo, incluidas no solo las del liberalismo clásico de los economistas argentinos sino incluso una buena parte de quienes en el país se enrolan en la llamada Escuela Austríaca.

Peter Thiel, creador de PayPal y uno de los primeros inversores en el naciente Facebook.
Peter Thiel, creador de PayPal y uno de los primeros inversores en el naciente Facebook.

Para entender el sentido de esta propuesta, nada mejor que acudir a sus fuentes actuales, en el pensamiento de los unicornios tecnológicos californianos, casi todos ellos muy próximos al credo anarcocapitalista. Un punto central es el intento de depuración de la nueva economía del conocimiento de las excrecencias de la política. "He dejado de creer en que libertad y democracia sean compatibles", escribió en 2009 el entonces joven inversor de riesgo Peter Thiel, creador de PayPal y uno de los primeros inversores en el naciente Facebook. "La gran misión para nosotros, los libertarios, es hallar una vía de escape que permita eludir la política en todas sus formas". 

En su magistral reconstrucción de la estrategia de los unicornios libertarios que acogen hoy a Javier Milei como un verdadero mesías, el historiador económico Quinn Slobodian subraya que el mundo que avizoraba Thiel ya había dejado de ser representable a través de un puzzle de mapas coloridos que distinguen territorios soberanos, con  poblaciones que se reconocen a partir de rasgos identitarios, tradiciones fundacionales, particularidades gastronómicas, banderas, himnos o trajes típicos. 

Milei, su hermana y Musk.
Milei, su hermana y Musk.

Ya entonces a principios de los años 2000, esos contenedores convencionales estaban cada vez más deshilachados, horadados y despedazados por procesos económicos que generan espacios legales y jurisdiccionales atípicos. Desde esta perspectiva el mundo es visto más bien como un encadenamiento reticular de espacios, enclaves, ciudades-Estado, refugios, puertos francos, parques tecnológicos paraísos fiscales y hubs de innovación. El mundo actual es, desde este enfoque, un mundo de zonas que interactúan y se conectan entre sí, conformando una red de complejidad creciente. La unidad de análisis de este nuevo universo reticular es la zona. Es decir, un enclave desgajado de las fronteras tradicionales, exento marcos regulatorios y controles jurisdiccionales y tradicionales. Sin más ley que la de la auto regulación que establecen sus protagonistas. Zonas económicas especiales, nodos de redes industriales transfronterizas. 

Sin reglas y sin árbitros, libradas a las fuerzas espontaneas del mercado. Quince años después de aquel anhelo de Thiel expresado al momento del estallido de Wall Street, la estimación actual de Slobodian se eleva a más de 5.400 zonas de este tipo, 1.000 de las cuales habrían surgido en la última década. Probablemente la mitad de estos nuevos "paraísos de la innovación y la libertad" está en China. El resto está en Asia, América Latina y África. Europa y Estados Unidos registran solo 10% de este nuevo fenómeno que se expande modo acelerado bajo el impulso la revolución de la economía del conocimiento y la sociedad de la información. 

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El historiador económico Quinn Slobodian // Fuente: Kayana Szymczak 

El dato más importante es que el impulso intelectual e ideológico de este fenómeno está localizado casi exclusivamente en Estados Unidos y en las grandes usinas o think tanks nacidos alrededor de las grandes universidades y escuelas de negocios. Es el nuevo capitalismo de fragmentación, que se expande en un mundo cada vez más fracturado e interconectado, nacido de una visión apocalíptica de los procesos. Al estilo de las repúblicas liberales de finales del Siglo XIX, diseñadas conforme a la utopía libertaria de los anti federalistas norteamericanos,  las nuevas comunidades de inversores emigran hacia colinas más seguras, blindadas de la acción depredadora de los Estados y exenta de los riesgos de la inundación democrática.

Más que un refugio para la libertad económica, los nuevos protagonistas de la sociedad del conocimiento anhelan un escenario abierto para la aventura utópica de un capitalismo sin democracia. Sin política, ni partidos, sindicatos, regulaciones externas ni jueces. Regidos únicamente por la cooperación libre y espontanea de los individuos, considerados exclusivamente en su dimensión de agentes económicos, frente al riesgo siempre presente de un Estado regulador y recaudador, que ampara su intervención en el control ante las "fallas del mercado".

Es el credo expresado por el último Milton Friedman en sus trabajos finales sobre Hong Kong avizorado como forma ideal del capitalismo. "Si bien la libertad económica es una condición para la libertad civil y política, la libertad política, por deseable que sea, no es condición necesaria para la libertad económica y civil". 

Un mundo ideal, una nueva ficción ordenadora. Una visión alternativa de la realidad, desde la cual ensayar un nuevo experimento de ingeniería social.  Sin duda una batalla por completo diferente de la que hoy enfrenta la sociedad argentina, forzada a explorar, desde la necesidad y la urgencia, caminos nuevos para la innovación y desarrollo de sus inmensas posibilidades como nación.

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